martes, julio 26, 2011

La expulsión de la cultura


La expulsión de la cultura

CARLOS CANDELA OCHOTONERA

Que Miguel Hernández fue un poeta maldito es un lugar común de todos conocido. Fue desdichado en su corta vida porque era pobre y encontraba todas las dificultades posibles para educarse, hasta su propio padre lo recusó porque tenía la peregrina idea de ser poeta. Al final de la Guerra Civil, siendo aún muy joven, fue detenido y encarcelado, después juzgado y condenado a muerte, por el delito de ser conocido como "el poeta del pueblo".

Murió, finalmente, en la cárcel abandonado por sus amigos católicos (que eran los únicos que en ese momento podían ayudarle), porque se negaba a abjurar de su condición de poeta del pueblo, es decir, de ser rojo.

Tras su muerte, su obra, que empezó a conocerse por todo el mundo, estaba prohibida en este país, donde nombrarlo era poco menos que nombrar al diablo. Sólo cuando la dictadura franquista se extinguió por muerte natural, algunos intelectuales de Alicante, Orihuela y Madrid consiguieron sacarlo de las catacumbas y empezar a propagar su nombre y su obra (no sin problemas), para extenderlo y darle la notoriedad que merecía el hombre y su obra literaria de dimensión universal.

Porque Miguel Hernández es uno de grandes poetas del siglo XX en lengua castellana, como dijera Buero Vallejo, es un poeta necesario.

Todo hombre trascendente deja una obra y un legado en favor de sus herederos. Recordemos el caso de Picasso y cómo su hija la gobierna con pleno derecho y buenos beneficios. Miguel Hernández vivió pobre y murió en la cárcel aún más pobre, tanto, que no tuvo ni algodones para limpiarse el pus que se le venía a la boca a causa de la enfermedad que nadie se ocupó de curar.

Lo único que quedó como herencia del poeta fueron los miles de papeles, borradores, cartas y dibujos que pudo acumular su esposa Josefina Manresa después de su muerte.

Ésa herencia tiene un valor histórico incalculable, valor que se incrementa con el tiempo de modo proporcional al reconocimiento universal de la obra y la persona del poeta, obra que tales documentos contienen y acreditan. Guardar y custodiar esos documentos es un honor y un gran prestigio cultural para el lugar, la institución, pueblo o ciudad que lo albergue.

Hasta ahora la ciudad donde ha residido el legado de Miguel Hernández ha sido Elche, población donde vivió su esposa Josefina Manresa la última parte de su vida y donde las autoridades municipales de años atrás supieron comprender y valorar su importancia cultural e histórica.

Estos días se ha conocido que uno de los primeros actos políticos de la nueva alcaldesa de Elche, la señora Alonso, ha sido ocuparse de expulsar de sus archivos culturales el importante legado de Miguel Hernández, sin aviso ni diálogo alguno. Como excusa, la crisis económica. Las otras razones alegadas son torticeras e inveraces.

No es el momento ni el lugar este de discutirlo porque no tendría espacio, baste decir que la cantidad anual que considera inasumible la alcaldesa resulta ser equivalente a alguno de los muchos sueldos que su partido reparte en Elche, en Alicante, Valencia, etc. etc., a cualquiera de los enchufados a los que paga su partido por los servicios prestados a título de consejeros.

Una vez más a Miguel Hernández se le maldice como se maldijo su obra y su cultura durante el franquismo.

Pero Elche pierde así un legado cultural de una importancia y una calidad como difícilmente podrá obtener de otro autor. En realidad, no lo pierde. La alcaldesa lo expulsa, como se hizo antes al condenar a muerte al poeta: por rojo. Pero la señora Alonso no expulsa de su ciudad sólo a un rojo, expulsa, también, un valioso bien cultural de los que difícilmente podrá volver a tener la oportunidad de conservar en adelante.



Información http://www.diarioinformacion.com/opinion/2011/07/26/expulsion-cultura/1152244.html
Imagen de Verena Sánchez Doering

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