martes, agosto 23, 2011

La muerte de un poeta


La muerte de un poeta

"Federico García Lorca brillaba en la España de 1936 acechado por la envidia, la ignorancia y el rencor al reconocimiento internacional, agravados en un pueblo chico donde los poetas suelen ser rechazados.''

Prof. Vanesa Téllez - Profesora en Historia.
23/08/2011

Era el medio día cuando un coche se estacionó a metros de una casa y se bajaron cinco hombres. Tocaron a la puerta y una mujer se asomó. "Tengo orden de detener a Federico García Lorca, que ustedes tienen escondido aquí'', sentenció uno y el poeta que estaba en su habitación, bajó las escaleras y sólo atinó a decir: "Esto es un error... un abominable error'', y el automóvil se alejó con él. Tres días después, en la madrugada del 19 al 20 de agosto de hace 75 años, sin juicio, sin ninguna acusación comprobada, sería asesinado Federico García Lorca.

La España de 1936 se sacudía en los preludios de una Guerra Civil que la desangró por tres años. Se avecina una tormenta y me marcho a mi casa, estaré fuera de peligro allí, había dicho antes de subir al tren hacia Granada. Muy lejos de ser un especulador político, calculaba mal al tratar de refugiarse en su tierra, justamente un área rural, donde las revoluciones suelen mostrar sus ángulos más siniestros. La Granada de 1936 no era la misma donde con Manuel de Falla habían organizado el Festival de Cante Jondo (1922) o cuando Federico recitaba en los cafés. Al estallar la guerra detonaron también las pasiones ocultas. De un bando y de otro comenzaron a destacarse los personajes aciagos que desbocan sus frustraciones en la violencia que les propicia el momento. La ciudad y Federico habían cambiado, una premonición de muerte lo absorbía.

Se había situado en una posición peligrosa. Sus simpatías por la República y el Frente Popular, sus declaraciones y asociaciones con izquierdistas, el papel de director artístico de la compañía de teatro rodante La Barraca, auspiciada por los "rojos'', tampoco lo ayudaron a pasar desapercibido.

Se refugió en La Huerta de San Vicente, propiedad de su familia, entre padres y hermanos confiaba estar seguro. Una irrupción violenta a la casa hizo considerar la alternativa de llevarlo a un sitio más protegido: con Luis Rosales, el joven poeta granadino, amigo de Federico cuyo hogar era prácticamente el cuartel de la Falange en Granada. Sus días allí fueron aparentemente tranquilos. Leía, tocaba el piano y conversaba, pero también mostraba el lado opuesto de su conocida alegría. Su intuición de poeta, esa con que están dotados los que derrochan sensibilidad, lo marcaba en una concepción fatal, encerrado en las largas tardes del verano andaluz.

Se lo acusó de "espía ruso''. Una imputación tan ridícula como argucia para eliminarlo. La familia Rosales, indignada ante el arresto, se presentó ante el gobernador civil. Días más tarde consiguieron una orden de libertad, pero la resolución llegó cuando ya había sido transferido a La Colonia, una cárcel improvisada donde pasaban las últimas horas los condenados.

Antes del amanecer del 20 de agosto, como escribió Antonio Machado, se le vio caminar entre fusiles. El nuevo traslado de prisioneros llevaba a un poeta, un maestro y dos banderilleros. El poeta era Federico García Lorca. En silencio avanzaron hacia la Fuente de las Lágrimas. Cerca se sintieron los disparos. Por la espalda como muere un inocente, por la espalda como matan los cobardes.

Federico García Lorca brillaba en la España de 1936 acechado por la envidia, la ignorancia y el rencor al reconocimiento internacional, agravados en un pueblo chico donde los poetas suelen ser rechazados. Precisamente porque no se los entiende y cuando lo hacen sus verdades molestan, irritan, pues en su voz se manifiesta la estructura de la luz. Entre la belleza de su lenguaje y la profundidad de sus metáforas propagó sus verdades y los enemigos del poeta lo sintieron, pero se sabían indefensos ante el poder de su palabra. Un homosexual, liberal y con éxito -dirán después- no se podía tolerar en la España de Franco. Jamás disculparían su atrevimiento, su alegría de vivir y, sobre todo, su talento; porque el talento quizá sea de las cosas que menos se perdonan.



Información http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=476173

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