GIRA «ANTOLOGÍA DESORDENADA»
Fulgor de Serrat en el Olympia de París
Llovía sobre el Boulevard des Capucines y el París más latinoamericano era una fiesta. Dentro del mítico Olympia Joan Manuel Serrat culminaba uno de los recitales más señalados y esperados de su gira antológica con la que celebra sus 50 años de carrera, 50 años de canciones monumentales con las que ha construido la banda sonora de un tiempo y de un país o de muchos tiempos y muchos países.
No todos los días se toca en el Olympia, el lugar en el que se asienta el mito de la canción francesa, el templo de la consagración de Jacques Brel, de algunas de sus apoteosis escénicas y de sus históricos adieux en 1966 cuando Serrat comenzaba su carrera y publicaba su primer elepé en catalán, del que habría noticias en su recital parisino, donde sonaron la Cançó de bressol, el costumbrismo callejero de El drapaire, la zambra autobiográfica Me’n vaig a peu y la remozada Ara que tinc vint anys que ha atravesado las distintas edades del cantautor catalán como socarronamente se encarga de explicar en uno de esos monólogos que son marca de la casa.
Quienes también amamos la obra de Brel tuvimos muy presentes al quijote belga cuando Serrat irrumpió en escena. Y nos sorprendió que no le citara en ningún momento de la noche. Era el marco idóneo para hacerlo, para salirse del guion establecido, e incluso para sorprender con alguna versión de quien ha ejercido tan positiva influencia en su obra. Pero al margen de Jacques Brel, Serrat compuso en el Olympia otro de sus memorables recitales, de intensidad creciente, adueñándose progresivamente, con sumo oficio y talento, de todos los espacios, superando los problemas de afonía que le han sobrevenido durante parte del mes de mayo.
El recital tuvo dos partes con un descanso en medio, cosa rara en los recitales de Serrat pero que respondía a la propia política del teatro parisino. Serrat comenzó su recital con la impresionante Cançó de bressol que sintetiza admirablemente sus dos lenguas de expresión y creación artística: la catalana y la castellana. De hecho el recital se estructuró con canciones de ambas lenguas. El público —mayoritariamente hispanohablante— pudo disfrutar de una aproximación más enriquecedora por parte de Serrat a su propio repertorio, sin que fuera preponderante su cancionero en lengua española, algo que suele ser norma cuando canta fuera de la influencia lingüística de Cataluña.
Como viene siendo habitual Serrat remitió sobre todo a su cancionero de los años sesenta y setenta. Posterior a esas décadas sonaron Esos locos bajitos (1981), Hoy puede ser un gran día(1981), No hago otra cosa que pensar en ti (1981), De vez en cuando la vida(1983), Algo personal (1983),Barcelona i jo (1989) o Niño silvestre (1994). Resulta llamativo que Serrat obvie su discografía de los últimos veinte años, discografía escasa pero con algunas canciones ciertamente eminentes y rescatables. Sigo pensando que en la selección del repertorio sigue habiendo una descompensación injusta hacia su obra más reciente y una mirada demasiado reiterativa a su cancionero más clásico. Es quizá entendible porque el público demanda siempre las mismas canciones, pero quien posee una mirada más amplia al cancionero serratiano —al margen de nostálgicos irredentos— debe al menos recordar que hay mucho que descubrir de Serrat más allá de los clásicos populares.
La voz de Serrat fue afirmándose a medida que avanzó el recital. En la primera parte sonaron piezas del calibre dePueblo blanco, Mi niñez o De cartón piedra. Canciones descomunales, atemporales, que remiten a una época especialmente creativa en la obra de Serrat, la del bienio 1970-1971.
El grupo que acompaña al cantautor catalán es musicalmente intachable con la dirección musical del maestro Ricard Miralles. Otra presencia habitual de las formaciones de Serrat es la de Josep Mas Kitflus a los teclados. Miralles y Kitflus forman un tándem que nos remite a los grandes recitales de principios de los años ochenta de la pasada centuria. Completan el quinteto el enérgico David Palau a la guitarra, Vicente Climent a la batería y Ray Ferrer al contrabajo y bajo eléctrico. Las canciones suenan del modo que deben, sin estridencias, sin mudanzas innecesarias, despojadas de efectismos, esenciales y profundas. Y en ese clímax idóneo hubo también tiempo para que Serrat tomara su guitarra y se entregara a la confidencia más intimista, revisando la que fue su primera canción, Ella em deixa, cuita amorosa que nos llega ahora con un novedoso arreglo: Bona nit, amics/ veig que ja hi som tots/ per fer la xerrada/ i cantar cançons (…).
De cantar canciones se trató, de iluminar nuevamente con ellas el paisaje cotidiano, de alumbrar poéticamente la senda por la que discurre la vida. Canciones como manojos de sueños, pequeñas cosas que nos sigue dejando un tiempo de rosas, canciones con más de cuarenta años de vida pero que parecen compuestas hace unas horas por la inmensa poesía que late en su interior.
El recital del Olympia tuvo una segunda parte majestuosa, histórica. No hubo tregua y la voz de Serrat sonó revitalizada, sin síntoma alguno de agotamiento, con la vibración acostumbrada. Y ahí llegaron los grandes clásicos y el dominio total de Serrat del escenario, de una punta a otra, rompiendo con el estatismo del cantautor al uso. Llegó la sonoridad y el verso profundo deMediterráneo con su intacto poder sugeridor y evocador. Y la enorme Romance de Curro el Palmo, lección aprendida de Quintero, León y Quiroga. Y sonó Antonio Machado con Llanto y coplas y los estallantes y proverbiales Cantares que anegaron con su fuerza lírica el Olympia. También llegó Miguel Hernández y Para la libertad y la sutileza emotiva de Esos locos bajitos, dibujando lágrimas en los ojos de quienes se siguen mirando en la poesía serratiana como en un espejo hermosamente reconocible.
Y ya al final Serrat cantó Lucía y Fiesta, enorme colofón para un concierto absolutamente histórico. La otra vez que Serrat tomó París fue en el Bobino a finales de 1976, de la mano deGeorges Brassens con quien posó en histórica foto. Pero el Olympia era una cuenta pendiente, una unidad de destino para quien sintió tan próximo el ejemplo de la canción francesa. París fue una verdadera fiesta. Serrat llenó el teatro del Boulevard des Capucines de una emoción que cuesta convertir en palabras. 50 años y unas horas de aquella primera guitarra que alumbró aquellas primeras canciones. La historia prosigue y se agrandó todavía más en el escenario que encumbró a Jacques Brel.
http://www.cancioneros.com/co/7455/2/fulgor-de-serrat-en-el-olympia-de-paris-por-luis-garcia-gil
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