Cinco décadas de amor
Serrat, como un patriarca musical, desató la emoción en el primero de sus conciertos en el Grec barcelonés
LUIS HIDALGO Barcelona 5 JUL 2015 - 14:07 CEST
(Serrat en la primera de sus actuaciones en el festival Grec de Barcelona / MASSIMILIANO MINOCRI)
El gran día de Serrat iba a comenzar, e imaginamos al artista poniéndose en el camerino la americana negra en una noche tórrida que llamaba a la manga corta. Pero Serrat es un artista de los de antes, de los que respetan un escenario incluso con la vestimenta. Era el primero de sus cinco conciertos seguidos en el Grec, a razón de uno por cada diez años de carrera que el cantante del barcelonés Poble Sec celebra con ellos. Cincuenta años. No, cualquier tiempo pasado no ha tenido por qué ser mejor. No quedan entradas para ninguno de los recitales.
No se veía un hueco en el teatro que tiene por techo el cielo y por fondo de escenario una pared rocosa que se eleva como los suspiros. El público, rendido desde el inicio, comenzó a evocar ese pasado común que Serrat extendió con Cançó de bressol, esculpió en Mi niñez y rubricó con Temps era temps, particularmente aplaudida cuando Serrat soltó de carrerilla "Basora, César, Kubala, Moreno i Manchón" nombres míticos ahora actualizados en un nuevo panteón blaugrana. Y es que la memoria, cuando no está pautada por el resquemor, sino vivida como recuerdo vital que da sentido a nuestro presente, es un gran activo de Serrat, uno de los resortes que han elevado su popularidad más allá del mero éxito, siendo reconocido como uno de los nuestros por quienes como él mismo, tienen la mochila de la vida, cuando mínimo, mediada.
Y el concierto continuó en ese vaivén desorganizado cronológicamente que sugiere su cuádruple Antología desordenada, viajando del presente al pasado sin sobresaltos, evidenciando que hay un hilo que une todas las canciones, casi como si fuesen una misma. Plantado en escena, separado de sus cinco músicos, bajo su traje negro y con la sombra doblemente proyectada por los focos en los laterales de su figura, Algo personal le sumó al malestar ante tanta codicia, Barcelona i jo le rindió ante su ciudad, Me'n vaig a peu y Pare establecieron el vínculo con los sesenta y setenta, pero luego llegaba Es caprichoso el azar entrando en el nuevo siglo y Noa salía a escena para cantarla con él.
Para el final se reservó la apoteosis. Mediterráneo, Seria fantàstic, Res no és mesquí, Cantares ese Hoy puede ser un gran día que se confirmó y, la joya de la corona, Paraules d'amor. Cantaba Serrat en catalán "palabras de amor, sencillas y tiernas/no sabíamos más, teníamos quince años", y señoras de toda edad, como una que apenas contenía las lágrimas, la cantaban con la voz trémula. Fue tan hermoso que solo por cosas así se paga una entrada. Fue tan simbólico que explicó por qué Serrat es mucho más que Joan Manel Serrat, el cantante.
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