jueves, octubre 07, 2010

Un ángel en la puerta


Un ángel en la puerta

Jueves, 7 de octubre del 2010

Mi padre nació en Barcelona y desde entonces mi familia ha estado imantada por el deseo de volver. Yo lo he hecho por temporadas. La más larga de ellas duró tres años, de 2001 a 2004. En ese tiempo, hicimos muchas cosas, pero algo desconcertaba a Margarita, mi esposa: no nos encontramos a Serrat. Obviamente podíamos oírlo en el Palau Sant Jordi, pero no nos topamos con él en la calle, y todo el mundo sabe que la casualidad existe para toparse con gente interesante por la calle

Esta carencia tenía mucho pasado en sus alforjas. Margarita nació en Tampico, en el golfo de México. Cuando el cantautor se presentaba en Ciudad de México, ella tomaba un autobús nocturno, pasaba el día en la capital y regresaba en otro nocturno.

La idolatría por Serrat en América latina tiene muchos modos de medirse, uno de ellos es la pasión de Margarita. Cuando salió el disco con poemas musicalizados de Miguel Hernández, ella lo convirtió en un álbum absoluto. Era lo único que oía. Sus hermanos se acercaban a decirle con afectuosa prudencia: «¿Estás enterada de que el tocadiscos también puede tocar otros discos?». Margarita estaba al tanto, pero no importaba. Ese era su disco decisivo.

Vivimos durante tres años en la ciudad del Noi de Poble Sec. Al final de aquella estancia, Margarita habló con su madre. «¿Todavía no te has encontrado con Serrat?», preguntó mi suegra, con audible decepción. Tampico es una ciudad pequeña, donde uno se encuentra con la gente. Mi esposa tenía una apuesta secreta con el destino: ver a Serrat en un teatro era posible, encontrarlo en la calle era algo más.

Dos días antes de regresar a México, encontró a un extraño en la puerta del edificio. Joan Manuel Serrat, ni más ni menos. Margarita lo abrazó como sólo puede hacerlo una fan que ha perfeccionado ese momento durante 25 años de soñar. «¿Qué haces aquí?», preguntó ella. «Nada, me detuve a ver esta puerta» (que no tiene nada de especial, dicho sea de paso). El ángel llegó puntual. La ilusión tuvo su hora.

Recordé la historia el domingo pasado, cuando se rindió homenaje al Barça de las Cinco Copas y sonaron las estrofas de Temps era temps, de Serrat.

El tiempo regresa siempre.

Juan Villoro - Escritor



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VERENA


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