El sentido de un grito
LUIS GARCÍA MONTERO
Federico García Lorca llegó a Nueva YorK en 1929, acompañado por Fernando de los Ríos, su amigo y profesor de Derecho Político. El socialismo humanista del que sería en 1931 ministro republicano, influyó en la mirada con la que el poeta observó la gran crisis económica y cultural de la metrópoli.
No es raro que desde el Crysler Building, la edificación más alta de la ciudad, quisiese lanzar un grito hacia la cúpula de San Pedro en Roma. Pío XI había empezado el año 29 firmando con Benito Mussolini el Tratado de Letrán para consolidar la existencia del Estado Vaticano. En pago de este reconocimiento político, había pedido a los católicos que apoyaran la opción fascista y había bendecido las tropas que se disponía a invadir Abisinia. Corriendo el tiempo, Pío XI se convertiría también en el mejor amigo de la Alemania Nazi, aunque acabara enemistándose con Hitler, no por el asesinato de judíos, sino por el peligro que una Iglesia de orientación nacionalista suponía para Roma.
García Lorca utilizó a largo de Poeta en Nueva York las metáforas de espiritualidad cristiana para oponerse al materialismo capitalista de Wall Street. Resultaba lógico que también escribiese el grito más significativo de la poesía española. Conmovido por la realidad de un mundo que estaba sacrificando su porvenir en el altar de las cuentas de beneficios y las armas, maldijo en los primeros versos de su famoso poema a un papado que se olvidaba del amor y se abandonaba al dinero, el poder militar y las ambiciones personales e institucionales. La iglesia oficial se había renunciado al amor, a la comunión y a la solidaridad. Representaba sólo boato, grandilocuencia, soberbia, y era justo y necesario que cayese la rabia de la indignación sobre las sotanas que se habían olvidado de repartir el pan y el vino para orinarse sobre una paloma (el amor, la paz, el espíritu santo).
Federico García Lorca recibió la educación religiosa de su tiempo. Como poeta, había educado su gusto vanguardista en la poesía pura, el cubismo y las líneas razonables y depuradas. Si sus versos gritan desesperadamente hacia Roma, es porque necesita romper con la tranquilidad de los tonos clásicos y de los ritos católicos. Las formas (las artísticas, pero también la sagrada forma) se han separado de la realidad del mundo, han ahogado los sentimientos humanos, están ocultando la explotación.
Frente a la máscara, toma verdadero sentido el amor. Frente a las pompas y los lujos del Papa, se levanta la figura de Cristo, el ser sacrificado para ayudar a los demás. El poeta se identifico muchas veces con Cristo, dejó crecer sus cabellos y se separó de los ritos oficiales. Por eso sabía que el amor no estaba en una Iglesia dominada por el teléfono de diamante de los millonarios, los herreros que forjan cadenas contra la libertad y los carpinteros que preparan ataúdes en serie para las víctimas de la guerra. El amor estaba junto a los desgraciados, las víctimas del poder, los hambrientos, las mujeres maltratadas y los jóvenes reprimidos por su singularidad sexual. Tan importante era tomar conciencia del sufrimiento de los pobres, como llegar a respetar "el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas".
El Grito hacia Roma no fue sólo un acto de desesperación. Buscó también un sentido. Si a lo largo de Poeta en Nueva York la multitud parecía una corriente agresiva en la que naufragaban los individuos anónimos, en este poema se intuye la posibilidad de que el amor articule a las muchedumbres para conseguir que la sociedad llegue a repartir con decencia los frutos de la tierra.
Federico García Lorca fue ejecutado hace 75 años por la significación literaria y cívica de este compromiso humano
Información http://www.publico.es/391898/el-sentido-de-un-grito
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