Un lujo para el alma y el oído
18 de octubre de 2018
Joan Manuel Serrat tiene la propiedad de manejar el tiempo a su antojo. Puede ir hasta 1971, al menos, y recoger aquellas canciones que lo catapultaron a la fama eterna, rejuvenecerlas y entregarlas a un público que no deja de disfrutarlo.
Por Gonzalo Rodríguez.
Aún con sellos de su voz envolvente y vibrante, sin disimular los 74 años que porta, pero sin la rectitud y el seño fruncido de aquel veinteañero que salió al mundo hace cuatro décadas a gritarle las verdades en la cara, el catalán se presentó el martes en el Metropolitano de Rosario y nos conmovió hasta las lágrimas.
Con la amabilidad respeto que lo caracteriza salió al escenario apenas unos segundos después de las 21:00, tal como estaba previsto, y generó la primera gran ovación. Su energía, sus buenas vibras y su mote de cantautor de culto le abren de par en par las puertas de cada espacio donde se necesite arte y emociones.
"Mediterráneo da capo" fue la propuesta, para recorrer de principio a fin aquella obra maestra de 1971, que según el "Nano" escribió de punta a punta en un pequeño, ignoto y ya desaparecido hotel de la costa catalana, sin imaginar quizás que nos entregaba piezas para la posteridad. Más tarde reconoció la incomodidad matemática de celebrar los 47 años del mítico disco y que hubiera sido más "prolijo" esperar hasta los 50. "Pero…yo no estoy para esperar…", confesó a todos los presentes, desparramando ternura.
El 50% del famoso "Mediterráneo" fue el inicio de una velada en la que Joan Manuel nos tuvo en la palma de la mano. Salió a escena con traje oscuro y camisa sin corbata, en un show que tuvo al mar como leit motiv. El calor y la humedad de la noche rosarina lo llevaron a quitarse rápidamente la prenda superior y a sacarse la camisa afuera tras los primeros acordes, generando el suspiro de jóvenes y mayores mujeres que fueron a verlo.
No respetó el orden del disco "Mediterráneo", pero a nadie le importó. Las diez canciones fueron navegando sobre ese mar que lo vio nacer, con algunas versiones deliciosas. "Que va a ser de ti" hizo llorar a cada padre, con una versión aún más dulce que la original y los clásicos "Lucía" y "Aquellas pequeñas cosas" estremecieron como el primer día. Contó secretos del "Tío Alberto" y de Don Quijote de la Mancha y nos llevó de la mano también al mar imaginario con cada melodía.
"De vez en cuando
la vida…"
Tras repasar las 10 piezas del disco el "Nano" comenzó a desandar su capacidad artística por otras versiones históricas, sin una correlación determinada. En primer lugar, y tras el cierre de la primera parte del show con la otra mitad de "Mediterráneo", hizo una alegoría del mar, "su" mar, y la luna, en cuidadas melodías que acompañaron su voz viva. Esa misma voz que arriesgó en distintos pasajes de la noche a pesar de la disfonía que lo persigue desde mediados de año y que lo obligó a cancelar 6 presentaciones en Europa y la semana pasada en Tucumán.
Serrat demostró también su preocupación por el mínimo detalle y su tozudez de catalán quedó al descubierto al pedir, en reiteradas oportunidades a través de miradas inquisidoras y visibles muecas, algunas correcciones técnicas y rítmicas, fundamentalmente a Ricard Miralles, director y pianista, compañero de mil batallas.
Continuando con las emociones se refirió una y otra vez al mar y a las mujeres y dejó flotando algunas reflexiones con su sello. Habló de su canción para la suegra ("Señora", que no cantó) y expresó que se trata de una obra "transversal", es decir elaborada para todas sus suegras. Cuando habló de la mujer no dejó pasar la oportunidad para hablar de las que padecen del «mal amor», las víctimas de la violencia de género.
Así fue mechando las más de 2 horas y media de carisma, canciones y los dotes actorales que lo distinguen, elevándonos con intensidad y disparando al corazón en sólo cuestión de minutos, con letras y tonos que nos llevaron a recordar quiénes somos.
Nos hizo cantar "Cantares", desplegó una especie de big band con "Algo personal", agregando unos versos dedicados a la clase política, volvió a conmover con "Penélope" y gritó bien fuerte "Para la libertad", entre otros.
Quienes apreciamos su poesía y su calidad artística mezclamos lágrimas con euforia al acercarnos al final de la noche. Un señor mayor que nos arrolla con su juventud y distinción, capaz de eludir amablemente las intenciones de espectadores poco entendedores de su prosa y su mensaje, como un par de señoritas que le arrojaron insistente y violentamente un pañuelo verde o los desaforados por retratarse en esos aparatos inapropiados y carentes de toda sensibilidad llamados "teléfonos celulares".
El "Nano" logró nuevamente inquietar hasta nuestras fibras más íntimas, nos hizo volar y llorar, recordar y soñar. Nos deleitó con su arte y nos honró con su presencia. Y dejó flotando la misma sensación del final de recitales anteriores: una irrefrenable ilusión de volver a verlo y escucharlo. Porque el "Nano" sigue haciendo "camino al andar".
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