miércoles, septiembre 21, 2011

Honor a quien honor merece


Honor a quien honor merece

21 Septiembre, 2011 - 14:57
Credito:Cecilia Kühne

Este jueves, primer día oficial de otoño el motivo para celebrar es académico, feliz, universitario, pero también estelar y celestial, en todas las acepciones que apliquen. Una distinción. La máxima. La más honorable.

Un selecto puñado de personajes distinguidos, en el marco del centenario del carácter nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México, recibirán de manos del rector José Narro Robles, en una ceremonia que se efectuará en el Palacio de Minería, la investidura como doctores honoris causa.

Tal distinción, aprobada por el Consejo Universitario en junio pasado, en una propuesta que conoció este órgano en sesión ordinaria y, posteriormente, aprobó en trabajos extraordinarios llega hoy a su feliz término. Mañana se les impondrá a toga y el birrete a la escritora Margo Glantz Shapir; al cantante Joan Manuel Serrat, a la historiadora de arte Elisa Vargaslugo Rangel; al sociólogo Pablo González Casanova, ex rector de la UNAM; a la geógrafa María Teresa Gutiérrez Vázquez de MacGregor, al arquitecto Ricardo Legorreta; al neurocientífico Pablo Rudomín Zevnovaty, al cineasta Carlos Saura, al político y diplomático Fernando Solana Morales, a la científica Mayana Zatz y al astrónomo Manuel Peimbert Sierra (objeto primero y fundamental de este artículo por puro gusto, nepotismo, subjetividad y a la salud de las comidas de los sábados).

El diccionario dice que Honoris causa es una locución latina que quiere decir “por causa de honor”, una cualidad que conduce uno al cumplimiento de los deberes, al respeto a sus semejantes y a sí mismo, es también la buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones de servicio, que trascienden a las familias, personas, instituciones y a las acciones mismas que se reconocen. Es un alto honor para personas de testimonio social, reconocido e intachable (Y como mejor lo dijo un pensador francés: el honor es la poesía del deber).

Dicen los estatutos de la UNAM en su artículo 3° que el grado de Doctor Honoris Causa podrá ser conferido a los profesores o investigadores mexicanos o extranjeros con méritos excepcionales, por sus contribuciones a la pedagogía, las artes, las letras o las ciencias, o a quienes hayan realizado una labor de extraordinario valor para el mejoramiento de las condiciones de vida o del bienestar de la humanidad.

Otro momento académicamente perfecto para citar a Aristóteles cuando escribió: “En realidad vivir como hombre significa elegir un blanco -honor, gloria, riqueza, cultura- y apuntar hacia él con toda la conducta, pues no ordenar la vida a un fin es señal de gran necedad”. Porque es casi seguro que todos los galardonados son así y ordenaron su vida alrededor de las letras, la música, la ciencia, la arquitectura, el cielo, las estrellas… (y todo el universo como Manuel Peimbert) pero también han practicado la necedad de la perseverancia.

Para los que saben poco de Peimbert- astrónomo que no astrólogo, por piedad, a pesar de cómo lo han favorecido las estrellas- hago un breve resumen de su largo, larguísimo curriculum:

Nació en la ciudad de México el 9 de junio de 1941 , realizó sus estudios profesionales en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y doctorales en el Departamento de Astronomía de la Universidad de California, en Berkeley, EUA, de 1963 a 1967. Sus principales áreas de investigación son las propiedades físicas del medio interestelar y la evolución de la composición química de las galaxias. Sus artículos han recibido más de 10,000 citas en la bibliografía especializada internacional. Le han sido otorgadas numerosas distinciones académicas y premios desde miembro extranjero de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos hasta el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales. Y claro, también es miembro del Colegio Nacional desde 1993.

Y ya nada más como anécdota, a los 26 años de edad, aportó evidencias importantes que confirman que el universo tiene una composición química uniforme; propone la presencia de inhomogeneidades de temperatura para entender las diferencias entre las temperaturas observadas en las nebulosas gaseosas; estudia la determinación de la abundancia de helio en las nebulosas planetarias, lo que ayuda a conocer mejor las condiciones de las primeras fases de evolución del universo; sus estudios sobre la distribución de las diferencias de elementos químicos en diversas galaxias llevan a encontrar que la composición química del gas en las galaxias espirales varía con la distancia al centro de cada galaxia (Nada más y nada menos).

El primer mexicano investido como doctor honoris causa por la universidad nacional fue Justo Sierra en 1910 –todo ello nada más para decirle a Manuel Peimbert que es digno bisnieto de su bisabuelo- y después una serie de sabios que quitan el aliento- José Luis Martínez, Vicente Rojo, Juan Rulfo, Rubén Bonifaz Nuño, Leopoldo Zea, Emilio Rosenblueth, Marcos Moshinsky, Clementina Díaz y de Ovando y Juan Ramón Jiménez nada más por decir los que pronto llegan a mi memoria. Sin embargo hoy, porque ya declaré mi subjetividad a este respecto- el doctorado de Manuel Peimbert, puma de corazón, me es tan cercano, tan feliz, tan admirable y tan emocionante que ya no hay lugar para otra cosa. Mucho menos para decir que todo fuera como eso.



Información http://eleconomista.com.mx/entretenimiento/2011/09/21/honor-quien-honor-merece

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