sábado, octubre 07, 2017

Ana Belén, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos estuvieron anoche en Rosario recordando los 20 años de su exitosa gira.

Ana Belén, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos estuvieron anoche en Rosario recordando los 20 años de su exitosa gira.

Por Laura Hintze
sábado 7 de octubre, 2017

El Gusto es Nuestro es sinónimo de amanecer los domingos en la casa de mis viejos. Es un disco que huele a asado o a pastas y suena como las páginas del diario que pasan mientras mi mamá o mi papá, o Julián, o yo, o los cuatro juntos, desayunamos. El Gusto es Nuestro es el disco que sonó cuando éramos pibitos. Suena como los temas infantiles de moda y la hora pico para mirar Sailor Moon. Es uno más de ese montón que estaba en el auto o dando vueltas por casa. Como el Silvio Rodríguez y Aute. O como el de Silvio y Pablo. O como cualquiera de Serrat. Es uno más de ese montón que ahora está dando vueltas por ahí: librito gastado por un lado, CD por el otro. O de ese montón que está adornando las bibliotecas mientras suena Spotify. Pero ser uno más no lo hace ser menos. Especialmente cuando pasaron veinte años de la compañía para siempre.

El Gusto es Nuestro empezó en 2016 una gira que terminó anoche en el Metropolitano de Rosario. Yo fui sola, con el oficio como escudo y la curiosidad por los 20 años que iban a pasar en vivo. No hace mucho empecé a pensar en clave de diez años para atrás; anoche fue la primera vez que me planteé qué son y cuánto los 20. Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos y Joan Manuel Serrat tocaron 37 temas – más de tres horas sin parar y sin respiro – para que pueda sentir y reflexionar entre la tranquilidad y el canto a los gritos, y también, sí, debo admitir, un par de cantos lagrimeados. Qué vas a sentir sino cuando Serrat y Ana Belén te cantan Paraules d’amor juntos, ahí, re-cerca tuyo. 

La mayoría de los que fueron son, sí, obvio, gente adulta. Mis viejos y sus amigos multiplicados por un montón que te hace sentir como en casa, llegando con el postre y el vino para compartir el mediodía. La mayoría eran grupos de amigos. Las dos señoras que esperaban delante mío para entrar al Metropolitano se conocieron esperando un taxi. No pararon de saludar gente en todo el paso lento de la enorme fila y el comentario era ese: que todos se cruzaban con gente de años. Alguien pasa y murmura que pasaron veinte. “Éramos unas criaturas”.

Pero nosotros éramos más criaturas todavía. Y también estábamos ahí. Una amiga me manda un Whatsapp: seis corazones y una referencia a su infancia. Está llegando al Metropolitano con su mamá y como yo, no puede más de la emoción. No somos las únicas. Me cruzo a Celeste, que vino con su hermana y su papá. Me cruzo a Julián, que está laburando y no puede creer dónde. Pensó en su vieja y en los discos: este, y el de Pablo, y el de Silvio, y el de Aute, y todos los de Serrat. Mi amiga Lucía – que se llama así por el tema de Joan Manuel, claro – responde las imágenes que comparto por Instagram: “Jodeme. Fan de Ana Belén desde 1994” (cuando teníamos cinco años) . Mi amiga Gaby, que estuvo sentada adelante, me escribe: no puede creer la ropa de Ana Belén. Yo tampoco. ¡Y lo bien que le queda! Entre las dos especulamos a quiénes llevaríamos con nosotras a tomar tragos. Ganó Miguel Ríos. 

El Gusto es Nuestro es un disco de 21 temas. El recital de anoche tuvo 37 y sólo unos pocos repetidos del primer show. No importaba. Siempre, cada minuto, fueron 20 años: el domingo, el sol del patio, la visita de mis primas, la semana pasada cuando yo recordaba el disco y mi hermanito – de 22 años – no. Los temas que no conozco estoy segura que mi mamá sí, y con eso me alcanza para generar complicidad y reírme por lo bajo. Ella sería una más levantando los brazos y agitándolos de un lado para el otro. Yo, inevitablemente, mantengo a lo largo del show la compostura de hija. Sólo voy a ceder más tarde a puro besos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura.

El salón Metropolitano no es un lugar cómodo. Fuimos miles de personas sentadas en sillas de plástico: si te paras a bailar o sacar una foto, tapas al resto. Hubo un momento que importó. Sobre el final, dejó de ser relevante. El Himno de la Alegría – el último del disco, que me sirvió para aprender a tocar el tema en la flauta para la clase de música, en sexto grado – y La Puerta de Alcalá nos encontraron bailando. Eran más de la una y yo quería dormir. Las señoras no podían parar de moverse y los cuatros del escenario tampoco. Yo me morí de envidia y sentí algo de paz. Mi primera certeza es que veinte años pueden ser poco y no sentirse tanto. 

El cuaderno de apuntes que tomé a lo largo de las tres horas de show está plagado de un número: el veinte. No sólo por mis preguntas y recuerdos, sino por la nostalgia y las inquietudes de los músicos sobre el escenario. Ana Belén murmuró – con su voz y su tonalidad, que no es cualquier murmullo – que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. Joan Manuel Serrat arrancó cantando Cantares y después se preguntó qué nos llevó a recordar con ellos esos 20 años. La gente le respondió: “Te amo Nano”, estirando la o con voz aguda. Yo me acordé que como primero escuché estos discos y después la radio en mis primeros diarios íntimos había fragmentos del poema de Antonio Machado. Esas cosas me llevaron a mí, Nano.

Víctor Manuel nos invitó a reencontrarnos en 20 años; unas canciones más tarde Miguel Ríos se iba a reír de él. Sabe que las chances son pocas. Yo me pregunto dónde estaré. Una señora sentada detrás mío se cantó todos los temas. Los escuchó con las dos palmas juntas, pegadas a la boca, cantando bajito, como si gritara tanto que no necesita elevar la voz. Yo la miro e intento trazar un paralelo. Garabateo en mi cuaderno: qué dónde, y cuándo, y cuáles van a ser esas canciones de mi futuro que seguro no es tan lejano. 


https://rosarionuestro.com/elogio-de-la-nostalgia/

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