Posiblemente sea el más famoso de los bodegueros gallegos. Por su personalidad y por la de su vino, que se llama como él.
Emilio Rojo (el vinicultor) es un ingeniero que abandonó su carrera en una multinacional tecnológica por los lentos ciclos naturales de las viñas.
El otro Emilio Rojo (el vino) es un ribeiro blanco tan exclusivo que roza lo mítico, en sentido estricto: se da por hecho que existe, aunque muy pocos lo han probado.
Es uno de los personajes del vino en la actualidad: Emilio Rojo se autocalifica como un vinicultor. Explota tan solo una hectárea y media para un vino que se vende a más de 30 euros la botella. Hace unos meses no le dejaron entrar en el restaurante Ramses, en Madrid, por calzar zapatones de gore-tex. Se dio media vuelta sin identificarse como el autor de uno de los exquisitos caldos que ofrecen en la carta.
Hace unos meses al vinicultor Emilio Rojo no le dejaron entrar en el restaurante Ramses, en Madrid, por calzar zapatones de gore-tex. Se dio media vuelta sin identificarse como el autor de uno de los exquisitos caldos que ofrecen en la carta.
El pasado mayo uno de sus contados clientes lo telefoneó para encargarle cinco cajas de vino y para saber si entrarían en un coche pequeño. "Sólo le podía vender tres y esa cantidad cómo no iba a caber, por muy pequeño que fuese el coche. Llegó con un Ferrari imponente y las tres cajas fueron como dios en el asiento del acompañante. Que lleguen así a buscar el vino da cierta moral". El "pez gordo" insistió para llevarse las cinco cajas, pero tuvo que contentarse con las tres que le ofrecía.
"Mi historia es dimensionada. Debo de ser el único cosechero que no ha aumentado la producción. Yo no soy empresario". Emilio Rojo trabaja una hectárea y media de viñedo y embotella entre 600 y 800 cajas al año. "Es un trabajo minifundista. Me ayuda algo Julia, mi mujer, cuando puede. A veces me echa una mano una persona de aquí. No quiero aumentar la producción. Implicaría contratar a gente y me gusta controlar todo el proceso. Incluso quiero reducirla. Mi ideal sería hacer sólo una botella al año y sacarla a subasta", comenta en la puerta de su bodega en Arnoia, mientras explica la cara de sorpresa que se llevaron unos amigos de su importador americano cuando le explicó cómo era su embotelladora. La apariencia del galpón no hace presagiar que allí se prepare un ribeiro que luego será servido en los mejores restaurantes del mundo y tiene como cliente a la Casa Real.
Emilio Rojo es un tipo peculiar. Nacido en Arnoia en 1952, hijo y nieto de molinero, en 1987 decidió abandonar su trabajo como ingeniero de telecomunicaciones en la Siemens y prescindir de un salario de 600.000 pesetas a pesar de que su padre le preguntaba si estaba borracho. "Abandoné Madrid y el trabajo por el estrés. Mi padre era cosechero a granel y vi en el tema del vino una salida elegante. Ni siquiera bebía vino. Era más de gin-tonic y de cerveza. Pero le metí mucha fuerza y lo proyecté en sitios buenos. Digamos que fui un buen camello de estos blancos".
En los comienzos él mismo era el que transportaba el vino en su furgoneta. "Es algo que me encanta porque es el último viaje que haces después de tanto trabajo. Ahora sólo se lo llevo a los que me pagan al contado. Por cierto, Joan Manuel Serrat me debe dos cajas de vino. Le envié una carta diciéndole que me pagase una y que la otra se la cambiaba por una de sus vinos y no me ha contestado". Rojo suelta la pulla entre risas. "Escríbelo, escríbelo. A ver si me paga".
La mayor satisfacción que ha recibido este "cosechero", como se define, no llevaba la firma de un afamado crítico ni fue por tener entre sus clientes a El Bulli, Arzak y otros monstruos del arte culinario. "Hace poco me llamó una amiga que se acaba de operar de cáncer. Me dijo que estaba compartiendo mi vino con el equipo médico para celebrar que todo había salido bien. Me gustó haber servido para celebrar la vida".
En esa botella iba el modelo vital de un hombre que cambió el estrés por tranquilidad a orillas del río Avia. "Pero aquí también te estresas aunque a veces sea por gilipolleces. Es mucho trabajo porque lo hago yo todo y no tengo ni tractor". Entre mayo y septiembre le entrega al viñedo todas las horas de sol del día. Desde mediados de septiembre hasta que pasa el Pilar, la época de la cosecha, duerme en un colchón en la bodega para cuidar a la criatura que está gestando. En invierno, con la caída de la melancolía, se va un mes de vacaciones por el mundo. "Creo que nos vamos a ir dos porque sale más barato que llenar el depósito de la calefacción".
Su vino de autor, "de cosechero, de minifundista", matiza, cuesta más de 30 euros. (En agunos mercados el precio es de u$s 150 la botella (N. de la R. de Diario del Vino) "No es caro si se tiene en cuenta el precio de un cubata". Otra cosa es conseguir una caja adicional a las que él ha decidido vender a cada cliente (Fuente: ElPaís.es).
Información de: http://www.diariodelvino.com/
Imagen de Google
Es uno de los personajes del vino en la actualidad: Emilio Rojo se autocalifica como un vinicultor. Explota tan solo una hectárea y media para un vino que se vende a más de 30 euros la botella. Hace unos meses no le dejaron entrar en el restaurante Ramses, en Madrid, por calzar zapatones de gore-tex. Se dio media vuelta sin identificarse como el autor de uno de los exquisitos caldos que ofrecen en la carta.
Hace unos meses al vinicultor Emilio Rojo no le dejaron entrar en el restaurante Ramses, en Madrid, por calzar zapatones de gore-tex. Se dio media vuelta sin identificarse como el autor de uno de los exquisitos caldos que ofrecen en la carta.
El pasado mayo uno de sus contados clientes lo telefoneó para encargarle cinco cajas de vino y para saber si entrarían en un coche pequeño. "Sólo le podía vender tres y esa cantidad cómo no iba a caber, por muy pequeño que fuese el coche. Llegó con un Ferrari imponente y las tres cajas fueron como dios en el asiento del acompañante. Que lleguen así a buscar el vino da cierta moral". El "pez gordo" insistió para llevarse las cinco cajas, pero tuvo que contentarse con las tres que le ofrecía.
"Mi historia es dimensionada. Debo de ser el único cosechero que no ha aumentado la producción. Yo no soy empresario". Emilio Rojo trabaja una hectárea y media de viñedo y embotella entre 600 y 800 cajas al año. "Es un trabajo minifundista. Me ayuda algo Julia, mi mujer, cuando puede. A veces me echa una mano una persona de aquí. No quiero aumentar la producción. Implicaría contratar a gente y me gusta controlar todo el proceso. Incluso quiero reducirla. Mi ideal sería hacer sólo una botella al año y sacarla a subasta", comenta en la puerta de su bodega en Arnoia, mientras explica la cara de sorpresa que se llevaron unos amigos de su importador americano cuando le explicó cómo era su embotelladora. La apariencia del galpón no hace presagiar que allí se prepare un ribeiro que luego será servido en los mejores restaurantes del mundo y tiene como cliente a la Casa Real.
Emilio Rojo es un tipo peculiar. Nacido en Arnoia en 1952, hijo y nieto de molinero, en 1987 decidió abandonar su trabajo como ingeniero de telecomunicaciones en la Siemens y prescindir de un salario de 600.000 pesetas a pesar de que su padre le preguntaba si estaba borracho. "Abandoné Madrid y el trabajo por el estrés. Mi padre era cosechero a granel y vi en el tema del vino una salida elegante. Ni siquiera bebía vino. Era más de gin-tonic y de cerveza. Pero le metí mucha fuerza y lo proyecté en sitios buenos. Digamos que fui un buen camello de estos blancos".
En los comienzos él mismo era el que transportaba el vino en su furgoneta. "Es algo que me encanta porque es el último viaje que haces después de tanto trabajo. Ahora sólo se lo llevo a los que me pagan al contado. Por cierto, Joan Manuel Serrat me debe dos cajas de vino. Le envié una carta diciéndole que me pagase una y que la otra se la cambiaba por una de sus vinos y no me ha contestado". Rojo suelta la pulla entre risas. "Escríbelo, escríbelo. A ver si me paga".
La mayor satisfacción que ha recibido este "cosechero", como se define, no llevaba la firma de un afamado crítico ni fue por tener entre sus clientes a El Bulli, Arzak y otros monstruos del arte culinario. "Hace poco me llamó una amiga que se acaba de operar de cáncer. Me dijo que estaba compartiendo mi vino con el equipo médico para celebrar que todo había salido bien. Me gustó haber servido para celebrar la vida".
En esa botella iba el modelo vital de un hombre que cambió el estrés por tranquilidad a orillas del río Avia. "Pero aquí también te estresas aunque a veces sea por gilipolleces. Es mucho trabajo porque lo hago yo todo y no tengo ni tractor". Entre mayo y septiembre le entrega al viñedo todas las horas de sol del día. Desde mediados de septiembre hasta que pasa el Pilar, la época de la cosecha, duerme en un colchón en la bodega para cuidar a la criatura que está gestando. En invierno, con la caída de la melancolía, se va un mes de vacaciones por el mundo. "Creo que nos vamos a ir dos porque sale más barato que llenar el depósito de la calefacción".
Su vino de autor, "de cosechero, de minifundista", matiza, cuesta más de 30 euros. (En agunos mercados el precio es de u$s 150 la botella (N. de la R. de Diario del Vino) "No es caro si se tiene en cuenta el precio de un cubata". Otra cosa es conseguir una caja adicional a las que él ha decidido vender a cada cliente (Fuente: ElPaís.es).
Información de: http://www.diariodelvino.com/
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Verena