lunes, julio 18, 2011

Versos que siguen latiendo


Versos que siguen latiendo

Delfina Acosta

Si aquel poeta de voz tan auténtica, nunca sometida a las imposiciones de las tiranías y de las dictaduras, viviera, cuánto fuego que se agiganta en las entrañas del hombre abofeteado por la injusticia, se erguiría también por sus palabras. Y ellas serían un grito, un decir infinito de la indignación humana.

Miguel Hernández, el infatigable vate nacido en Orihuela en 1910, fue un hombre comprometido hasta los tuétanos con la causa del hombre, y uno de los más grandes versificadores de su tiempo. Aunque murió a los treinta y dos años de edad en Alicante, víctima, como Federico García Lorca, de la bastarda guerra civil española, su poesía ha sido pura luz, porque iluminó y sigue iluminando la conciencia del individuo.

Dueño de un lenguaje vigoroso, de un decir palpitante y habitante de las más altas alturas de la lírica española, marcó tendencias, como muy pocos, en los poetas.

Di, cuenta, que los demás te siguen, que tratan de hallar en tus pertenencias líricas las aguas puras de la inspiración para saciar su sed, y te dirán que has peleado la buena batalla poética.

Miguel Hernández, pastor de cabras, dejó huellas indelebles en la poesía.

¿No se puede decir acaso lo mismo de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, el Pablo Neruda de Veinte poemas de amor y una canción desesperada cuya obra continúa en las cumbres, aun cuando fue gestada en un tiempo y un momento tan frágiles, pues no contaba siquiera con veinte años cuando la escribió?

Hernández fue autodidacta, es cierto, pero supo qué tipo de lecturas escoger para ir puliendo la forma y el tono del lenguaje con el cual empezó a expresarse e inquietar.

Leyó a los clásicos del Siglo de Oro: Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora. Y es muy bueno que los haya leído, pues autores de tan afianzados conocimientos y pensamientos no pueden sino encaminar, mejorar, discipular, iluminar y enseñar a madurar a quienes caen en la duda a la hora de pensar y versificar.

La poesía religiosa no le fue ajena, aunque fatigada ya su alma ante tanta indiferencia de los católicos en un tiempo de apremios, terminó encontrando su propia voz, con la que se sintió a gusto.

No hay nadie más apasionado que el lector, que es el que finalmente lleva a la fama o a la oscuridad a un poeta. Consecuente, genial, Miguel Hernández despierta siempre admiración y respeto.

Las abarcas desiertas

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández

17 de Julio de 2011 00:00



Información http://www.abc.com.py/nota/versos-que-siguen-latiendo/
Imagen de Verena Sánchez Doering

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