Machado nuestro
5 de enero de 2020
Por Víctor Diusabá Rojas
Debo decir que di con Antonio Machado, primero, gracias a mis profesores vascos de secundaria; enseguida, con la ayuda de Joan Manuel Serrat; y, después, mediante la obra de Ian Gibson, el historiador.
Es decir, no arrullaban en mis tiempos a los niños con poesía, aunque si algo de Machado hubiera valido a la Colombia de entonces, tan dividida en dos como esta de ahora, serían estos versos que también caen exactos para los chicos de hoy, tantos años después.
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Solo hay que cambiar la nacionalidad (con el respeto al poeta) .¿Exagerado? quizás. Aunque otra cosa dicen las cifras y, también, las miradas.
Mejor no metamos a Machado en esto antes de que lo tilden de pertenecer a uno u otro bando. O quizás, peor aún, le acusen de tibio. Así andamos.
Vamos más bien a la buena noticia y es que, 80 años después de su fallecimiento, Machado ha pasado a ser de todos. Sus escritos ya están libres de derechos de autor por una ley española, lo que los hace de dominio público una vez se cumplen 70 años de la muerte de sus autores (y 80 para cuando se expidió la norma, en 1987). Si quiere, ya puede ver en la web de la Biblioteca Nacional de ese país (BNE) la obra con la que aquel maestro de escuela nos tocó el alma y nos atrapó.
Imagino que con el tiempo aparecerán más revelaciones sobre una vida a la que cuesta colgarle adjetivos que califiquen la gran dimensión que tuvo. Ya sea desde su lucha como humanista por un mundo enmarcado en la libertad y la justicia social, hasta ese sinnúmero de obstáculos a los que decidió enfrentar antes que saltar. No solo los del debate de ideas que terminarían en la Guerra Civil sino aquellos otros tiros del amor que atravesaron su corazón.
Es el propio Machado quien se toma el trabajo de ahorrarnos esa introducción a su vida con el más limpio de los testamentos. Su poema ‘Retrato’ es eso, el cuadro de una vida dibujada hasta el último detalle, escrito por él cuando apenas tenía 31 años (es decir, 23 años antes de morir a los 54).
A lo mejor, en aquellos últimos instantes en Colliure, el pueblecito de pescadores Francia, al lado de la frontera con España, herido de muerte más por la tristeza que por la neumonía y envuelto en camisas prestadas para espantar en algo los hielos de ese febrero, Antonio Machado pensó si valía la pena agregar una línea más a ese, su retrato.
No tenía necesidad, ni lo hizo. Era ya entonces el poeta sin hogar, el caminante sin camino, el condenado a ser cubierto por el polvo de un país vecino, amo de su último aliento y de ese punto final que había advertido con tanta anticipación:
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Sobrero: “Justo en un año electoral, y como suele ser ya habitual sin consultar a sus aliados europeos, Donald Trump se ha colocado de pronto la gorra de comandante en jefe. Hasta ahora se había mostrado alérgico a las intervenciones militares y dubitativo a la hora de ejecutar sus amenazas, pero esta vez (con el atentado que costó la vida al general iraní Soleimani en Bagdad) ha realizado este paso en mitad de un proceso de destitución (...) El caos de esta presidencia sigue siendo insuperable” (Del editorial de El País de España).
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