Bares, qué lugares
(Foto:Susan Holmquist desfilando en el Bocaccio a finales de los años sesenta (GIANNI RUGGIERO)
Daniel Fernández
03/02/2020
Lo cantaban los Gabinete Caligari en un long play de 1986, Al calor del amor en un bar : “Bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar”. Portada de El Hortelano y uno de los iconos gráficos y sonoros de la movida madrileña, con su bayonesa y sus alondras y el camarero que lee el As con avidez… La verdad es que la conexión entre la movida madrileña y los años del diseño barcelonés, cuando lo underground dejó de serlo, es mucho mayor de lo que parece, con viajes de ida y vuelta e intercambios más que interesantes. Pero ese sería tema de otro artículo. Porque hoy veníamos a hablar de bares y, mucho más en concreto, de Bocaccio. Sí, la sala de Muntaner 505, aquel sótano de color granate y decoración convengamos que modernista
Hasta el próximo 12 de abril hay una exposición nostálgica y prodigiosa en el Palau Robert de Barcelona. La ha comisariado el periodista Toni Vall, que no hay duda de que ha desarrollado también una pasión de coleccionista y que al mismo tiempo ha publicado un libro (en Columna en catalán y en Destino en castellano) titulado Bocaccio. Donde pasaba todo , con prólogo de Pere Gimferrer, nada menos. El
libro son 21 entrevistas actuales a protagonistas que fueron de la vida de aquel local. Jorge y Gonzalo Herralde, Elisenda Nadal y Jesús Ulled, Beatriz de Moura, Oriol Bohigas, Oscar Tusquets, Colita, Román Gubern, Teresa Gimpera, Joan Manuel Serrat, Mónica Randall
et alii .
No falta Joan de Sagarra, a quien se le atribuye la creación de la expresión gauche divine para aquellos jóvenes profesionales más o menos liberales que en el tardofranquismo encontraron en Bocaccio un espacio para las copas, la diversión, el baile, el ligue y hasta la tertulia política. Curioso, porque los franceses que él tan bien conoce hablan de la gauche caviar , ya nos entendemos. La paternidad de lo de la gauche divine por Joan de Sagarra parece, de todas formas, clara. Sin embargo, sigo sin encontrar una versión creíble de por qué al Bocaccio de Oriol Regàs (como auténtico príncipe regente de aquel territorio) se le cayó una “c” y si es una simple errata o un acto deliberado y creativo de pseudorrebeldía. El autor del Decamerón es Boccaccio, no Bocaccio, y eso no lo cambia ni Pampinea la exuberante, reina de la primera jornadade lo que fue una colecciónde cuentos también eróticos en nuestra infancia.
Me parecía un local de hermanos mayores talluditos; para mí eran los años del primer Zeleste, del Born
Ya me he desviado… Y ustedes me disculparán, pero el caso es que aún recuerdo el cuentecito de meter el diablo en el infierno, porque mi padre, que tenía un talante liberal, dejó que leyera el Decamerón con muy tierna edad y cuando era claramente incapaz de entenderlo. En fin, ahí dejo la confesión personal.
En el Bocaccio de la calle Muntaner entré en 1979, o sea, que más cerca de su cierre, en 1985, que de cuando abrió sus puertas en 1967. Y me llevó a tal discoteca la universidad o, para ser más exactos, mi facultad. Unos cuantos filólogos la frecuentaban, y allá que fuimos también algunos alumnos. No creo que estuviera en total más allá de una docena de veces, aunque había quien era más que asiduo del local también en mi círculo de amistades. A mí me parecía entonces, con perdón, un local de hermanos mayores talluditos. Para mí y otros de mi quinta, eran los años del primer Zeleste y de la zona del Born: Berimbau, Miramelindo, aquel primer Gimlet, por ejemplo.
Los bares de diseño fueron toda una época de la Barcelona de los ochenta. Y el estilo de tertulia arriba y pista de baile abajo, que luego Regàs recrearía en otros locales (Up and Down, evidentemente), dejaba paso a urinarios extravagantes y sillas y taburetes imposibles. Mención especial, en ese apartado, para el taburete con silla de ciclista del Nick Havanna, de inverosímil nombre Frenesí (dicen que la actual presidenta del Congreso, Meritxell Batet, sirvió copas tras la barra del local de Javier de las Muelas). Tal vez veníamos de Bocaccio, sí, pero también del Flash Flash y de Il Giardinetto. Y luego llegaron el Zigzag, y el Sisisi (léase sin acento, en condicional) de Gabriel Ordeig, y el Otto Sutz, y el KGB, aquella cosa postsoviética. Y el Merbeyé del Tibidabo que inmortalizó Loquillo. Y el Bikini. Más el 33, el Velvet, el Bijou o hasta la reforma de las Torres de Ávila, en el Pueblo Español…
Los bares de diseño, con sus urinarios extravagantes y taburetes imposibles, fueron una época en los ochenta
Bares, qué lugares... Desde luego. Y atravesar ahora las auténticas puertas del Bocaccio en la exposición del Palau Robert, donde Toni Vall ha llevado al límite de lo posible su añoranza de un tiempo que no vivió pero sí revive, es un extraño déjà vu y un viaje en el tiempo para los que alguna vez estuvieron entre aquellos granates y aquellos cortinajes y terciopelos.
Joan Manuel Serrat sigue cantando en sus conciertos junto a y a veces sentado en un taburete de Bocaccio. Y aunque hace tiempo que no está Oriol Regàs, que también estuvo en el impulso inicial de la revista L’Avenç como en tantas otras cosas, ahí sigue la fotografía que Xavier Miserachs tomó de una Teresa Gimpera que soñamos desnuda, con el logotipo de Bocaccio estampado en la piel y aquella expresión entre asustada y divertida, como diciendo que ya no más, que la diversión había sido mucha y había durado bastante.
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