martes, mayo 11, 2021

Caballero Bonald, el autor de las mil vidas


 Caballero Bonald, el autor de las mil vidas

El poeta, novelista, ensayista, ejecutivo discográfico y Premio Cervantes 2012 ha fallecido, este domingo, a los 94 años

Por Nuria Usero Gómez - 11 de mayo de 2021

Foto : Caballero Bonald fue un poeta, novelista y ensayista de la Generación de los 50, además de ejecutivo discográfico. Foto: Instituto Cervantes @InstCervantes

José Manuel Caballero Bonald pertenecía a la conocida como Generación del 50, ese grupo de poetas hijos de la guerra que formaron el grupo más influyente de la poesía española desde la Generación del 27. De ellos, a Bonald le sobreviven Francisco Brines ―su vecino en Madrid―, María Victoria Atencia, Julia Uceda y Antonio Gamoneda; pero él también ha sobrevivido a otros muchos, como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente y Ángel González, su gran amigo.

El escritor nació el 11 de noviembre de 1926. Hijo de un cubano criollo y una madre con orígenes franceses, pero cuya familia estaba asentada en Andalucía desde mediados del siglo XIX. Pasó la Guerra Civil entre Jerez y Sanlúcar y estudió Náutica y Astronomía en Cádiz. Sin embargo, acabó dejándolo de lado por estudiar Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid, ciudad en la que se instaló en 1951. Fue justo ese año cuando ganó, con Las adivinaciones ―su primer libro―, el accésit del Premio Adonáis, el galardón que consagró a su generación.

Una de las personas más importantes en su vida fue Josefa -o Pepa, como la llaman sus amigos y familia- Ramis. Con ella se casó en 1960, y ese mismo año se trasladó a Bogotá como profesor de literatura en la Universidad Nacional. “Si la patria es lo que se ve desde la ventana de la casa donde uno vive a gusto, yo tengo varias patrias; unas más duraderas que otras: el Coto de Doñana, Jerez, Mallorca, Madrid, Bogotá… En Colombia, estuve tres años y allí escribí mi primera novela, tuve mi primer hijo. Me acuerdo mucho de esa patria mía. La que no me gusta nada es la patria de los patriotas españoles”, solía decir.

“La que no me gusta nada es la patria de los patriotas españoles”, decía Caballero Bonald.

Fue en esa misma ciudad donde, una vez consagrado entre los poetas jóvenes, dio el salto a la novela con Días de septiembre. Por esta obra, centrada en la sociedad estamental y clasista del vino de Jerez, recibió el galardón Biblioteca Breve de 1961. Sin embargo, acabó repudiándola por considerarla “demasiado deudora” de la estética social triunfante durante la posguerra. A pesar de ser considerado “el autor más barroco de su época”, él prefería obras como Ágata ojo de gato, en 1974, (galardonada con el Premio de la Crítica) o Campo de Agramante (1992).

En 2012, recibió el Premio Cervantes, y para celebrarlo le prestaron durante un año la llave de una bodega de Jerez, su ciudad natal, para que pudiera entrar cuando quisiera y con quien quisiera. También en su tierra crearon una fundación en su nombre y, aunque siempre le molestaron los “andaluces profesionales” ―prefería a los flamencos de pocas palabras que son capaces de mezclar sin aspaviento humor, malicia y bondad― terminó siendo profeta en su tierra.

Otras de sus múltiples facetas es la musical. En 1969, firmó el Archivo del cante flamenco, un álbum de seis discos y estudio preliminar grabado para la compañía Vergara. Para hacerlo, viajó durante dos años con la idea de rescatar las voces de maestros a punto de desaparecer. Durante los años siguientes, fue filólogo en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española y productor en Ariola, discográfica en la que se ocupó de los discos de una nueva generación de cantantes, entre los que se incluyen Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, María del Mar Bonet, Lluís Llach, Paco Ibáñez y Vainica Doble.

Fue su esposa, Pepa, la que, a las 8:08 h de la mañana de este domingo, dio la noticia de su muerte: “Se acabó”. Caballero Bonald dejó la vida pública mucho antes de la pandemia. El cáncer de piel que padecía le había producido lo que él llamaba “averías”, y no quería exhibirlas.

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