Los amores furtivos de la Casita Blanca.
En el día de Sant Jordi de 2000 pasaron por sus camas 33 parejas
El libro contable hallado tiene 335 páginas, una por día hasta noviembre del primer bisiesto del siglo XXI
HÉCTOR MARÍN@HMarin8
12/11/2016 04:30
Durante la Nochevieja que dio paso al nuevo milenio, mientras todas las multinacionales del mundo contaban con expertos informáticos preparados para un posible colapso llamado efecto 2000, el meublé (amueblado) más famoso de España hizo su mayor facturación del año: 1.061.100 pesetas (algo más de 6.000 euros de hoy). Una cantidad en la que ya están descontadas las 1.000 pesetas en comisiones para los taxistas por llevar a algunas de las 120 parejas que celebraron el cambio de año en el más legendario de los establecimientos en el que se alquilaban habitaciones por horas para que las parejas tuvieran sexo con todas las garantías de anonimato.
El 23 de abril del 2000, día de Sant Jordi, en el que los enamorados se regalan rosas y libros en Cataluña, la Casita Blanca facturó 282.650 pesetas. De las 33 parejas que aquel día se acostaron en el meublé decano de Barcelona, 24 llegaron en coche, una en moto, cinco en taxi y tres a pie, que entraron por la puerta trasera, la de la calle Bolívar.
Es infrecuente poder tener acceso a un libro de contabilidad de un meublé (la Casita Blanca en este caso), un espacio arraigado a la memoria histórica de Barcelona que ha generado literatura, abundantes leyendas urbanas, dos películas (una de Sílvia Munt; otra de Carles Balagué) y una canción de Joan Manuel Serrat. Atesora uno de estos volúmenes contables el Museu d'Història de Barcelona (Muhba). Es el único que pervive. Y su lectura, comprueba Crónica, es un viaje por el estilo y la conducta de la infidelidad de una Barcelona quizás hoy desaparecida.
Es indudable que a la Casita Blanca, antes de ser expropiada y derribada por el Ayuntamiento en enero de 2011, acudían también parejas estables, ya fuera por cumplir una vieja fantasía o por romper la rutina, pero la mayoría eran amores furtivos: un ejecutivo con su secretaria, la vecina del ático con el del tercero... Un buen meublé es un lugar en el que los infieles no verán ni serán vistos por otros. El término, que puede remitir a algo ilegal y trasnochado propio del siglo XX, es el origen de los actuales hoteles para parejas o Love hotelsen los que se practica sexo extraconyugal.
La condena de Al Capone fue su contable. Por evasión fiscal fue apresado y se supo todo. Ahora son unos viejos documentos de contabilidad los que muestran los secretos más inconfesables del gran nido del amor clandestino de la Ciudad Condal. Las hojas contables de la Casita están anilladas a un carpesano Centauro rojo. El tomo está descolorido. Recoge el tránsito al detalle de amantes durante 11 meses. Es la contabilidad del año 2000 -el último de las pesetas- de enero a noviembre. Tiene 335 páginas. A una por día de un año bisiesto en que faltaba el mes de diciembre. Es la impresión de un programa de contabilidad. La jornada está dividida en turnos de trabajo. En las casillas taxis, Bolívar, motos y coches está anotada con detalle la entrada de los clientes. La administración recoge también las categorías de las habitaciones alquiladas y las consumiciones del bar: la X (por xampany, champán) valía 3.000 pesetas, la W (whisky) salía por 1.200, la R (refrescos y cervezas) costaba 450 y una misteriosa B tenía un precio de 3.500. En la última columna estaba la recaudación. Funcionaba como un reloj suizo.
Barcelona recordará la Casita como un lugar de empleados hieráticos concentrados en proporcionar discreción a la aventura extramatrimonial de una noche. Un espacio donde un juego de cortinas permitía ocultar el coche antes de que un laberinto, con una secuencia de puertas, evitara que las parejas se topasen con nadie en los pasillos o el minúsculo ascensor. Una finca de decoración burguesa y aire señorial en la que los ceniceros llevaban el escudo de la empresa. Un establecimiento pulcro que ofrecía a sus clientes colonia sin olor para evitar que la fragancia pudiera delatarlos en casa. El objetivo era que el visitante tuviera certeza de la intimidad. Tanto confiaba el cliente en el local, que el negocio duró un siglo tras sobrevivir a la Guerra Civil y al franquismo.
Era un negocio que empezó como marisquería con derecho a siesta o lo que se terciara. Mientras en la primera planta se degustaban mejillones a la marinera, las parejas se echaban en las camas de la segunda tras la comilona. El mítico edificio, ya sin marisco, fue construido en 1912. "La revolución tiene el Fossar de les moreres, el artu tuvo y vuelve a tener al Liceu, el amor inconfesable tiene la Casita Blanca", escribió un cronista barcelonés de la época. La frase quedó recogida en la página web del establecimiento, que sigue operativa y redirige a otros meublés y hoteles.
Mediodías y tardes eran las franjas más animadas de lunes a jueves, según el libro. Pero la verdadera euforia se desataba durante las noches del fin de semana. Los viernes y sábados la actividad del juego de tres botones de la mesilla de noche -para pedir algo al camarero, para salir, para solicitar un taxi- se trasladaba de la hora de la comida a la de la cena. Dos turnos se juntaban en uno durante las horas centrales del día en el fin de semana, de poca actividad. El precio de la habitación era, el año 2000, de 4.700 pesetas, menos que en un hotel. Existían cartones promocionales que, una vez sellados varias veces, proporcionaban un descuento de 2.300 pesetas.
La recaudación caía en picado los domingos. Las tardes de futbol no fueron especialmente fuertes para el centenario negocio en sus últimos coletazos. Aunque no siempre fue así: hubo un tiempo en el que un panel informaba de los resultados de la jornada de Liga para que los maridos, al volver a cenar a casa los domingos, pudieran decir a sus mujeres: "¡Ha ganado el Barça con un golazo de Kubala!".
El sábado del clásico Barcelona-Real Madrid del 21 de octubre del 2000, en el que Luis Figo volvió al Camp Nou como rival y se le dio la bienvenida con una cabeza de gorrino, 174 parejas pasaron por la Casita y la caja superó las 721.500 pesetas, incluidas propinas (6.900) y consumiciones (78.750), según averiguó el cronista barcelonés Carles Cols. El libro de contabilidad demuestra que en los meublés conviene llevar las cuentas con pulcritud para evitar problemas con el fisco y daños colaterales: si se publica que Hacienda los investiga, puede que haya clientes que dejen de aparecer por temor a toparse con un inspector. El volumen de la Casita fue localizado por trabajadores del Muhba.
Entraron con linternas en la oscuridad del inmueble, ubicado cerca de la plaza Lesseps, en el distrito de Gràcia. Era el 4 de abril de 2011. Encabezaba la incursión Josep Bracons. Las habitaciones estaban desvencijadas. Faltaban grifos, colchones, pantallas de televisión, piezas que aparecieron después a la venta en el mercado de los Encantes. Lo mejor se lo habían llevado propietarios y trabajadores. Tras atravesar un espacio laberíntico, se encontraron en el sótano el taller de mantenimiento. Prácticamente, una ferretería: "Casillas y etiquetas de todos los recambios posibles para reparar cualquier avería sin tener que llamar al fontanero del barrio y evitar el riesgo de que cotilleara sobre lo visto", relata Bracons. Iban en busca de objetos para la colección de actualidad del museo. Se centraron en los porticones de la finca, iconos de la discreción y estimuladores de la imaginación del transeúnte. Sin suerte. Cuando ya parecía que habían perdido el viaje, ocurrió lo impensable: accedieron a las oficinas de la Casita y, entre sacos de documentos de papel pasados por la trituradora por orden de los dueños, hallaron un libro olvidado de contabilidad.
Poco se conoce de la sociología del cliente del meublé más famoso de Barcelona. Manda la discreción. Se dice que en su mayoría eran de mediana edad y clase media-alta pero lo único que se sabe con certeza es que, tras el fin de la actividad, algunos siguieron acudiendo durante semanas al establecimiento para alquilar una habitación porque ignoraban que el Ayuntamiento lo había cerrado. El solar de aquella finca lo ocupan hoy un parque y un mural, sin honores para un espacio inolvidable.
El volumen del histórico meublé rescatado por el museo supone el fin de una época. En Barcelona, que concentra el mayor número de este tipo de establecimientos en nuestro país, destacan ahora los meublés El Regàs, La Paloma y La França. Pero el hallazgo de las cuentas de La Casita, tras el cierre de El Pedralbes por dificultades económicas, es el epílogo a un tiempo de mitad del siglo pasado en el que eran habituales los atracos a meublés por la sencilla razón de que nadie denunciaba: el bandido sorprendía al hombre en calzoncillos en brazos de su amante.
'Y en sus pasillos extravió unos calzoncillos'
(Letra de la canción de Joan Manuel Serrat)
En ese abrevadero
amable y romántico,
el amor fue amo y señor
y hoy bajo su alero
no anidan más pájaros
que las palomas donde da el sol. /
Quizá le llamaban La Casita Blanca
por tener terraza de sábana inquieta
o quizá porque
el amor furtivo
tiene ojos de amigo
y pluma de poeta
y en sus pasillos
extravió unos calzoncillos. /
Cuidó gentilmente
y por un precio módico
aquel desliz madrugador,
cuando ella con la compra
y usted con el periódico
desayunaban incierto amor
o cuando una boca murmuró al oído
el lenguaje tibio de la ropa blanca. /
Cuando los bolsillos
rebosaban besos.
La Casita Blanca
le proporcionaba
algo discreto
donde encerrar un secreto. /
Un mundo de espejos
a media luz pálida
y un perfume familiar
que se acurrucan contra
la puerta metálica
que ha clausurado la autoridad. /
Los vecinos hablan... Las brujas retozan...
y un par de pichones huye al descampado
y un viejo ex cliente,
pura sensatez,
hace bloques de
pisos amueblados
en un tono rosa. /
Pero aquello era otra cosa.