La muerte de Daniel Viglietti, un referente de la cultura latinoamericana
Guitarra, voz y poesía para resumir a un artista único
En su discografía se encuentran los mensajes que le valieron la cárcel y el exilio, pero también una especial sensibilidad que iba más allá de un mero panfleto. Sus restos serán velados en el Teatro Solís de Montevideo, donde se espera una enorme despedida popular.
31 de octubre de 2017
Ayer, a los 78 años, murió Daniel Viglietti, una de las voces cardinales del canto popular uruguayo y de la canción americana. Murió mientras era sometido a una intervención quirúrgica en Montevideo, la ciudad donde nació en 1939 y donde había regresado tras la ignominia del exilio de los años de la dictadura, que transcurrió primero en Argentina y luego en Francia entre 1973 y 1984. El músico y compositor uruguayo Ruben Olivera dijo a través de la agencia de noticias DPA que Viglietti “no tenía problemas cardíacos”, por lo que la muerte tomó a todos por sorpresa, incluso a sus afectos más cercanos. Su cuerpo será velado hoy hasta las 14 en el Teatro Solís.
Autor inspirado y enérgico, cantor de voz profunda y firme, guitarrista de notables recursos, Viglietti es por sobre todo el creador de canciones instaladas decididamente en la memoria latinoamericana. “A desalambrar”,” Gurisito”, “Milonga de andar lejos”, “Yo no soy de por aquí”, por ejemplo, son temas que la historia siempre devuelve, cuando la realidad reprograma alguna de las formas de la infamia. Musicalizó además poemas de Nicolás Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, César Vallejo, Líber Falco y Mario Benedetti. En más de medio siglo de permanencia en los lugares selectos de la canción de autor latinoamericana, su obra logró una importante proyección mundial. Mercedes Sosa, Víctor Jara, Amparo Ochoa, Isabel Parra, Joan Manuel Serrat, Alí Primera, Chavela Vargas, Soledad Bravo, Leo Maslíah, Fernando Cabrera y Tabaré Rivero, por nombrar sólo algunos, rindieron tributo a la justa perfección de varias de sus canciones.
Viglietti nació en una familia de músicos. Su madre, Lyda Indart, era pianista y César Viglietti, su padre, guitarrista. Daniel recibió una sólida formación académica, si bien de alguna manera siempre hubo música popular en su vida –su padre fue un investigador reconocido del folklore uruguayo en general y de la guitarra uruguaya en particular–. Daniel estudió guitarra primero con Atilio Rapat y más tarde con Abel Carlevaro y a la hora de elegir, ya iniciada la década de 1960, el trovador desplazó al concertista, aunque el segundo ya había definido el estilo del primero.
Fue entonces, con veintipico de años, que Viglietti comenzó una producción febril como autor, compositor e intérprete, además de trabajar como docente, locutor de radio –oficio que también había sabido cultivar Alfredo Zitarrosa– y periodista. Eran los años en los que el pensamiento progresista uruguayo se enfilaba en el semanario Marcha, cuyo secretario de redacción era Juan Carlos Onetti y donde escribían, además del mismo Viglietti, Mario Benedetti, María Ester Gilio, Ángel Rama, Mario Vargas Llosa, Manuel Maldonado y los hermanos Denis y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Eran los años también del Núcleo de Educación Musical (Nemus), que tuvo a Viglietti entre sus artífices y de una idea de arte popular que se cumplía en obras como Impresiones para canto y guitarra y canciones folclóricas, el primer trabajo discográfico del guitarrista, donde combina un ciclo de canciones propias de cierto respiro académico, con obras de Atahualpa Yupanqui, Horacio Guarany y otras canciones propias más ligado al universo del folklore, que por esos años tenía el epicentro de su boom comercial en Argentina, fenómeno a cuya influencia Viglietti no fue ajeno. En ese primer disco está por ejemplo “Canción para mi América”, esa que dice “Dale tu mano al indio, dale que te hará bien”, el primero de los temas perdurables de un cantautor comprometido con la realidad, desmesurado en una rabia que expresaba con equilibrada belleza.
De ahí en más su personalidad artística se desarrolló en cinco discos hasta 1972, año en el que la represión a los movimientos libertarios se hizo intensa y planificada en toda Latinoamérica, y en Uruguay culmina en el golpe cívico militar de junio de 1973. Viglietti cayó preso. Su detención despertó una campaña de reclamo por su liberación que fue impulsada por personalidades de la cultura y la política a nivel internacional como Jean Paul Sartre, François Mitterrand, Julio Cortázar y Oscar Niemeyer, entre otros. Liberado, partió hacia el exilio, del que regresó en 1984. Edita obras nuevas, entre ellas Trabajo de hormiga (1984) y A dos voces, con Mario Benedetti (1985), además de reeditar por el sello Ayuí / Tacuabé los discos anteriores a la dictadura, tarea que terminó recién en 1999, cuando después de un largo juicio pudo recuperar los derechos sobre los fonogramas que habían pertenecido al sello uruguayo Orfeo y absorbidos por empresas multinacionales.
Más allá del músico, el periodista y comunicador mantuvo siempre encendida su llama. Desde 1994 produjo y condujo el programa radial Tímpano? que en Uruguay se transmitía por Radio El Espectador de Montevideo, que fue retransmitido en Argentina (por Radio Nacional), Venezuela y Francia. Párpado, se llamó el programa de televisión que realizó desde 2004 en TV Ciudad de Montevideo. Fue importante también su tarea de investigación, preservación y difusión de la música latinoamericana a través de la construcción y desarrollo de lo que llamó “Memoria Sonora de América Latina”, un inmenso archivo que incluye, además de música, entrevistas a músicos y escritores realizadas a lo largo de su carrera en todo el mundo. ?En octubre de 2014 había recibido el premio “Noel Nicola” en “Casa de las Américas”, en La Habana y recientemente había participado en Vallegrande en el Encuentro mundial por los “50 años del Che en Bolivia”.
En la obra de Viglietti queda la memoria de una época aguda de la música latinoamericana. Entre el ser, el poder y el poder ser, queda la obra de un artista que recreó con talento sus convicciones. Una obra que en sus retumbos sigue interpelando: “Yo pregunto a los presentes/ Si no se han puesto a pensar/ Que esta tierra es de nosotros/ Y no del que tenga más”.
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