Bocaccio, la disco de la 'gauche divine'
Un año antes de que la burguesía chic ensayara la revolución en París, en Barcelona sus homólogos se entregaban en cuerpo y alma a la dimensión dionísiaca de la noche.
JAVIER BLÁNQUEZ | BARCELONA
14/02/2017 20:50
Las viejas fotos que se conservan del ambiente de Bocaccio raramente muestran gente bailando, y sin embargo la mitología nos recuerda continuamente que el viejo local de la calle Muntaner, número 505, era una discoteca -aunque técnicamente fuera una boîte-. En cualquier caso, había fiesta y distensión. En las fotos se ve, sobre todo, gente VIP acodada en una barra de terciopelo, sentada en taburetes zancudos, o en rincones reservados bebiendo champán.
Aun así, de las crónicas que existen sobre Bocaccio, es raro encontrar una sola alusión a la música que sonaba, ni al disc-jockey que la seleccionaba. Curiosamente, Bocaccio, a finales de los 60 y durante toda la década posterior, tuvo DJ y se llamaba Miguel Boix, pero no fue el alma de la fiesta, ni un pionero de la técnica de mezcla, sólo un buen selector de rock puesto al día. Ni siquiera existía aún la música disco: en Bocaccio, fiel al discurrir de los tiempos, todo era psicodelia, beatlemanía, bobdylanismos, las primeras obras maestras del sonido progresivo. Las primeras canciones que sonaron en la noche inaugural, se dice, fueron Good vibrations, la sinfonía pop en tres partes con acompañamiento de théremin de los Beach Boys, y una novedad hippie de The Mamas & The Papas. Un año antes de que la burguesía chic ensayara la revolución en París, en Barcelona sus homólogos se entregaban en cuerpo y alma a la dimensión dionísiaca de la noche.
La gente de Bocaccio (¡y qué gente!) era la que Joan de Sagarra llamó la gauche divine. Era toda gente bien, y en algunos casos, incluso muy bien, como Teresa Gimpera o Ricardo Bofill Sr., faces [o sea, caras visibles, líderes de la manada] en una escena que no era mod, pero que quería ser absolutamente moderna, como recomendaba Rimbaud. Y en su divinidad, se reunían con la caída del sol para celebrar su belleza, sus fortunas, sus talentos individuales, que no tenían que ver mucho con el baile, pero que colisionaban en una pista que acabó funcionando, sobre todo, como laboratorio social.
Bocaccio fue el local nocturno emblemático de los años bisagra de aquella barcelona que abandonaba la oscuridad franquista y poco a poco entraba en la luz de la democracia, aprovechando el vacío de reglas de la transición. De hecho, algunas leyes ya las iban burlando: en las discotecas estaba prohibido pinchar música grabada; a la vecina Bikini más de una multa le había caído por priorizar al pinchadisco sobre las orquestas en directo que tocaban lentas para el agarrao. Pero, como decíamos, Bocaccio no era un espacio musical, sino un espacio de encuentro. Si alcanzó su dimensión mítica fue precisamente por su clientela. Era la gauche divine quien hizo Bocaccio, y no al revés.
Cuando pasaron una etapa en Barcelona, escribiendo a destajo en pisos alquilados en Sarrià, Vargas Llosa y García Márquez -que lo identificó como el «cabaret de moda»- podían acabar allí a altas horas, para tomarse unas copas. Igual estaba tocando unas canciones Serrat, que había vuelto del exilio, y muy cerca flotaba Maria del Mar Bonet, tomando notas. Por supuesto, estaba el Fígaro y fundador de la cosa, Oriol Regás, factótum de la ciudad que, desde el momento de la apertura de Bocaccio -el 13 de febrero de 1967; se cumplen 50 años-, fue un catalizador de movimientos, canalizador de talentos, conector de gente diversa.
Foto: Teresa Gimpera retratada con el logo de Bocaccio tatuado en su piel por Xavier Miserachs.
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