lunes, abril 27, 2020

Serrat en Cuba: el año de su presentación en la isla




Serrat en Cuba: el año de su presentación en la isla

El Caimán Barbudo
Apr 27 ·2020


Para mis queridos amigos Ángel Miguel Martínez Gómez,
autor de Serrat, sus huellas en Cuba
y Francesc Sainz, autor de Sentir y pensar con Serrat.

Foto 1: Joan Manuel Serrat en 1974. Foto: ÁNGEL CARCHENILLA
Foto 2: Joan Manuel Serrat
Foto 3: Serrat en el anfiteatro del Parque Lenin. Imagen tomada de Cuba Material
Foto 4: Foto: Archivo de Joan Manuerl Serrat

Siempre hay una primera vez y la primera vez que Serrat cantó en Cuba fue en 1973. Su vertiginosa agenda, con Lasso de la Vega de mánager férrico, le conducirá hasta el teatro Amadeo Roldán de La Habana, erigido en 1929 y que un pirómano convertiría en cenizas en 1977 hasta su reconstrucción posterior. Serrat llega a Cuba, con lógica curiosidad, buscando la Revolución y el mito del castrismo, con su estética setentera de pelo largo y un momento vital de plenitud creativa, a punto de surcar la treintena.

Ya había grabado alguno de sus grandes discos; los dedicados, por ejemplo, a Antonio Machado o a Miguel Hernández, o Mediterráneo, que el tiempo situaría en un lugar de absoluta preeminencia en el conjunto de su obra. Y también, por supuesto, discos en catalán, menos escuchados, pero no menos trascendentes en su manera de hacer de la canción un arte mayor, sensible y poético. Ese mismo 1973, Serrat grabará una obra maestra titulada Per al meuamic, un tanto desconocidaporque no tendrá el alcance de otros discos, pese a contener joyas como “Helena”, “Menuda” o “Pare”.

Serrat pisa suelo cubano un lunes 7 de mayo, en un avión procedente de Ciudad de México. Antes de su llegada le había entrevistado el periodista cubano Miguel Ángel Masjuán para la revista Bohemia. El cantautor sabe que su figura despierta interés entre los cubanos, que han escuchado algunos de sus discos. Entre las canciones más seguidas están la melodramática “Manuel”, la sociológica “Poco antes de que den las diez”, la machadiana “Cantares”, la radiante y amorosa “Tu nombre me sabe a yerba”. También van a solicitarle, una vez arribe a tierras cubanas, “Poema de amor” o “Señora”.

Serrat está en una etapa de madurez. Alterna las canciones propias con la poesía cantada, porque halla en los poetas a los que canta esa importancia que quiere otorgar a lo que dice y al modo de decirlo. Cuba le atrae y a Cuba llega con su guitarra al hombro y la compañía fidelísima de sus músicos. En una fotofija que pudiéramos revelar de aquellos músicos excepcionales que le acompañan, podríamos reconocer a Francesc Burrull, su arreglista de aquel momento; o a Gabriel Rosales, en las guitarras; y a Enric Ponsa, en el contrabajo. Tres músicos indudablemente extraordinarios, suma de técnica y emoción.

Serrat no llega a un sitio para no empaparse de él. No se siente extranjero en ningún lugar, como cantaba en “Vagabundear”, palpitante manifiesto vital. Su relación con cada país o ciudad a la que llega trata de ser profunda, porque además sabe que habrá regresos futuros que permitan fortalecer lazos. Ese sentimiento hacia el lugar al que se llega será evidente en La Habana, donde Serrat busca las huellas cubanas de Hemingway, magistralmente plasmadas por el añorado Luis Eduardo Aute en su canción “Hemingway delira”. Se deja llevar por el ambiente de La Bodeguita del Medio o por la poesía de Nicolás Guillén. Verá también mulatas en todos los puntos cardinales, como cantará en “Habanera” de la mano de Mario Benedetti. Puede que hasta La Habana le recordara, con su malecón y su mar infinito, como a la impar folclórica Lola Flores, al Cádiz del Cortijo de los Rosales al que solía acudir a cantar cada verano español y andaluz, invitado por el empresario Antonio Martín de Mora.

Serrat se cruza aquella primera vez con el conjunto musical Rumbavana. Trae consigo su admiración por Bola de Nieve, por Los Van Van y por Elena Burke, con la que departe amistosamente. Y a su vez Serrat va a dialogar, ya como referente de una nueva canción, con otros muchos músicos en su visita a la Escuela Nacional de Arte, entre ellos Pablo Milanés, Vicente Feliú y Noel Nicola.

De aquella primera vez de Serrat en La Habana, en el Amadeo Roldán, queda el testimonio del cantautor cubano Amaury Pérez, que evocaba en un artículo aquel debut del cantautor en la isla. Llamativa la indumentaria, los músicos de esmoquin y Serrat con camisa de seda, pantalón de terciopelo rojo y unos botines chispeantes de cabritilla negra. Un año después, un jovencísimo Amaury Pérez estrecharía la mano del ídolo por intercesión del cantautor Carlos Puebla. Se iban estableciendo conexiones musicales de Serrat con la isla que propiciarían, pasadas las décadas, las dos entregas tituladas Cuba le canta a Serrat, compendio de hasta qué punto caló en Cuba la música de Serrat.

El periodista Miguel Ángel Masjuán evocará también aquellos ensayos de Serrat en el Amadeo Roldán, a los que se sumaron músicos cubanos. Destaca su perfeccionismo a la hora de controlar el escenario, el sonido, las luces. Abre sus conciertos con “Vagabundear”. Las mujeres le piden “Poema de amor”. Canta las “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández y “La saeta” de Antonio Machado y, en catalán, la tiernísima “Cançó per a la mevamestra” que grabará en Per al meuamic.

Todo está de su parte. Serrat ha llegado para quedarse. Además de los tres recitales en el Amadeo Roldán, le espera el domingo 13 de mayo un colmado Anfiteatro del Parque Lenin en recital gratuito. Serrat congregó a veinticinco mil personas. Llamaba la atención el escenario que flotaba sobre un embalse de agua. El periodista Luis Cino Álvarez dejó un bello testimonio de aquella noche que revelan hasta que punto aquellos recitales habaneros de Serrat fueron parte de la memoria vital y musical de mucha gente:

“(…) Estuve allí con un grupo de amigos. De ellos, sólo yo sigo en Cuba. Por entonces, tenía 17 años y atravesaba una de mis frecuentes rachas malas de aquellos tiempos. Alguno de ellos me prestó la ropa. Yo puse una botella, los cigarros y no recuerdo si algo más.

“Soñadores de pelo largo — no tanto como hubiésemos querido porque en el preuniversitario velaban celosa y milimétricamente por nuestra pureza ideológica — , sentados en los bancos de piedra del anfiteatro o despatarrados en la hierba, delirábamos con la poesía de aquellas canciones que aunque no tenían que ver con el rock que nos mataba, igual nos mataban, pero de envidia, por no ser nosotros sus autores, a pesar de que decían precisamente lo mismo que nos hubiese gustado decir a nosotros. Y dedicárselas a Reina, la gloriosa pelirroja del Cepero Bonilla, que estaba allí con nosotros (¿cómo no iba a estar?).

“Recuerdo que nos fuimos a pie, compartiendo los cigarros y la segunda o tercera botella de aguardiente de la noche, desde el Parque Lenin hasta más allá del paradero de La Fortuna, que fue donde logramos abordar una guagua (…) Su impacto en Cuba fue extraordinario. Saturados como estábamos por la avalancha del pop español con sus baladas ingenuas e inocuas, los textos poéticos de Serrat, su musicalización de los versos de Antonio Machado, Miguel Hernández y León Felipe, eran algo diametralmente distinto. Los cantautores nacionales acogieron como una revelación las impecables orquestaciones y la utilización de efectos teatrales en las presentaciones de Serrat. Hasta aquel momento, para todo el que cantara, acompañado a la guitarra, canciones medianamente inteligentes, parecía imposible escapar al influjo de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, los padres fundadores de la Nueva Trova.”

Después de los recitales habaneros llegará la gira por el interior, con recital en Santiago de Cuba y luego en Camagüey, cuya palma real citará en la canción “De árbol a árbol”, nuevamente a través de su acercamiento a la poesía del uruguayo Mario Benedetti. Serrat actúa en campamentos cañeros. Conversa con los trabajadores y se estrena como machetero. Se deja llevar por una pequeña comitiva cubana que le sirve de guía. En el albergue de la brigada Héroes de Bolivia canta a Atahualpa Yupanqui y “El testament d’Amèlia”, que había grabado en su disco Cançons tradicionals. También sorprende con una versión de “Na Catalina da Plaça”, un tema popular humorístico mallorquín que el grupo Los Bohemios había grabado en 1966. De la cosecha propia canta “Si la muerte pisa mi huerto” y “Aquellas pequeñas cosas”.

El final de la gira cubana será como cerrar un círculo, porque habrá concierto de despedida en el Amadeo Roldán, el sábado 18, en recital televisado. Antes de su regreso a Madrid pudo charlar con Nicolás Guillén para despedirse de la comitiva oficial que le había acompañado y agasajado, especialmente del Consejo Nacional de Cultura.

En 1973 Serrat se dejó cautivar por Cuba y el sueño revolucionario, visitó las escuelas en el campo y hasta presenció un partido de béisbol. Cuba fue una revelación de un tiempo febril de canciones que le salían a borbotones, en cuartos de hotel o en cualquier parte, frutos de su itinerante vida de músico trotamundos en el que nada de lo humano le podía ser ajeno, tomando buena nota de las lecciones aprendidas de Juan de Mairena. Aquel Serrat que convivía con sus músicos con mucha canción aún por delante, construyendo su propia revolución cantada en textos llenos de poesía que tenían el poder de detener el tiempo y de envolver emociones.

Ese mismo Serrat que, en 1976, tiempo de extrañamiento y exilio, cantará en sus recitales “No sé porqué piensas tú” del cubano Nicolás Guillén, con música de Horacio Guarany. Luego vendrían otras visitas a la isla, recitales como aquel en el teatro Karl Marx durante la gira de A vuelo de pájaro o aquellas sesiones fotográficas para el disco Cansiones donde nace el heterónimo Tarrés. Habrá también tiempo para desencantarse de muchas cosas, en la valija compleja de los sentimientos encontrados, porque no podía ser el mismo Serrat el que llega en 1973, soñador de pelo largo, que el que lo hace en el año 2000, en la cincuentena del escepticismo creciente. Pero todo ese fervor de aquella primera vez, ese fogonazo de aquella primera experiencia cubana, no cesará de acompañarle como parte fundamental de su memoria cantada.

Luis García Gil (Cádiz, España, 1974). Narrador, poeta y ensayista. Hijo del también poeta José Manuel García Gómez (Cádiz, 1930–1994). Colaborador en varios medios de comunicación de prensa escrita, radio y televisión local. Además de su obra poética destacan especialmente sus libros relacionados con la canción de autor dedicados a Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, Atahualpa Yupanqui, Jacques Brel, Luis Eduardo Aute, Víctor Manuel y Ana Belén, Javier Ruibal) y el cine (François Truffaut, Jean Cocteau, Carlos Saura). En 2013 dirigió la película documental Vivir en Gonzalo junto a Pepe Freire.

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