Miguel Hernández temía que su hijo, a quien llevaba sin ver mucho tiempo, no le reconociese, y pidió al compañero de cárcel A. Buero Vallejo un retrato para enviar al pequeño. El eminente dramaturgo dibujó a lápiz, unos días después de la sentencia de muerte de Miguel, esta popularísima cabeza.
Se la envía a Josefina, su mujer, con una nota (4 de marzo de 1940):
"No quiero dejar de cumplir en lo que puedo mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea".
Miguel Hernández
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