Joan Manuel Serrat
La voz de los 60
El 27 de diciembre cumplirá sesenta años. Y Joan Manuel Serrat pasará el aniversario con su tarea más titánica a la fecha: "Serrat sinfónico", su antología personal orquestada. Sólo una vez usa la expresión "joder" aquí: cuando escucha la palabra "lujo". "Que te pongan en el Aconcagua con un helicóptero no tiene ningún mérito. El mérito lo tiene el subirlo".
David Ponce, desde Barcelona.
(11/12/2003)
Es la hora del momento inesperado de la noche. Como quien se sube al metrobús antes de que salga del paradero, o como quien entra a la cabina del transporte escolar para empezar el viaje, así trepa a este bus con el motor en marcha y se para al comienzo del pasillo Joan Manuel Serrat. Como quien va a pagar la micro.
“Sólo he venido a despedirme. Buenas noches”, saluda. Termina un estreno mundial: “Serrat sinfónico”, el concierto de canciones orquestadas del autor catalán ha sido presentado el miércoles 3 de diciembre de 2003 en el Palau Sant Jordi ante 17 mil personas -al día siguiente vendrán otras tantas- y en este bus van desde invitados como Ana Belén y Víctor Manuel hasta empresarios y periodistas sudamericanos. Gente que luego volverá a Madrid, Buenos Aires o Santiago de Chile.
El anfitrión es el único que no tiene que ir tan lejos para volver a su casa. Serrat juega de local, en la Barcelona donde nació, en 1943, en el barrio obrero de Poble-sec, hace 59 años que ya casi van a ser sesenta, el próximo 27 de diciembre.
- ¿Para volver tomaste un taxi?
“No, qué va”, dice, en la mañana siguiente. “Tenía a mi mujer esperándome”.
- ¿Vives en el mismo barrio?
“No. Ahí en el barrio tengo a mucha gente de la familia. Vivo aquí cerca, en Natividad, donde está el parque de atracciones en la ciudad. Hombre, pero los hoteles también son mi casa. No tengo una sensación del hotel como extraño. No tengo este síndrome, que a veces he escuchado en algunos compañeros, de la soledad del hotel”.
- O del avión.
“Dios, yo estoy muy bien. Y en el avión vuelo encantado de la vida. Ningún problema con eso”.
- Hotel, dulce hotel, como dijo Joaquín Sabina.
“Hotel, dulce hotel”.
- ¿Es algo especial tocar al lado del Mont-Juic donde creciste, como dijiste durante el concierto?
“Sí, aquél era el jardín de mi casa, todo aquello fue un barrio ocupado por villas miseria que se instalaron exactamente donde está el Palacio de Deportes: allí había un barrio de chabolas hasta no hace demasiado tiempo, poco antes de que hicieran el estadio”.
- ¿Por eso cantaste dos canciones de niño, “Mi calle” y “Mi niñez”?
“Para empezar y para terminar, sí. Pero el argumentario de una y otra, teniendo que ver, es un poco distinto. “Mi niñez” es un canto al estado feliz del individuo, ¿no? Para mí la felicidad tiene mucho que ver con la niñez, el verano, el melocotón, con un durazno, con un higo, con todo lo que representa la libertad de la infancia, por complicada que haya sido. No ha sido la época más fácil, dijéramos, pero sí la más feliz”.
- En tu caso es la posguerra.
“Sí, y la posguerra en este país duró muchísimos años. “Mi niñez” es un canto a la libertad de esa época. Y la otra canción, la de mi calle, es un canto al ámbito donde uno se ha movido, a la tremenda importancia de ciertas cosas, por más humildes y sencillas que sean”.
- ¿Has podido ver cómo ha cambiado la ciudad?
“Sí, porque no he dejado nunca, estoy por aquí constantemente por razones obvias. Tengo mi familia ahí, almuerzo en su casa, tengo que ir por las cosas que sean, tengo mis amigos. El sábado que entra, como cada año, nos juntamos todos al menos una vez antes de Navidad, los que éramos niños, y volvemos a ser niños esa noche. Hay una relación. Y bueno, lo veo cambiar con satisfacción, porque el barrio progresa, hay más luz, han abierto más plazas, hay lugares donde la gente, los viejos pueden circular sin tanto riesgo. Lo que pasa es que a mí me han destruido todo el decorado de mi niñez. Una buena parte de los espacios por donde corría, jugaba, vivía, todo esto pues lo han enterrado las palas excavadoras. El progreso tiene esta otra cara”.
- La barbería de la tapa del disco “Cansiones” (sic), ¿está en el barrio?
“No, aquélla está en Cuba. Buscamos un lugar que estuviera a media distancia entre Barcelona y Santiago de Chile. Entonces en la mitad de camino nos quedaba Cuba, y dijimos ‘Éste es el lugar’”, sonríe.
- Ya sabes que te juntarás con tus amigos de infancia, ¿también tienes claro qué harás el 27 de diciembre?
“Sí, sí, sí. Estaré en Cartagena de Indias, con mis hijos, mi mujer, tres matrimonios amigos: con Víctor (Manuel), con Ana (Belén), con sus hijos y un par de amigos”, dice, y hace una pausa. “Y allí, este... beberemos. Beberemos y nos reiremos”.
- ¿Es una fecha solemne?
“De solemne no tiene absolutamente nada. No es más que consecuencia del paso del tiempo y de haber sobrevivido a él”.
- Fuiste abuelo a los 53 años. Capaz que eso sea un hito más importante que cumplir sesenta.
“Sí, o, a ver... No creo que ni una cosa ni otra sean hitos. El haber sido abuelo es el resultado de que a mi hijo y a mi nuera les gustan ciertas actividades muy saludables, que practican asiduamente por lo visto, y cuyo resultado produce estas cosas. Y hostia, me han dado la vida, porque tengo unas nietas preciosas, están sanas, me quieren y me río mucho con ellas. Pero en fin, yo pienso que los nietos no son otra cosa que los hijos de mis hijos. Que no es poco. Y que los años no son más que el paso del tiempo. Debe ser porque nunca funcioné, nunca entendí mi vida por buscar metas, ni llego a los sitios pensando en que hay un hito en alguna cosa”.
“La muerte, por ejemplo, quizá es capaz de marcar más un hito. La muerte de mi madre, pongamos por caso, ¿no?...”, dice: la madre de Joan Manuel Serrat, Ángeles Teresa, murió en 1985, a los 84 años. Su padre, Josep Serrat, había muerto en 1980. “Eso sí que realmente fue un hito. Porque me convertí en huérfano a partir de aquel día. Y ser huérfano, a pesar de estar dentro de las posibilidades más que probables de la vida, es algo para lo que uno nunca está preparado. Y las ausencias, de este tipo o de cualquier otro ser querido, son absolutamente irrecuperables e insustituibles. El tiempo yo lo veo discurrir con una cierta serenidad, porque no me impide hacer lo que me gusta hacer, respeta las cosas y las gentes que amo bastante bien, y estos agujeros que van provocando las bombas que suelta, que son carencias para uno, no hay más remedio que aprender a vivir con estas carencias”.
La pajarita gigante
“Serrat sinfónico” es la tarea más ambiciosa de un autor que hace años no se contenta con sólo grabar discos de canciones nuevas, como los recientes “Sombras de la China” (1998) o “Versos en la boca” (2002). Además en este tiempo ha recibido el tributo de los otros en “Serrat, eres único” (1995); hizo la antología de la Nueva Canción Catalana en “Banda sonora d’un temps, d’un país” (1996); se fue de gira con sus amigotes en “El gusto es nuestro” (1996) y grabó clásicos latinoamericanos en “Cansiones” (2000).
Y en todo ese tiempo Serrat estuvo pensando en la orquesta. Ahora es real. Es un repertorio de dieciséis canciones, desde 1967 a 2002. Es una orquesta de 55 músicos que deberá ser armada en cada país de la gira: con Serrat sólo viajarán su pianista de cabecera, Ricard Miralles, y a veces el director de orquesta Joan Albert Amargós. Son mil ochocientos libros de partituras: unos cincuenta libros por canción para todos los músicos. Y es una corbata humita gigante (“pajarita”, le llaman en España) de doscientos cincuenta kilos para la escenografía.
“Yo sabía que un día u otro esto iba a ocurrir. Habría podido grabar el disco en cualquier momento: alquilas la orquesta, la pagas, haces el disco, lo sacas. Pero carecería del más mínimo sentido. Esto tiene sentido en cuanto es un soporte de unos conciertos que tocaremos en Madrid, en París, en Buenos Aires, en Santiago. Son conciertos complicados, con mucha gente y fuerzas coincidiendo, lo que los técnicos llaman ‘mucha sinergia’. Hace cinco años empecé a trabajar con Amargós en la selección y los arreglos”.
- ¿Lo más titánico viene ahora? Ir país por país, armando orquestas...
“Bueno, pero esto es lo divertido de esta historia. Si no, qué tendría de interesante. Todos estos elementos hacen que sea una aventura fresca constantemente, porque, claro, cada día va a ser un estreno. No sólo el lugar donde toquemos será distinto, sino que los tipos que estén tocando serán distintos. Y en muchos casos el director será distinto. También tendrá momentos más gloriosos y momentos de aquellos de ‘Tierra, trágame’”.
- Parece mucho trabajo.
“Es que no creo que haya nada realmente satisfactorio, por mucho betún que te de o mucha aureola que pueda crear, si debajo no hay un esfuerzo. Uno no puede abrazar el que las cosas salgan bien sin saber todo lo que ha tenido que trabajar para llegar ahí. O sea, dijéramos: que te pongan en el Aconcagua con un helicóptero no tiene ningún mérito. El mérito lo tiene el subirlo. Lo hermoso realmente no es la meta. El camino es lo que es bonito”.
- ¿Este disco te sirvió para repasar tu biografía?
“Cuando uno hace este trabajo se producen cosas curiosas: la memoria se dispara más allá de la canción, se abren ventanas que llevaban mucho tiempo cerradas, y hay que procurar circular por ellas con un espíritu poco nostálgico, porque si entras con el saco de las nostalgias puedes salir con una carga muy pesada. Todo tiene esta mezcla de dulce y amargo, de amable y doloroso. Yo me río solo con bastante frecuencia”, sonríe. “Practico la risoterapia. Sin necesidad de salir de uno mismo, hay mucho de lo que reirse”.
- Quieres estar en guardia contra eso que llamas “estar domesticado”, pero ¿hacer un disco con una orquesta no es un poco institucional?
“Es bueno estar en guardia contra eso... Ya lo dicen los cristianos, los creyentes: ‘Y no nos dejes caer en la tentación’. Hay que procurarlo, porque si a lo mejor no se acuerdan de uno y le dejan caer en la tentación, pues que esté en guardia”.
- ¿Es difícil? Si te hacen un disco que se llama “Serrat, eres único”, ¿cómo no vas a caer en la tentación?
“Ésa es una broma de amigos, sabes”.
- ... o si haces una gira con amigos que se llama “El gusto es nuestro”...
“Bueno, es que es bueno hacer este trabajo. Si después de cerca de cuarenta años haciendo música uno no ha sido capaz de que tus compañeros te quieran, pues de poco te sirve haber estado aquí”.
Menos puñetero, sabes
En “Serrat sinfónico” no está “Penélope”. Pero sí aparece muchas veces el efecto Penélope: una melodía, una historia simple y una emoción asegurada. Pasa con canciones hermanas como “... De cartón piedra”, “Princesa” o “La bella y el metro”, no importa que la primera sea de 1970, la segunda de 1998 y la última de 2002. Lo mismo que pasa con las canciones del trovador francés Georges Brassens, por ejemplo.
“(Brassens) Es un maestro para mí y para gran cantidad de gente”, reconoce Serrat. “Probablemente el referente más común a toda una parte de mi generación, para los que la canción francesa fue una escuela”.
- En el año ‘76 tocaste con Brassens y te casaste, también. ¿Es un año muy importante?
“Conocí a Brassens mucho antes”, rectifica. “En el ‘68 o el ‘66. Pero compartí teatro con él en el ‘76. Y bueno, conocí a mi mujer (Candela Tiffon) también en el ‘76. Y también volví del exilio (en México, durante los últimos años de la dictadura de Franco) en el ‘76. Y ocurrieron muchas cosas ese año. Las olimpíadas de Montreal, también”, sonríe.
- “Serrat sinfónico” no es lo que se llama un “grandes éxitos”.
“No. No he pretendido hacer un ‘grandes éxitos’. He pretendido hacer un concierto. Jamás pensé en distribuir (las canciones). Hombre, si me lo enseña alguien hecho, no tengo ningún problema”.
- Veámoslo, entonces. De “En tránsito” (1981), que es un disco popular en Chile, no hay ninguna. Del disco del ‘69 tampoco. Sí hay varias de “Mediterráneo”.
“No tengo idea. Lo que me importaba es que hubiera un panorama. No qué cantidad de azul, de verde o de rojo había en el panorama. La selección es absolutamente personal. Fue difícil, como todo, siempre cargado de dudas, que las canciones no hubieran quedado atrapadas en ninguna burbuja del tiempo. Un espectáculo no se basa sencillamente en poner una canción detrás de otras. Es tratar de colocarlas de forma que aquello lleve un ritmo, y cuando hayan pasado las dos horas del concierto la gente diga ‘coño: pasaron dos horas’“.
“No pretendo con el concierto explicar nada. Ni siquiera con mis canciones pretendo explicar mi vida. No hay duda de que partes de mi vida están en mis canciones, pero no está quien soy: está también quién me hubiera gustado ser. No está lo que me gusta: también está lo que no me gusta. No está lo que me pasa: también está lo que imagino, fantaseo. Todo. Y no pretendo contar, definirme. No hay duda que un hombre se define con su trabajo. Pero de una forma tan subjetiva que cada uno puede adaptar esa definición a sí mismo, a sus filias y a sus fobias”.
- Hiciste dos discos el año ‘69, dos discos el año ‘70. ¿Por qué hacer música es tan compulsivo al comienzo y luego se hace más lento?
“Yo creo que debe ser la... hombre, la exigencia. Esto ocurre con los escritores, los pintores, con todos los artistas. Supongo que cuando uno empieza le salen las cosas a borbotones, hay una capacidad de todo que es mayor. Y con el tiempo uno va exigiendo... es que no quisiera parecer como si la gente joven no fuera rigurosa. Son rigurosos: es que tienen más capacidad de producción, quizás sea esto y nada más”.
- ¿No es que eres más hambriento cuando tienes veinte años?
“Pues probablemente. Sí: más glotón. Es natural, ¿no? Y menos puñetero”, enfatiza.
- ...
“Quiere decir menos... (pausa). Menos tocahuevos, menos dudoso... No sé, yo grababa antes un disco en una semana, en cinco días. Y ahora pues para grabar un disco tardo un mes. Entonces, qué voy a hacer: no puedo hacerlo a un ritmo mayor. Y para escribir un trabajo tardo un año y medio o dos. Y creo que es bueno que sea así, porque la gente joven tiene la posibilidad de ser absorbida por el mercado mucho más rápido que yo y puede moverse con más intensidad. Pero no lo generalicemos tampoco, ¿eh? Porque ojalá la gente joven tuviera la posibilidad de sacar un disco cada dos años, de hacer trabajos más consistentes. Que no los apuraran tanto. No son ellos los que se apuran: a veces los apuran”.
- Tu manager dice que este disco, por ejemplo, es un lujo que te diste.
“Hostia, un lujo... Yo no quiero que nadie interprete que hay nada de lujo. Sí hay un gusto, pero joder, me siento muy satisfecho cada vez que hago un trabajo y a estas alturas del partido seguir jugando en primera es muy satisfactorio. No quisiera dar la impresión de que esto es un capricho: es resultado de un esfuerzo tremendo, lo que menos quiere es estar cerca del lujo y lo que más quiere es estar cerca de la gente. Y la única pajarita que se van a encontrar es la que hay en la portada”.
- Sí. Porque ayer no saliste a cantar con pajarita.
“Yo no, perdóname. No es por nada, sencillamente pienso que las diecisiete mil personas que había ahí lo que querían era escuchar las canciones. No verme vestido de smoking”.
Joan Manuel en el Municipal
Fue en 1971 cuando Serrat cantó en vivo en el Teatro Municipal de Santiago. 32 años después será el regreso: ése será el escenario del concierto con que estrenará “Serrat sinfónico” en Chile, el 31 de marzo de 2004.
“Sí, allí hice el primer concierto en Chile. De lo cual tengo un recuerdo magnífico. Eran las canciones del primer y el segundo disco en castellano, me imagino. Me acuerdo hasta del traje que llevaba: un traje negro con un cuello rulé negro. Tenía unas patillas larguísimas larguísimas. Y mis músicos llevaban smoking también. Y recuerdo a Raúl Matas: estuvo ayudándonos mucho en esos conciertos. Myriam (Von Schrebler, del dúo Sonia y Myriam) y Raúl fueron las personas que más trabajaron en aquellos años por nosotros.
“Es una época artísticamente muy rica”, agrega. “Recuerdo el Festival de Viña, antes de que el público fuera denominado... ¿cómo le llaman?, el monstruo. La época premonstruosa. Lo recuerdo como una fiesta maravillosa de la música y de la integración entre el público y los artistas”.
Información de : La musica Emol
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