domingo, febrero 23, 2020

Lázaro, levántate y canta

Lázaro, levántate y canta

Joaquín Sabina se ha caído del escenario, ha vuelto en silla de ruedas disculpándose y se ha retirado con la promesa de volver. A Elton John se le ha quebrado la voz y en llanto ha dejando un concierto a medias. El adiós de la tribu.

Alguna vez, en el centro mismo de la Bombonera tuve enfrente a Joaquín Sabina. Milagro con resurrección. Porque no sé si les pasa pero hay días, hay años, que uno quisiera borrar del calendario por los siglos de los siglos. Pasa. Lázaro, pon el alma en la maleta, levántate y anda.

¡Agarren el whisky! decían los argentinos en alusión a la debilidad de Joaquín por la buena vida, esa de saldo y esquina que el andaluz ha cultivado como pez que muere por la boca. Pero ese septiembre de 2007, Sabina volvía de alguna otra resurrección, esta vez en necesaria compañía del buen Joan Manuel Serrat. Dos pájaros de un tiro como elogio de aquella entrada triunfal al escenario de los abuelos de la tribu, guitarra en mano, la voz de roble bien curado, y la factura que, tarde o temprano, la vida se cobra en el cuerpo bien vivido.

Ellos dos fueron, son, un éxito rotundo, una y otra vez. Ellos son la certeza de que se puede ser inmortal mucho antes que la misma muerte. Eso a pesar de que, sabiéndose mortal, alguna vez Sabina temió dejar este mundo y entonces dejó los vicios –obligado por sus médicos, hay que decir-, se ahogó en un largo encierro voluntario y de regreso trajo canciones de cuna. ¡Estoy viejo, carajo!, se disculpó. ¡Ay Carmela me duelen tus ojos!

Ciertamente aquello le duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks y Sabina recuperó a Sabina y se lo vio un poco como a Charly García de vuelta del averno, algo infladito porque capaz sus cuerpos le tienen alergia a las pociones de hospital. Recuperó entonces el ajayu de su amada Chavela Vargas que cien veces resucitada al calor del alcohol, se topó con la parca cara a cara, a cada paso, la miró de frente y le dijo: “Cómo es vieja, me llevas tú o te llevo yo”.

Habrá que apellidarse Vargas, Chavela, porque una se va ya mero con la parca. El problema es que se te vaya el otro, que se te vaya el alma. Pasa, Lázaro, pasa. Levántate y canta: “… sin prisas, que a las misas de réquiem nunca fui aficionado, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado, que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo, que para ser comercial a esta canción le falta un buen estribillo”. He ahí su duelo con la parca, respondido a coro por la fanaticada, en sus adentros: que si te mueres me muero, Joaquín, porque ya fue suficiente, que yo ya no ando para muertes. “Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres…”. Joaquín, el bolero, qué hará sin ti el bolero, ese que alguna vez fue rock and roll.

Dicen que hace unos días Elton John lloró en el escenario. Minutos antes supo que padecía una neumonía atípica, asunto delicado aunque no letal, pero Elton se vio obligado a suspender el concierto, ya sin voz. "Me propuse ofrecerles el mejor espectáculo humanamente posible (…) Toqué y canté con todo mi corazón, hasta que mi voz no pudo más. Estoy decepcionado, profundamente molesto y lo siento. Di todo lo que llevaba dentro", tuiteó después, aunque sabemos la razón de sus lágrimas: Elton John supo mil veces antes que es mortal.

La parca anda rondando, como es su vieja costumbre. Se ve. Y cuando esa vieja llegue, sin duda haremos como manda Sabina: reír como llora Chavela. Mientras tanto, a coro rezaremos: Lázaro, levántate y canta.

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