miércoles, mayo 10, 2017

Auge y declive del cantautor en España

Auge y declive del cantautor en España

Esos cantantes, que no eran meros intérpretes de canciones exitosas sino creadores de nuevos mensajes, tuvieron su mayor auge entre los años 60 y 70.

10 de mayo de 2017 (21:36 h.)

(Javier Puig
Articulista de literatura y cine, colabora en MUNDIARIO. Escritor de poemas y relatos.)

Viendo el Ochéntame otra vez, dedicado a los cantautores, confieso que hubo momentos en que me emocioné. No suelo ser nostálgico – al menos, en esa medida que invade y deroga la calidad del presente–, y suelo confiar –a pesar de algunas pésimas evidencias– en los nuevos tiempos. En lo que respecta al arte, en ciertas manifestaciones observo un agotamiento, una aparente imposibilidad de verdadera renovación, con lo que uno ha de conformarse con encontrar buenas variantes de lo ya conocido. También pasa que hay movimientos que funcionaron coyunturalmente y que ya nunca más tendrán una prolongación ni encontrarán un tiempo tan acogedor como el que vivieron. Esto sería aplicable a la música de cantautor.

Esos cantantes, que no eran meros intérpretes de canciones exitosas sino creadores de nuevos mensajes, tuvieron su mayor auge entre los años 60 y 70. En ese periodo surgieron figuras, canciones, que, al menos, a nosotros, los jóvenes de entonces, en su primorosa composición, nos siguen pareciendo únicas. Como en todo movimiento emergente, también a este se apuntaron elementos más mediocres, pero el recuerdo que prevalece hoy es el de aquella generación de artistas que nació de una época floreciente en la música, y que supuso también la aparición del rock y las muchas variantes que aquellos jóvenes de entonces, en estado de gracia, proponían. En España, el movimiento de la canción de autor se inició con la Nova Cançó catalana y pronto se extendió al resto del país. Esa nueva canción contenía la lucha política, ya fuera de forma explícita o implícita – por la censura o por decisión estética - en unas letras poéticas que suponían un rebelde desvío de los cauces del cancionero oficial que había prevalecido hasta entonces.

Muchos son los cantautores que se recuerdan en ese programa, y muchos de ellos – al menos en sus mejores momentos - me gustan; pero, de todos ellos, mi preferido es Joan Manuel Serrat. Es el que más me sigue emocionando cuando lo escucho o lo veo interpretar sus mejores canciones, aunque también el que más me duele al contemplar su largo declive. Serrat nunca escribió canciones religiosamente políticas pero sí que, en algunas de ellas, proclamó sus filias, que no eran partidistas sino radicalmente culturales y, por ende, políticamente posicionadas en el lado de la más desenfadada libertad. Lo más subversivo que ha hecho ha sido ese incesante y renovado manifiesto a favor de una vitalidad amigable, sincera, generosa, suavemente revolucionaria. Serrat transformó la poesía en materia multitudinaria, logró hacer confluir sentimientos generacionales. El número de canciones extraordinarias que compuso es de lo más elevado que ha habido en la música popular española.

Las comparaciones, sí, son odiosas, y perniciosas, indebidas, estériles. Ver a Joan Manuel Serrat en un concierto en 1974, nos habla del punto concreto de ebullición, del momento justo en el que estalla una confluencia de fuerzas: el máximo nivel creativo de un autor, en la época que precisa exactamente de eso. Aunque, no todos, en aquellos tiempos, adoraban ese tipo de música. Era una cuestión de identificación. No todos éramos iguales ni pertenecíamos al mismo macro grupo cultural. Estaban, entonces, los que satisfacían sus apetencias en la música discotequera, o aquellos que vibraban con el rock, o los que se habían quedado en esa “música camp”, como se denominaba entonces a la de los boleros o a la de las coplas.

El último cantautor que ha obtenido un éxito masivo ha sido Joaquín Sabina, el que ha llegado más cerca de nuestro tiempo. Acaba de publicar un disco, Lo niego todo, en el que se imita a sí mismo pero que no reedita sus mejores momentos. El anterior, Vinagre y rosas, es nada menos que de 2009. Parece que el espíritu creativo merma en la mayoría de los casos, que precisa de una inyección de juventud o de la presunción de un ambiente receptivo. En ese magnífico programa de Ochéntame otra vez inevitablemente se toca el tema de la decadencia de la canción de cantautor. Llegaron los años 80 y parecía que ya no era necesaria esa reivindicación política que siempre la acompañaba, más o menos ostensiblemente. Sobrevivieron mejor aquellos que no basaron sus letras en la denuncia política directa aunque siempre se supiera su espíritu contestatario. Serrat declaró su posición política – que entonces era muy clara y muy peligrosa, la de la defensa de la democracia y la libertad – en sus gestos y en sus declaraciones más que en sus letras, aunque la elección de sus discos dedicados a Machado y a Miguel Hernández no dejara lugar a dudas.

Las primeras canciones de Serrat están hechas de textos frescos, contundentes, certeros, emotivos, con los que se identificaban esos seguidores propensos a entregarse a los nuevos vientos. Tal vez, como pura poesía, eran mediocres, pero, sin embargo, tremendamente efectivos, punzantes, duraderos. Así – modesto - lo reconocía el barcelonés en una entrevista que le hiciera Joaquín Soler Serrano en el mítico programa de A fondo. Allí mismo se reconocía “cortito” como cantante. No obstante, sí era consciente de haber logrado melodías de una gran fuerza y autenticidad.

Cuenta Luis Pastor en ese programa que, al inicio de los años 80, recibió clases de canto, se esmeró en sus melodías, y lo que obtuvo, de repente, fue la indiferencia, la censura, por parte de la crítica y del público. Serrat también mejoró, en sus textos, en su habilidad cantora, pero, al mismo tiempo, iba menguando su fuerza, esa arrolladora originalidad de la que había estado tocado en sus primeros años. En los años ochenta, de forma aislada, aún daría alguna excelente canción, pero ya estaba en el tránsito hacia una calidad que presentaba un arte mucho menos potente y genuino. Los tiempos estaban cambiando y el genio de esos autores se estaba desvaneciendo. 

También observa Luis Pastor que, desde ya hace muchos años, la palabra cantautor se ha convertido en: “Sinónimo de coñazo, de barbudos sosos y aburridos…” Y es que el mal cantautor es precisamente eso: alguien que se pone a hacer música sin talento, que encuentra justificado cualquier soniquete con tal de ofrecer en formato más mayoritariamente asequible un texto que considera que el público tiene que conocer

En sus letras, Serrat, se despojaba de todo engolamiento y sabía hablar desde el lenguaje popular, desde su variante más sensitiva, acompañado de una música que elevaba aquellos textos hasta lo más embriagador y codiciable

Cuando veo en Internet esos conciertos de Serrat de entonces, se me pone la piel de gallina, se me humedecen los ojos. Tal vez en su momento no fuera así, y solo me gustaran mucho esas canciones, o incluso, a veces, algo menos que eso, porque las tenía muy escuchadas. No sé de dónde proviene esta emoción de hoy, si conecta con algunas vivencias mías ocultas, si significan la pena por la desaparición de algo excelso, por ese maravilloso resultado de una suma que es mucho más que sus sumandos. En sus letras, Serrat, se despojaba de todo engolamiento y sabía hablar desde el lenguaje popular, desde su variante más sensitiva, acompañado de una música que elevaba aquellos textos hasta lo más embriagador y codiciable. No sé muy bien adónde me retrotrae su música, que me emociona profundamente pero no me reaviva sentimientos concretos. Tal vez, me reactiva una sensación de juventud de la que creía estar a salvo de añorarla y me restituye el reflejo de un primigenio sentimiento ya jamás originalmente reeditable.

Como dice Víctor Manuel, entonces, la gente estaba más abierta a las novedades creativas. Hoy en día, el noventa por ciento de los jóvenes se incomoda si en la radio se pone un tema que difiera de los actuales patrones establecidos. En los 70, no era una minoría como ahora -mayoritariamente madura - sino un colectivo de considerable amplitud el que tenía hambre de cultura. Y es que esta se asimilaba a una libertad que entonces era importante, algo a conquistar; y no como ahora, una obviedad o tal vez un territorio propicio al desarrollo de las banalidades.

En los años 70, recuerdo que había un programa por la radio que dividía a sus seguidores entre los raphaelistas y los serratistas. Eran dos concepciones culturales muy distintas, pero había más. Estaba el rock, la música más hímnicamente politiquera, la música disco, la canción del verano…Yo, en principio, me reduje a lo que me proporcionaba la radio, a esos éxitos de entonces que eran más diversos que ahora. Luego oscilé entre muy variadas músicas que hoy sigo considerando compatibles. Descubrí el rock, la música clásica y, más tarde, el jazz. La música de cantautor estaba bastante desprestigiada entre quienes no la seguían. Y muchas veces tenían razón. Hay que situarse en aquella perspectiva, en las contradicciones que contiene la amplitud de todo presente. Veo maravillosos conciertos ahora en Internet que, sin embargo, contienen algunas indefendibles piezas que sus autores presentaban como logros de su actualizada carrera. Pero también pasa con el rock, y con todo.

En su momento, la música de cantautor sirvió para cohesionar un movimiento necesario, el despertar ciudadano a una renovada sensibilidad, una forma más poética de enfrentarse a una realidad asfixiante. Si la nuestra no es tan paupérrima, sí que deja muchísimo que desear y hoy sabemos de mucha inmundicia e iniquidad imperante. Pero esto no parece suficiente para que renazca aquella canción. Tal vez el descontento se exprese musicalmente ahora a través del rap. Claro que esta música, en esta sociedad individualista, no es capaz de concitar aquel número tan grande de adhesiones hermanadas, ni de crear aquella poesía, a veces simple, incluso ingenua, pero tantas veces eficaz.


http://www.mundiario.com/articulo/sociedad/auge-declive-cantautor/20170510211151088387.html

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