La cabalgata Serrat
nov.1984
10 días, 7 estadios y 140 mil personas.
De aquel catalán que allá por 1969 llegó a la Argentina por primera vez, y cuyo nombre para unos pocos sabía a hierba y para la gran mayoría a nada, a éste que hoy juega al truco, toma mate y habla de escolaso en sus canciones, hay tanta diferencia como la que hay entre aquel breve y tímido show en los Sábados Circulares de Mancera y sus hoy fastuosos recitales de estadios desbordantes.
Golpe a golpe y verso a verso, en estos quince años la figura de Joan Manuel Serrat se fue apropiando de los argentinos, y los argentinos de su figura. Y ya nadie sabe cómo ni cuándo fue que empezó, pero lo cierto es que hay un fenómeno Serrat que, poco a poco, deja de ser fenómeno para convertirse en un hábito. Un hábito más como el truco, el mate y el escolaso.
En junio de 1983 Joan Manuel Serrat volvía a la Argentina después de ocho años desde su última presentación en Buenos Aires, allá por 1975. Y fue entonces cuando, tanto él como los argentinos, vieron hasta qué punto había crecido el fenómeno Serrat. Volvía para hacer cuatro recitales en el teatro Gran Rex, pero no bastaron y entonces se organizaron tres Luna Park, que tampoco fueron suficientes como tampoco lo fueron los tres Luna Park que se sumaron a los tres primeros y que, aún así, hizo falta un Vélez Sarsfield en donde, la multitud que unos días antes había agotado las entradas se quedó sin entrar porque una lluvia inoportuna les negó el show y los obligó a esperar más de un año. Pero el fenómeno Serrat era ya indiscutible: su long play, En tránsito, llevaba vendidos 120.000 placas y Cada loco con su tema, iba en camino a sus primeros 60.000 discos. La lluvia había podido con el show, pero no con el mito.
Su público esperó y, un poco más de un año después, en octubre de 1984, Serrat estaba de vuelta en la Argentina. Partiendo de un recital en la cancha de Estudiantes de La Plata (13.000 personas) el catalán empezaba un periplo que seguiría con cuatro Luna Park (46.000) Rosario (11.000), Córdoba (9.000), Tucumán (7.000), Salta (6.000) y todavía faltan Mendoza, Río Cuarto, Mar del Plata, Bahía Blanca, Neuquén, y dos Vélez Sarsfield el 17 y 18 de noviembre, uno de los cuales ya agotó sus 25.000 localidades.
¿Pero quién es este catalán de 40 años, natural de Barcelona, que llena estadios criollos de criollos que aplauden y criollas que suspiran? Eso es lo que SOMOS trató de averiguar durante los cuatro días que convivió con él en su paso por Córdoba y Tucumán, paseando con él por Carlos Paz y El Cadillal, compartiendo su camarín, sus amigos, su mesa, su vino, su buen humor y sus malas lunas.
Serrat y la política
Porque éste, así como el fútbol, es uno de sus temas preferidos. Gran lector de diarios, no rechaza el tema ni escatima opiniones que son "mi punto de vista, nada más que mi punto de vista'', aclara siempre. Y cuando de la Argentina se trata, se entusiasma más que nunca: "Si cuando volví me hubiesen dicho que esto se parecía a la época del posfranquismo en España, hubiese dicho que no, que no tenía nada que ver. Pero a medida que pasan los días, que voy viendo, oyendo y caminando, me parece que sí, que puede ser. A pesar de que lo que ocurrió en España, durante 40 años no es lo mismo que pasó acá, también acá aparece esa ilusión extraña que hay cuando se empieza a salir del agujero, esa esperanza rápida, como lo es también la desesperanza. Pareciera una facilidad grande a quedarse prendado de alguna cosa y una gran facilidad para desilusionarse sin siquiera haberse tomado el tiempo para posesionarse de aquellas cosas con las cuales uno se ilusionó. Una época donde hay mucha duda y mucha contradicción, a nivel político y de la calle, y por eso uno se encuentra con alianzas políticas absolutamente kafkianas, ¿no? Claro que también se nota que hay una situación muy emotiva en la que la gente tiene muchas ganas de enfrentar el futuro, y entonces se ve una Argentina que trata de olvidar su pasado, de taparlo, de perder la memoria. Pero hay otra Argentina muy grande a reconstruir, y no sólo en el plano económico. Por otra parte, parece que la gente se replegó un poco, que perdió un poco la confianza. A lo mejor Alfonsín salió con poco tiempo de unas elecciones internas muy duras y no pudo prepararse del todo para las elecciones generales, y tal vez eso le pesa un poco hoy en su manejo de la política nacional, porque sus movimientos están condicionados al movimiento de los demás. Pero, claro, es un punto de vista, mi punto de vista". L
Serrat, el jefe
Este es otro Serrat, el que trabaja abajo del escenario, que controla el sonido, las luces, que da órdenes sin que nadie se dé cuenta, porque maneja la seducción y no la autoridad, camina entre su gente, se acuerda de que a aquél, ayer, le dolía una muela y pregunta por esa muela o por la mujer de aquel otro.
Pero a ese Serrat lo cuentan, mejor que nadie, quienes lo llaman el jefe, como su secretario, Claudio Gelemur: "Es un tipo diferente —dice—, el Serrat que come conmigo, que habla conmigo, que juega al fútbol conmigo yo lo veo chico, lo veo chueco, con los hombros caídos, y en cambio el que sube al escenario lo veo atlético, grande, intocable, yo siento que no lo puedo tocar, me da temor hablar. A ese Serrat le tengo miedo. En cambio cuando baja del escenario es Juan, con el que se puede hablar, contarle chistes, reírme con él. Como jefe es muy profesional, es una estrella, sí, pero como ha pasado por todas, como conoce el trabajo de todos los que están alrededor de él, comprende bien, con alguna que otra bronca, pero muy humano. Claro, a lo mejor grita, y grita con bronca, pero en seguida pide disculpas, porque sabe de su carácter fuerte. Hay gente que tiene poder, y él es un hombre con poder, y como tal sabe manejar a la gente sin necesidad de mandonearla, y se da cuenta en qué momento tiene que levantar la voz, pero siempre con calidad''.
Chiche Aisemberg, su manager en la Argentina, dice que "Juan es un fuera de serie, yo no puedo hablar de él porque lo quiero, porque soy su amigo. Es un tipo muy porteño, muy gamba, porque no te puedo decir que es pierna, porque es gamba. Aun cuando se enoja, es el tipo que te ve preocupado por algo y se acerca y te dice: 'No te preocupes, ya se va a arreglar', y si no se arregla no pasa nada. Y claro, se enoja con las estupideces, con las pequeñas cosas y no con las grandes, supongo que para no hacerte sentir mal a vos, entonces estalla por las pequeñas cosas, pero claro, yo no te puedo hablar de él porque para mí es un amigo querido y todo lo que te diga de él está cargado de subjetividad''.
Y otro que comparte trabajo y escenario con él es Ricardo Miralles, su arreglador musical. Porque siempre hay un día, allá en Barcelona, en que Serrat llama a Miralles y le informa que hay una canción nueva y que hay que trabajar. "Entonces yo —cuenta Miralles— la escucho durante algunos días, y nos encerramos juntos durante el tiempo que sea necesario y vamos viendo. Ahora ya no nos peleamos más, pero hace unos años discutíamos bastante, cuando éramos más jóvenes. Claro que yo con él trabajo muy tranquilo y nos respetamos mucho, porque además él nunca hace una canción que no me guste, y a él suele pasarle lo mismo con mis arreglos."
Serrat, el artista
Este es el que confiesa que no hace canciones sino que se las saca de encima: "Cuando termino una canción me siento liberado. No cuando la termino sino cuando la doy por terminada, porque hago lo que puedo, lo poco que sé, y me manejo con la idea de lo que no puedo hacer, y entonces la doy por terminada, porque algún día la tengo que cantar". Es el Serrat que empieza garabateando sus temas en cualquier papel y que los termina a máquina ''con dos dedos, porque no sé escribir a máquina pero la necesito, porque más de una vez, cuando escribo a mano, no me entiendo la letra".
Y entonces, un buen día, el artista debe subir al escenario. La hora del recital se acerca, su camarín tiene la puerta abierta y la gente va y viene, le habla, le cuenta chistes y él los festeja mientras fuma o toma wisky, esperando la hora de salir al ruedo. Falta menos de media hora y busca su guitarra y, como pasó en el vestuario del Chateau Carreras, empieza a recordar 'Pobre gallo bataraz' aquella milonga de Gardel, pero entonces recuerda un chiste y lo cuenta, y esta vez es un chiste de gallegos. Alguien dejó un mate y un termo cerca de él y se pone a cebar y dice: "Me gusta, me gusta, esto del mate me gusta". Pero entonces Aisemberg le dice: "Juan, son las nueve'', y Juan se pone de pie y, batiendo palmas, desaloja el camarín y cierra la puerta. Adentro quedó Juanito, pero para cuando la puerta se vuelva a abrir, el que salga será Joan Manuel Serrat, tal como lo cuenta Claudio Gelemur, atlético y seguro, abriéndose paso con los brazos pese a que no hay nadie, delante con los ojos fijos en el escenario, sin ver a nadie, creciendo a cada paso a la par de la ovación que sube y que lo envuelve y que sólo se apaga cuando él empieza a cantar.
Serrat, el otro
Claro que todos estos Serrat conviven, son y se nutren del otro, ese catalán de 40 años que fuma, tose y se despeina. El que es capaz de pasar horas hablando de cepas y de vinos: "Porque algún día me gustaría tener una viña. Ahora tengo un campito con algunos animales, pero sabes qué pasa, que el vino es algo que te permite más creatividad, puedes mezclar, probar, y entonces tienes un vino propio, bueno o malo pero tuyo''.
Es el Serrat que busca la buena mesa, que se desvive por las achuras y que no tiene problemas en usar tenedor y cuchillo mientras resulten eficaces, pero si la cosa se complica y el pedazo de chivito parece de primera, entonces no trepida y se va a las manos, lo despedaza con los dedos y con los dedos, busca las papas fritas, la ensalada, el pan, y vuelve a los cubiertos y ahora tiene un escarbadiente en la boca, lucha con algo allá atrás, en la última de sus muelas, termina una botella de agua mineral y cada tanto busca su copa de vino y no toma, bebe, saborea.
Ingenioso, rápido, cargador, es el Serrat al que no le preocupa la ropa, que anda todo el día en zapatillas (incluso en el escenario), que después de cuatro días de caminar y hacer fotos con SOMOS dijo: "El próximo viaje me traigo otra campera, ya salí en todas las fotos con la misma. . . parezco Ubaldini". Es el que en el estadio de San Martín de Tucumán, faltando media hora para el recital, consiguió una pelota de fútbol y armó un mete-gol-entra contra uno de los arcos y pedía todos los centros, y buscaba el cabezazo abriéndose paso con los codos, gritando y enojándose cuando no se la daban o se la daban mal.
En medio de un almuerzo en una parrilla tucumana, desde los parlantes, empezaron a bajar sus canciones mientras subía el volumen. Entonces llamó al mozo y le dijo: "Podría usted sacarme a este tipo que ya no lo aguanto''. Pero la música siguió y entonces llamó al mismo mozo y le dijo: "Oiga, maestro, que no lo aguanto en serio", y entonces sacaron la música:' 'Ahora sí se puede comer, eh".
Es el Serrat que no deja que nadie le ponga queso a sus ravioles, porque "yo se los pongo de una manera especial", casi casi uno por uno, mientras los va comiendo. Es el que disfruta tanto mirando lagos y montañas como buenas mujeres, el que carga a todos y se deja cargar, el que cuando se equivoca en la letra arriba del escenario, se da vuelta y le guiña un ojo a Miralles como si estuviese abajo de ese escenario. El Serrat de las malas palabras y los chistes verdes, el que cuando se ríe, se ríe a carcajadas, y cuando se pone serio escatima palabras. Es ese Juanito capaz de "orinar en mitad de la vereda y que se mofa de cuestiones importantes", pero que todavía hoy, de tanto en tanto, por aquellas pequeñas cosas, se esconde detrás de la puerta y llora cuando nadie lo ve.
Daniel Ares
Investigación: Horacio Fernández
Fotos: Gerardo Horovitz
Desde que llegó por primera vez en 1969, todavía más delgado y enfundado todo de negro, Joan Manuel Serrat ha seguido sumando seguidores, sin perder ninguno mientras le agregaba colores a su ropa.
Desde mi madre, doña Carmen, que suspiraba por sus discos, hasta mi hijo, que lo mezcló desde su infancia con Los Beatles, pasando por mi mujer, lógicamente, todos fueron de la primera hora y lo siguen siendo. Por algo su repertorio es perenne, agrega pero no le quita. Desde 'Tu nombre me sabe a hierba' a 'Cada loco con su tema'.
Creo que su éxito entre los adolescentes de cualquier edad (lo somos un poco todos) responde al mismo mecanismo de popularidad crónica de Hermann Hesse. Como el pacifista alemán, que se quedó sin ciudadanía por defender la paz, es un inconformista, no le gusta el poder ni los poderosos, en su vida y en sus temas el dinero no importa, es un vagabundo enamorado de perder el tiempo con los amigos en Fechoría o en un bar de Barcelona. Y por último, pero no menos importante, es un romántico impenitente. Aunque les reviente mutuamente, el identikit del seductor español es una moneda de dos caras: Joan Manuel y Julio Iglesias. Aunque el catalán sea un "hombre de izquierdas" y el madrileño no. Pero uno y otro, aunque con libretos tan opuestos, son impensables sin la mujer de por medio y en el medio.
El dato distinto no sólo es político sino que Serrat, desde sus estudios secundarios junto al campo, comprende la alternativa dramática de la ecología. Por eso lucha por la vida del Mediterráneo o pronuncia la bella plegaria de "Padre" cuando la tontería humana atenta contra el bosque y los peces. Y todo esto, el amor o la vida, lo comprenden sin necesidad de analizarlo sus admiradores.
Horacio de Dios
El machismo, la timidez, el trabajo...
-¿Por qué Serrat prendió tanto en el público argentino?
—Yo no creo que sea una cuestión de canciones solamente. Lo más seguro es que nos parezcamos en algo, quiero decir, los argentinos y yo. A lo mejor fue en la forma de vivir las cosas y en las cosas que vivimos. Yo creo que me fui enamorando de a poco de la Argentina desde que la conocí, allá por el año '69. La relación que yo tengo hoy con la gente de aquí no tiene nada que ver con la que tenía en el 69 o el 70 o el 71. . . Supongo que tanto el contacto como la ausencia nos han integrado mucho.
-Bien, pero además estás cada día más porteño.
—Sí, sí, y me encanta.
-Claro que los porteños, por lo general, suelen ser machistas. ¿Vos sos machista?
—Bueno, creo que no. . . yo no diría que soy un hombre machista, lo que sí diría es que bueno, que tengo que responder a una educación y una cultura de la que formo parte. Pero no creo que el machismo sea un buen elemento como para andar con él, porque es algo despectivo hacia la mujer, y yo no siento nada por el estilo, ni individual ni colectivamente ejercito este desprecio. Lo que sí puedo tener es una relación entre amigos, franca, y discutir de política, fútbol y caballos todos juntos y jugar a las cartas y tomar unos vinos, nada más, pero no me considero machista, no, absolutamente. . . bueno, quizá un poquito, ¿eh?
-Eso ya te acerca a los porteños.
—Eso y otras cosas.
-Discepolo, por ejemplo.
—Sí, sí, a Discepolo lo encuentro maravilloso.
Sin embargo, tus canciones parecen tener una mayor dosis de esperanza que la que tenía Discepolo.
—Bueno, es que uno siempre es un poco desesperanzado, pero lo que pasa es que la nostalgia existe siempre, como una nostalgia hasta del presente mismo, de las cosas que están ocurriendo mientras uno ya siente nostalgia por esas cosas. Pero no creo que todo el tango sea nostalgia, ni todo porteño es tango, ni todo argentino es porteño, ¿no?
-¿Y cómo vive Serrat, el hombre, el otro, esos días que se levanta mufado y sin embargo está obligado a seguir siendo Joan Manuel Serrat?
—Pues supongo que los vivo mal, con una actitud que no sería la mejor para los que están conmigo ni la mejor para mí. De la misma manera que uno se pelea con esos días con bastante estupidez. Lo que pasa es que todo esto responde a unos mecanismos que, como si fuera una represa, acumulan, acumulan y finalmente se abren y bueno. . . que mejor que te corras.
-¿Eso te convierte en un jefe duro?
—Lo que pasa es que no tengo ninguna necesidad de ser autoritario. El problema para entenderse con la gente termina cuando tú conoces las dificultades de su trabajo, cuando ves lo difícil que es hacer su trabajo y los inconvenientes con que uno tendría que enfrentarse, entonces y recién entonces empiezas a tener una relación mucho más fluida. Yo personalmente tengo que reconocer que la gente con la que trabajo sabe perfectamente qué es lo que tiene que hacer y entonces nadie levanta la voz. Pero debo reconocer que el equipo con que trabajo está formado por gente excelente y, a lo mejor, mi única virtud fue mantenerlos cerca, pero fue la vida la que me los puso al lado.
-Pero te cuesta comunicarte con la gente cuando recién la conoces, ¿no?
—Sí. sí, me cuesta bastante. Debe ser mi ascendencia catalana, ¡bah!, eso dicen, pero no creo en eso; dicen también que eso es por ser capricorniano, pero tampoco creo en eso.
-¿Entonces?
—A lo mejor es por timidez, en eso sí creo, porque todo el mundo es tímido: el que lo dice y el que no lo dice, el que juega con eso y el que no, pero todos somos tímidos.
-¿Estás cansado de viajar?
—No, no eso no me cansa, al contrario, me gusta, porque viajar me ha hecho conocer el mundo, conocer las personas, me ha hecho ver la vida más en directo y sobre todo me ha hecho entender que aquellas cosas que yo no comprendía, que me parecían raras, no eran más que mi propia ignorancia. Y porque conociendo esas cosas uno puede llegar a querer a la gente que antes no quería. No, viajar no me cansa, qué va.
-¿ Y cuando viajas, qué es lo que más extrañas?
—Bueno, mis hijos, por supuesto, pero bueno, yo sé que voy a viajar y sé que los voy a extrañar, así que ése es un sentimiento que ya llevo incorporado. Y extraño mucho mi casa, mi mujer, mi gato, mis cuatro chiches. . .
-¿Y es por eso que hablaste de retirarte por un par de años?
—No, no, no, por empezar yo dije un año, y no dije retirarme, dije dejar de subirme a un escenario. Incluso hasta esto ya tengo en dudas, porque no creo que sea capaz de estar un año entero sin subirme a un escenario. Dije esto en un momento en que estaba cansado, y lo que ocurre ahora es que, siguiendo con la misma gira, sin descansar me estoy encontrando otra vez muy bien. Es como si hubiese corrido el Nacional y en el poste de los 1.500 me hubiera faltado caballo, y al salir del codo hubiera salido otra vez volando.
Daniel Ares
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