RECUERDOS 2019
Serrat en Rosario
Por Tamara Smerling
27 de octubre de 2019
Cristina Suriani era alta, rubia y espigada. Estudiaba Arquitectura en la Universidad Nacional de Rosario, frecuentaba las reuniones y el bullicio de los estudiantes, y pasaba sus días entre dos lugares, aparentemente, muy antagónicos: la facultad y el country. En las largas veladas en la casa de Nora Lagos -era amiga de sus hijas- conoció a Carlos Saldi. El fotógrafo comenzó a retratarla y logró, incluso, ganar un importante concurso en Japón gracias a una de las imágenes. Una tarde, después de una de sus clases, Cristina y Saldi se acercaron a uno de los teatros del centro de Rosario en busca de locaciones para una nueva producción: Joan Manuel Serrat daba, esa misma noche, uno de sus conciertos.
En esa época, era costumbre que los artistas «importantes» recibieran un ramo de flores al terminar su función. Una señorita era quien lo entregaba, cortés, mientras detrás bajaba el telón y la platea estallaba en aplausos. La elegida caminaba, temblorosa, con su ramo de flores, a la espera del final del concierto. El fotógrafo y la modelo, en tanto, esperaban apostados muy cerca del escenario a que terminara la música para hacer su producción de fotos. Solo que, de repente, escucharon un ruido, fuerte, seco: la muchacha que debía entregarle las flores a Serrat se había desplomado, de manera estrepitosa, sobre uno de los costados del escenario, a medio camino entre la emoción y los nervios. Suriani y Saldi subieron a socorrerla y, en ese mismo instante, terminó el recital: Serrat aguardaba, frente al público, el saludo y las flores para bajar.
-¡Las flores, las flores, las flores! -empezó a gritar alguien por los camerinos.
Cristina tomó las flores que la joven había dejado caer al piso. Una mano, detrás, la empujó sobre el escenario. Joan Manuel Serrat recibió, finalmente, el ramo.
-La modelo que vos esperabas se desmayó, ¿y ahora? ¿Qué tengo que hacer? -le dijo Suriani entre susurros.
-Dame un beso y saludamos al público…
Después, Saldi, Suriani y Serrat se fueron al hotel, porque el fotógrafo quería tomarle algunas imágenes también al cantante. El tiempo pasó: la modelo y Serrat no volvieron a verse. Sobre principios de los setenta, Suriani -que no pasaba los 25 años- viajó a Madrid. Se lo volvió a topar en casa de unos amigos. Llevaba tres meses en España, donde trabajaba en publicidades y arrancaba su carrera con portadas de revistas. -No, pero yo quiero volver a la Argentina… -le insistía al cantante. -¡Piénsalo bien, piénsalo bien! -le contestaba Serrat a la muchacha. Suriani, finalmente, nunca regresó a Rosario. Sin embargo, la modelo y Serrat volverían, una vez más, a cruzarse por España.
Las críticas de música de entonces no eran aduladoras. Los periodistas buscaban escribir en contra de algo, con argumentos sólidos y elocuentes, sobre el valor -o no- de una obra. Esa dureza, un poco brutal, le daba credibilidad al medio. Era el estilo de la época, que no ahorraba datos de cuántas personas asistieron, la cantidad de piezas que fueron ejecutadas o cómo había sido el concierto. La reseña de los recitales de Serrat en el Teatro Ópera fue, por eso mismo, enfática, y habló sobre un «programa desparejo y tropiezos vocales». La firmó de nuevo Jorge H. Andrés, el 4 de febrero de 1972, en La Opinión, y tildaba a Mediterráneo como «responsable del insustancial convencionalismo de su disco más reciente».
«Las flamantes canciones escritas por Serrat no implican una ruptura violenta con el estilo que vino ejercitando hasta ellas. La misma poesía costumbrista, tierna y sensible, a menudo farragosa y exageradamente emotiva, que caracterizó sus primeras letras está presente en este nuevo grupo, lo mismo que la capacidad de observación del autor para contemplar sus raíces y su indiscutible habilidad para narrar con grave lirismo episodios románticos.
Tampoco se puede negar que los originales del vocalista catalán son superiores en cuanto a factura y más serios en lo que respecta a su intención que casi todo lo que se escucha en materia de música juvenil cantada en castellano, pero la mayor parte de su producción reciente, lo mismo que la que ejercita la variante sentimental (…) implica variaciones muy tenues, casi siempre vulgares repeticiones, de asuntos enfocados propiamente y con mayor inspiración».
Andrés, que colaboraba para el diario desde su casa, donde tecleaba sobre una máquina Olivetti Lexicon 80, sólida y pesada, con papel pautado -34 por 22 centímetros, 25 renglones y 60 espacios cada uno- para que se pudiera calcular la extensión de la nota, siguió: «Probablemente estas desconcertantes variaciones estilísticas de Serrat, lo mismo que sus reiteraciones temáticas, sean una consecuencia de la contrincante dualidad que él mismo se ha encargado de fomentar desde que su boom comenzó a insinuarse.
En un extremo permanece el ídolo popular de aniñada apariencia, capaz de distraer a un auditorio juvenil sin ofender su buen gusto, de protagonizar -pósters y revistas mediante- los sueños amatorios de las muchachas y de estimular, con la inteligente factura de sus letras, posibles inclinaciones poéticas en los varones proclives a identificarse con su imagen de soñador andariego y melancólico (…). Quizás ha llegado el momento, porque ya tiene el suficiente poder para hacerlo y porque mantener ese falso equilibrio ya está perjudicando su trabajo, de que Serrat obligue a convivir a esos dos personajes que habitan con él, de que se cambie el traje de terciopelo violeta que viste para cantar en el Ópera por la ropa menos cómoda que usa habitualmente y diga claramente todo lo que tiene que decir, no en el asiento trasero de un automóvil ni en el sobreentendido de una respuesta intencionada sino componiendo y cantando, una tarea en la que no tenía rivales cuando la realizaba con convicción».
Una semana más tarde, en Rosario, a la entrada del club Gimnasia y Esgrima, en el parque Independencia, donde cantó solo cuatro canciones cerca de las cinco de la mañana («molido de cansancio y con un humor de perros») para 8.874 personas, a 950 pesos de los viejos cada entrada, una multitud -enloquecida- lo quiso secuestrar para llevárselo a que actuara esa misma madrugada pero a 150 kilómetros: en Santa Fe. «Hubo un forcejeo terrible y alguien quemó con la punta de un cigarrillo encendido a Serrat en el cuello, produciéndole una herida que le molestó durante su actuación». Serrat era el número central del carnaval en el Litoral y el público lo esperó, impaciente, hasta las cuatro de la mañana en Unión. Solo que nunca llegó: por los altoparlantes se anunció que había tenido una «indisposición». La reacción no tardó en llegar: en el club había más de diez mil personas y volaron sillas, mesas, sifones, botellas y piedras.
Para rematarla, circuló la versión de que no viajó porque planeaban secuestrarlo. «En la fecha el club Atlético Unión cursa telegramas al señor Ministro del Interior, d. Arturo Mor Roig; al señor Gobernador de la Provincia, General de División Dn. Guillermo Sánchez Almeyra, y al señor Presidente de A.D.R.A, para que tomen intervención ante las actitudes de verdadero gangsterismo artístico de este señor, que recorre el País como “Turista” percibiendo sumas varias veces millonarias», marcaba la denuncia firmada por las autoridades del club. Se volvió a Buenos Aires sin pasar por el hotel a recoger su equipaje. Actuó -como siempre- en Sábados Circulares, por Canal 13, donde se codeaba con Martín Karadagián y Titanes en el Ring, y Pipo Pescador que estrenaba nuevo programa. Más tarde, le respondió a Carlos Gabetta en la revista Panorama
«En Santa Fe no me presenté simplemente porque no estaba contratado. (…) ¿Qué quieren ellos, las perfecciones? No soy perfecto -Dios me libre- y estoy sujeto a las imperfecciones de mucha gente que tiene que ver con lo que hago. Uno está propenso a cometer continuamente fallas, y en mi caso están muy a la luz. Esto es bueno a veces, y malo y amargo otras. Pero es erróneo y pretencioso no entender que uno es un ser humano como cualquiera, lleno de dudas y contradicciones».
Fragmentos de «Serrat en la Argentina», (Editorial Planeta, 2019).
https://www.pagina12.com.ar/227547-serrat-en-rosario
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