EL PARIENTE AL QUE SERRAT LE REGALO UN VALS
Tío Alberto.
Hablamos de parecidos, pero el destino siempre justo le otorgó humanidad desbordante, aventura para un ser notable, cuya valía personal valió mucho más que cualquier fortuna.
24/11/2019 - 01:00
No siempre las coincidencias se parecen, sino que a veces se acercan con lejana vicisitud. Muchas se asemejan. Tal vez se parecen pero no lo son. En la década del 60, el prolífico Joan Manuel Serrat esgrimió la evocación de un personaje que, sin ser lo que sería, fue lo mejor de lo que más le gustaba: la gente, su amor, calidez, esas virtudes que valen más que nada en el mundo.
Su testimonio se detuvo en resaltar la vida singular de un personaje terreno en un vals emotivo y tan cargado de humanidad. Tío Alberto es la suma de todas las virtudes que supo dar, Alberto Puig Palau, un barcelonés nacido el 31 de enero de 1908, quien no tuvo la constancia o el arrojo de lo que quería ser, médico, o bien lo que su padre añoraba, un empresario hijo de un renombrado fabricante de tejidos de seda de Reus. Antes de incorporarse a la empresa familiar, su padre lo envió a Lyon (Francia) y a los Estados Unidos, para que viera y comprobara los adelantos de la industria que luego se pudiera aplicar a la propia. Tío Alberto, amante de la velocidad, anduvo por esos lugares corriendo carrera de motos, lo que le valió dos accidentes. En Hollywood se interesó con ligarse a la industria cinematográfica y las relaciones lo llevaron por otros caminos que hicieron de él un hombre de cierto carisma con abundancia de romances y nada de negocios.
Pero se fue generando una aureola sin proponérselo que, si bien no constituía negocios ni lo que sus padres le buscaban, comenzó hallando el cariño sincero de la gente. Su simpatía, su bondad, hicieron de su vida una transparente acción solidaria donde la amistad gastaba sus mejores intenciones. Tío Alberto fue mecenas, gran activador de la cultura. Dicen de él sus biógrafos, que fue un juerguista encarnando el último gran señor de una antigua clase dirigente, una burguesía industrial con designios inteligentes. Se codeó con los más importantes intelectuales de su época, por donde desfilaron nombres sobresalientes como Josep Pla, Jean Cocteau, actrices, cineastas, toreros, bailarines de flamenco. Todo ello como la explosión de la cultura en el canto, en la escritura, en el teatro, en el cine. El movimiento cultural cinematográfico catalán, la Gauche Divine (la izquierda divina), lo acompañó venerando sus virtudes personales más allá de los billetes. Es decir, como persona valiosa por sus gestos de gran humanidad. O sea, no como sus padres pretendían, tal vez con menos poder económico pero con mayor riqueza de valores esenciales que hacen a una persona diferente, encomiable y valorada. Joan Manuel Serrat consolidó esa llegada del Tío Alberto a su estado natural más meritorio exaltando en un vals toda su grandeza: “De todo lo que puede dar/ Su casa está de par en par/ quien quiere entrar, tiene un plato en la mesa/ Pero no os cambia el cielo por/ la orden de la legión de honor/ que le dio la república francesa./ Tío Alberto…/ aún tiembla con los motores/ las muchachas y las flores/ con Vivaldi y el flamenco/ tiene de un niño la ternura/ y de un poeta la locura/ y aún cree en el amor”.
El “tío” es una acepción de cariño que respetuosamente se presta a ciertos personajes que desbordan el entendimiento, el cariño inesperado y la conexión inmediata, que tan solo lo tienen privilegiados de la armonía interpersonal que surgen espontáneamente. Generalmente son los jóvenes que advierten sobre alguien mayorcito esos atributos, que sellan e involucran la familiaridad inmediatamente, formalizando lazos de cariño que el arte mágico de las virtudes acercan, reúnen e instalan. Hubo un “tío” que también espontáneamente quedó consolidado como tal, porque dicen los más jóvenes del entramado militante político argentino que fueron ellos quienes lo nombraron “tío”, ya que se permitía desplegar todas las bondades y comprensión de un gran maestro. El “tío” Cámpora fue tan famoso, que en su afán de compartir su forma tan particular de ser hizo posible el milagro. No solo se ganó el corazón de los “imberbes”, sino también el de la mayoría. Fue presidente de la República Argentina tan solo por 49 días en 1973, del 25 de mayo al 13 de julio, en reemplazo de Perón, recibiendo la presidencia del general Alejandro Agustín Lanusse, sucediéndolo posteriormente Raúl Lastiri. Hombre nacido en Mercedes, Buenos Aires, Héctor José Cámpora fue médico odontólogo, pero con la tenacidad de su inquebrantable mirada política fortaleció no solo el advenimiento del Partido Justicialista, sino el acceso a cuantas soluciones que su natural bondad de “tío” logró.
Acostumbrado a los retos, la noche del 26 de mayo de 1973, con el decreto 11/ 1973, indultó a 372 personas. Y después le puso la firma a la Ley de Amnistía Nº 20.508, un día después, el 27 de mayo de 1973.
Decían entonces los “chicos”: si a Perón denominaban “el viejo”, Cámpora, con toda seguridad, era el “tío”. Las comparaciones siempre son necias porque pretenden igualar por similitud virtudes y defectos que las identifican, pero en este caso es el “Tío Alberto” de Serrat, un detalle sin par de que existen cosas mucho más importantes que la advenediza política. Muchas más puras porque tienen mayor sentido, como la saludable amistad, la solidaria actitud que nos hace rever lo importante que es brindarnos, cuya savia es lo que alimenta y potencia la vida al habernos prodigado tanta bondad.
El “tío” original se despliega a partir de Alberto Puig Palau, el catalán que Serrat supo rescatar en un vals que ante tantos “Tíos Alberto” se distingue por lejos, porque así nos lo dice y se patentiza como una prueba loable de que se trata de un tesoro no tasado por importante y millonario. La rica poesía lo reafirma acentuando sus dones que materializa el “Tío Alberto” de Serrat:
“Gitano o payo pudo ser/ o un aristócrata que ayer/ perdió su cetro de oro y su corona/ camina sobre el bien y el mal/ con la cadencia de un vals/ mitad juicio y mitad mueca burlona/ Tío Alberto…/ cató de todos los vinos/ anduvo por mil caminos/ y atracó de puerto en puerto/ entre la ruina y la riqueza/ entre mentiras y promesas/ aún sabe sonreír/ Tío Alberto…”, reafirma la juventud, si bien venida a menos, pero con las ansias intactas: “Tiene de un niño la ternura/ y de un poeta la locura/ y aún cree en el amor/ Tío Alberto…”.
Es el amor en todas sus versiones lo que construye en la vida esa otra mirada, que acerca a las personas, que de pronto instala el parentesco agrandando la familia, bendiciéndonos con sus dones. Es mucho más importante que el resto esta mirada del “Tío Alberto” de Serrat, que la otra mundana, vilmente política, vacía y seca de ternura. Porque como nos recuerda Joan: “Entre la ruina y la riqueza/ entre mentiras y promesas/ aún sabe sonreír/ Tío Alberto…”.
https://www.ellitoral.com.ar/corrientes/2019-11-24-1-0-0-tio-alberto
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