La noche en que Estrella Morente se postró ante Serrat.
Fue una velada inolvidable, de altura gastronómica, con diez estrellas Michelin y una pareja de artistas con mayúsculas. Todo por una causa benéfica
Jesús Mariñas.
Estrella Morente y Joan Manuel Serrat se saludan ante la mirada de Isabel Gemio
Foto Elio Valderrama
Noche inolvidable, y no porque Mariano Rajoy por fin anunciase su Gobierno. Begoña Villacís lo repasaba con lupa portátil en mano. Pronosticaba la posible labor de los elegidos. «Pero sigue el que toda España detesta, no se entiende», casi arremetió, ante Cristina Tárrega, la líder ciudadana físicamente tan llena de gracia. Alertó y anunció que «no pasaremos una». Cita histórica con menú de seis chefs –superan lo de cocinero, ya añejo–. Ostentan 10 estrellas Michelin. Milagro gastronómico lleno de platos inéditos donde el menú musical superó a la «tentación de vainilla, toffee y chocolate» del barcelonés Oriol Balaguer que llenó a Carola Suárez bajo un abrigo batón de seda estampado rebordado en renard. «Es un Etro de no se sabe cuándo».
–Soy muy cliente tuyo –le sorprendió Serrat a Balaguer, un gran atractivo junto a una Estrella Morente en estado de gracia. Isabel Gemio –a la que conocí en sus inicios barceloneses amando a Radio Barcelona– consiguió tan dispar menú: desde el tanguillo para toreros «Olé que te quiero», dedicado a su marido Javier Conde, al mítico «Mediterráneo» de «El Nano» a quien Mónica Randall siempre llamó «la tonadillera» por su devoción a la copla mamada de su madre. No se sabía por dónde empezar en el salón dorado del Casino enmarcado por cuatro enormes Romero de Torres, el de «la mujer morena», degustadores de semejante cena. Irrepetible:
–Es un honor compartir con usted– saludó la cantaora al «noi» que le besó la mano ceremonioso–. Mi padre lo adoraba –y lo marcó con reverencia.
–¿Y cuál es tu canción de Serrat? Las tiene a cientos. –curioseé mientras él la miraba arrebujá en un mantoncillo negro estampado de flores blancas como el Tot-Hom emplumado de la Gemio madre coraje:
–«Curro palmo», maestro, entusiasmaba a papá.
Reparé en que Joan Manuel llevaba en la solapa de su alpaca grisácea una roja calavera cabeza abajo. Pregunté si era por algo, acaso superstición ante la noche benéfica con tícket a 300 euros. Poco para semejantes manjares donde no falló Vicente del Bosque, al que todos se dirigían como «mister forever», y su adorable Mari Trini de sonrisa luminosa. Incluso se reflejó en la negrura de Teria Yabar y las imponencias de Begoña Trapote de bronceado acentuado tras fin de semana en Marruecos. Lo elogiaba:
–No sabemos lo que tenemos a solo hora y media de avión – enfatizó ante Mari Carmen y Jesús Gil Marín. Añoramos la Marbella dorada cuando había jeques y no rusos. No comentó qué pensaba su cuñado Felipe González del nuevo Gobierno. Menos aún del ataque de Pedro Sánchez contra su cuñado. Estuvo entre dos aguas como el repertorio de casi una hora en la generosa Estrella con tanguillos antológicos igual que su bulería. Enloqueció y puso de pie dándole al tango «Volver, con el alma marchita», cantado sin micro, a pelo, con la guitarra de su tío Montoyita. Recorrió el comedor saludando a conocidos mientras decía lo de «las huellas del tiempo blanquearon mi faz». Un alarde de equilibrio entre dos estilos y géneros. Sólo puede hacerlo ella con sabiduría y vozarrón en alarde nada comercial, que hizo olvidar los filipinos de cabra, la cococha de bacalao en tempura o el tiradito de corvina del aperitivo de Paco Roncero. La peruana María Marta preparó sardina ahumada con apio y manzana impregnada, Mario Sandoval –el único con chaquetilla blanca distinta abotonada al cuello–, «coulant» de setas y trufas con crema de verduras, mientras Francis Paniego sorprendió con merluza 45º C, al pimiento y sopa de arroz. Remató Óscar Velasco con jarrete de ternera blanca –posiblemente gallega, que es tierna como nosotros– con puré de patata. Enrique Monereo se puso más kilos encima, con lo fino que fue; Cebrián paladeó, y su antagonista, Pedro Jota era con Agatha co-protagonista. Duele pero no sorprende su separación para algunos ya anunciada. Confío en que no haya más rupturas: «Sólo había que ver cómo se aburría la una con el otro; han tardado mucho, sentenciaron ante Campo Vidal, María Rey y Antonio San José, tan añorados en la tele como los asistentes. Hicieron buena escuela, exaltaron ante la deliciosa Marta Torné, retocada por los pinceles de Sensilis. Los usó Estrella para pintar a su prima ante su abuela Rosario. 86 años de belleza, arte y gracia únicos. Todavía baila y me recordó cómo hace 14 años, recién nacido su nieto, «lo tuviste en brazos en unas Fallas mientras Estrella se arreglaba. ¿Te acuerdas?». Parece un personaje andalucísimo de García Márquez sin cien años de soledad. En la mesa que compartimos lanzó olés al arte familiar que engrandeció lo jaranero-benéfico y acabó oyendo bravos que me supieron a poco, como el pasotismo ante el alto García Revenga, antaño insoportable y mimado secretario de las Infantas Elena y Cristina. Hablamos de otra España.
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