En La Boca. Le encanta recorrer el barrio y es hincha del equipo xeneize. / Ariel Grinberg |
El Nano paseó por la feria de San Telmo. Aquí, rodeado de objetos con íconos argentinos. / Ariel Grinberg |
"No me entrego al deterioro mansamente", confiesa el catalán. / Ariel Grinberg |
Joan Manuel Serrat: "Buenos Aires es un lugar que amo y donde me siento amado"
Entrevista exclusiva.Recorrió con Viva sus sitios porteños preferidos. Habló de su amor por la ciudad, el tango, el turf y el fútbol, y dijo que le gustaría radicarse acá la mitad del año.
28-12-2014
De Joan Manuel Serrat, que ayer cumplió 71 años y que vino a ultimar detalles de sus shows de marzo y abril en la Argentina, ya se dijo todo o casi todo. Pero tal vez nadie haya dado cuenta de su grado de paciencia. Veamos. Ahora mismo el Nano tiene su pie izquierdo, con el correspondiente zapato, hundido en el barro casi hasta el tobillo. En gran parte por nuestra culpa. Estamos haciendo fotos en la Reserva Ecológica, donde él suele hacer caminatas en cada visita a Buenos Aires, aunque no después de una sudestada, como ahora. Hace un rato, en la costa, también pisó terreno fangoso: debió pararse sobre una suerte de basural -los sedimentos del Río de la Plata- mientras el viento le armaba un peinado tipo Robert Smith, cantante de The Cure, sin que él se quejara ni intentara evitarlo. Y, ay, el traslado por la ciudad congestionada: La autopista del sur, de Cortázar. Miedo a que dijera: basta, hasta aquí llegamos. Por suerte no: Serrat acaba de sacar el pie del hoyo con lodo y, mientras intenta limpiarse el calzado con un papel, nos tranquiliza con media sonrisa estoica: “No hay problema, estoy entregado”.
Otra vez a la camioneta: seguimos viaje. El conductor saca cuaderno y birome de la guantera y, sosteniéndolos frente a Serrat, dice: “¿Me firmarías un autógrafo para mi vieja?”. Serrat contesta “desde luego”, le pregunta el nombre de la mujer y escribe como puede: la 4x4 corcovea como en un safari. Después, el autor de Señora devuelve el cuaderno -cuántas veces habrá tenido que repetir esta escena- y lanza: 1) “Nunca olvidaré la primera vez que me pidieron una dedicatoria para una madre... Me cayó como el culo”. 2) “Ahora me piden para las abuelas”. 3) “Peor es haber entrado en la categoría hombre-baliza. Cuando empiezan a usarte como punto de referencia, tipo: ahí, al lado del pelado”.
Qué bueno que, a diferencia de gran parte de sus fanáticos y del periodismo, Serrat se tome en broma, incluso cuando está sin Sabina. Y qué bueno que esté dispuesto a recorrer los lugares porteños que más le gustan, los que visita en cada viaje. Sur: Reserva Ecológica, La Boca, San Telmo. “Pero no sus zonas for export; no me gusta someter mi tiempo, que acá nunca me resulta suficiente, al terror del turismo”, aclara. En el mercado de San Telmo, a pesar de que hay poca gente, lo aborda un hombre alto y gordo que, como si revelara un dato vital, le dice: “Yo nací un 27 de diciembre, como vos”. Y Serrat: “Sabes, un tipo de tu porte acaba de decirme lo mismo” (N de la R: cierto). Una mujer lo abraza, se pone a gimotear y con el mentón tembloroso suelta: “No puedo creerlo. Sos mi ídolo. Dios te bendiga”. Y Serrat alza las cejas, como si las idolatrías y deidades no lo convencieran. Al final, el catalán se acerca a un verdulero de acento boliviano, que no lo reconoce, y le pregunta los precios de distintas frutas. El verdulero tira cifras elevadas. Serrat le dice: “Creo que ya te estás volviendo argentino”.
Como el dentista de Seinfeld, que se convertía al judaísmo para contar chistes sobre judíos: el catalán hace estas bromas porque se siente argentino.
¿Qué recordás de tu primera visita a Buenos Aires? ¿Fue en 1969? Creo que fue a finales del ‘68, cuando saqué el disco de poemas de Antonio Machado. Primero trabajé en Sábados de la bondad, que producía Alejandro Romay, por Canal 9: compartíamos momentos estelares con el querido Sandro. Después pasé al 11, a los Sábados circulares de Pipo Mancera. Esas apariciones me abrieron caminos, más que para conciertos, para presentaciones. En los carnavales de 1969 iba de un lado a otro: de Berisso a Tigre, de Tigre a Avellaneda. Seis presentaciones por noche, una locura. Como decía un humorista español: al final abría el refrigerador del hotel y, al ver la luz, me ponía a cantar.
Me sorprendió ver una foto tuya de esa época en la cancha de Quilmes... Quilmes fue la primera cancha que pisé. Era de tablones. Fui a ver Quilmes-Independiente. Jugaban Pepé Santoro y Della Savia. Recuerdo bien ese partido porque me mearon desde arriba cuando estaba sacando el boleto con un amigo. Después me hice de Boca por Alfredo Di Stéfano. Cuando él entrenaba al equipo, me introdujo en la escena xeneixe. Tal vez lo más natural, por sus orígenes, fundadores e ideas, es que hubiera sido de Ferro o de Argentinos Juniors. O quizás de San Lorenzo.
¿Cómo influyó la militancia política de aquellos años en tu vida? Llegué con el olor del Cordobazo. Empecé a conocer gente implicada en política, sobre todo grupos juveniles militantes de los que me sentí muy cercano. Luego, cuando ya había ocurrido el secuestro a Aramburu y el primer regreso de Perón, me uní a la izquierda antidictatorial, no necesariamente clandestina. Fueron tiempos en los que me pasaron muchas cosas efervescentes. Después, lo terrible: la Triple A, los asesinatos, las desapariciones. Todo dejó marcas en mí: desde grandes ilusiones hasta heridas profundas. En el ‘75 hice mi último paso por Buenos Aires antes del regreso del ‘83.
Antes de esa vuelta, desde España decías que te costaría reencontrarte con tu “Buenos Aires querida”. Hablabas de Caño 14, del fútbol y del hipódromo como un porteño más. Es cierto. Parecía que si uno no amaba el tango y los burros no pasaba el examen de porteñidad. En realidad, me aficioné al tango por mi padre, que fue un gran tanguero y siempre presumió de haber conocido a Gardel en Barcelona, y al trío Irusta, Fugazot, Demare. Era muy conocedor, a pesar de que nunca fue un buen cantante. A los burros llegué por un amigo. Disfruté mucho el ambiente del turf. Siempre seguí todos los patrones del ser porteño con mucho placer. Como decía Gila: lo único difícil era la Navidad con 40 grados, los turrones con melón. Todo lo demás me resultaba, me resulta, muy excitante y de lo más natural.
Alguna vez dijiste que la primera canción que escribiste era, en lo argumental, un tango. Todavía no habías estado en Buenos Aires. Lo de tu padre tanguero explica todo, ¿no? Sí, exactamente. La canción que mencionas, Ella em deixa (Ella me deja), era, absolutamente, el argumento de un tango malo. Con la mujer que abandona y todo lo demás.
Cuando volviste, al final de la dictadura, dijiste que notabas que el público argentino estaba como ahogado, que te tomaba como una especie de burbuja de oxígeno... No ocurrió eso sólo conmigo sino con todos los que habíamos transitado el mismo camino de dolor pero a la distancia. Hoy, por las circunstancias que se viven, en España se conoce mejor cierto estado de desánimo, de frustración, que antes parecía lejano, tercermundista.
Muchas veces se dijo que tenías la intención de radicarte en Buenos Aires. ¿Llegaste a tener esa idea? Soy una persona que ama el buen tiempo y no es feliz en el frío del invierno. Me entusiasmó mucho la idea de vivir todo el año en verano. Y éste es un lugar que amo y en donde me siento amado. Así que hice lo posible por vivir parte del año en Buenos Aires. Lo que ocurre es que también me casé...
Acá sos venerado. ¿Cómo te cae? Una vez, Alfredo Alcón me dijo que luchaba contra la canonización. Alfredo siempre fue muy inteligente. Si te entregas a ese tipo de papeles, el problema es que dejas de ser tú mismo para dedicarte a otros asuntos, y la verdad es que no vale la pena. Al tener una charla, por caso ésta, me preocupa que alguien pueda leer o ver en mí algo que no soy. Me da miedo equivocarme, explicarme mal, pontificar, que alguien piense que lo que digo va más allá de un punto de vista lleno de errores y desinformaciones. Igual respondo. Si no, cada entrevista estaría llena de no sé, yo qué sé, a mí qué me preguntas y frases por el estilo.
Tal vez se te pregunta demasiado sobre temas extramusicales... Estoy aprendiendo, cada vez más, a decir “de esto no sé nada”. Aunque con eso pueda crearle un sentimiento de frustración al lector. Pero es mejor dejar vacíos que informar mal.
En una entrevista, Víctor Heredia me confesó que no le gustaba su canción “Sobreviviendo”, la frase “Tengo mi esperma urgente”. ¿Te arrepentís de canciones o frases tuyas? Yo tengo un pacto con mis canciones: que nunca hablaré mal de ellas, que jamás contaré algo en su detrimento. Hay muchas que no me gustan, que eliminaría de la posibilidad de existir, que quitaría de un manotazo. Pero sé también que esas canciones me ayudaron a escribir las que me gustan y me enseñaron el oficio. Tampoco entiendo a los que reniegan de canciones que les dieron éxito. Cada canción mía responde a un tiempo y a una razón y no tiene nada oculto, salvo alguna trampita ocasional para sortear la censura o los códigos de la moral y las buenas costumbres.
¿Algunas se resignifican con el tiempo? Cuando eras muy joven, escribiste “Cuando me vaya”. Tu idea sobre la muerte habrá cambiado... Es verdad. A veces escribes cosas con un fatalismo que te dan la inconciencia y la ignorancia. Es sorprendente la forma en la que uno es capaz, a los 20 años, de establecer una sentencia alrededor de temas tan delicados como el amor o la muerte. Llega un tiempo en que te conviertes en protagonista inmediato.
Dijiste que no hay nada oculto en tus canciones. Y sin embargo hay una, “La Montonera”, que circuló de forma clandestina durante la dictadura y sobre la que hay misterio. (El periodista francés Phillipe Broussard sostuvo que el tema se refiere a Marie Anne Erize Tisseau, modelo y militante desaparecida en 1976, pero Serrat nunca lo confirmó). Ese tema tiene sus leyendas. Lo escribí, sin dar a conocer de quién se trataba, para una muchacha de 20, 22 años, que murió en las cárceles de la dictadura. No he dicho nunca el nombre y no lo haré ahora, porque representa a todas las mujeres asesinadas. No sólo es una muchacha que muere. Es una muchacha que muere por una idea, por un pensamiento tan fuerte que, a pesar de no sentir admiración por quien la dirige, ella sigue peleando. Por eso, quise aclarar la situación retomando el Cantar de mío Cid, que dice “Qué buen vasallo sería/ si tuviera buen señor”.
¿Por qué nunca la grabaste? No sé. Quería sacarla y luego me pareció que no. Creo que está bien como está.
Solés transmitir la idea de que tu felicidad está en la infancia y en el Mediterráneo. ¿Es así? Lo que dices me provoca contradicciones. Intento no ser nostálgico. No creo que todo tiempo pasado fue mejor. Y sin embargo no puedo huir de la melancolía. La melancolía aparece en un color, en una nube, en un olor, en una música que me devuelve a algún sitio; en recuerdos que a veces me duelen y otras me divierten, pero que nunca me resultan indiferentes. Así que a pesar de no sembrar la nostalgia caigo en ella. Tampoco sé si realmente creo que una cosa es la nostalgia y otra la melancolía. Me haría falta alguien que me explicara todo esto algún día. Un niño de siete años, tal vez. La felicidad es una goma de automóvil que era mi barco en el que navegaba por el Mediterráneo. La felicidad está cerca de la niñez, es cierto.
A pesar de que la tuya estuvo marcada por la guerra y por una familia proletaria... Familia proletaria, sí. Pero yo no sabía que era pobre. No me enteré de que lo era hasta que fui mayor. No es que me faltara comida, ni que tuviera frío, ni que mis padres no se preocuparan por mí. Sólo me faltaban cosas que no sabía que existían. No sabía que había un mundo más allá de mi barrio.
Muchas veces hablaste de los amigos que te quitó la dictadura, ahora te los va quitando el paso del tiempo... La muerte siempre es injusta, pero sin dudas es más noble la muerte que trae el paso del tiempo. Uno puede entender que las enfermedades te arrebaten a la gente que quieres, incluso que un accidente pueda hacerlo. Pero no se puede entender la brutalidad de que un hombre caiga sobre otro para arrancarle la vida.
Quino dijo que le daba dimensión política a la vejez, como si fuera Pinochet prohibiéndole hacer cosas. ¿Cómo la experimentás vos? Rebelándome constantemente. Entiendo que las cosas son así, pero no lo acepto mansamente, no me entrego al deterioro mansamente. Trato de caminar mientras pueda, cantar mientras pueda, salir mientras pueda. Y no le voy a dejar al deterioro más opción que tomarme realmente en serio. Por ahora me van enterrando de a piezas. Espero seguir así, con estos pequeños entierros que yo celebro con algarabía.
Cuando le dijeron que seguiría viviendo en sus películas, Woody Allen contestó que prefería seguir viviendo en su casa de Manhattan. ¿Tu obra te da cierto amparo ante la idea de la muerte? Cada vez que he tenido algún problema grave de salud, y en los últimos años tuve tres, mi único amparo fue el calor de los que me rodean. En situaciones extremas me importa un carajo ser quien sea. Me importan mi mujer, mis hijos, mi perro, aunque hace poco me haya enterado de que es checo. Me ampara volver a casa y encontrarlos a ellos. Todo lo demás me importa un carajo.
http://www.clarin.com/viva/Revista_Viva-nota_de_tapa-serrat_0_1274872796.html
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