lunes, julio 20, 2020

Muere el escritor Juan Marsé, nuestro último novelista clásico


Muere el escritor Juan Marsé, nuestro último novelista clásico

El barcelonés, autor de obras como «Últimas tardes con Teresa» entre otras, tenía 87 años y ganó el Premio Cervantes en el año 2008

Sergi Doria
Actualizado:20/07/2020

El escritor barcelonés Juan Marsé ha fallecido esta pasada madrugada a los 87 años en el Hospital de Sant Pau. Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020), recordaba en una dedicatoria que su padre, Pep Marsé, le «enseñó a combinar la concienciación con la escalivada». Crecido en el barrio barcelonés del Guinardó, alimentó sus novelas de memoria, ese «paraíso del que nadie puede expulsarte».

El Territorio Marsé huele a barrio y a tragaluz, sala de cine, papel de tebeo y erotismo en penumbra. En 1965, cuando el escritor ganó el premio Biblioteca Breve por «Últimas tardes con Teresa» tenía muchas cosas que contar. Personajes como Manolo, el Pijoaparte pretenden trocar el barraquismo del Carmelo por las torres burguesas de Sarriá. El murciano Manolo es un clásico: epígono suburbial del Julian Sorel stendhaliano; o la rubia Teresa, «con un pañuelo rojo asomando por el bolsillo de su gabardina blanca y con una temblorosa disposición musical en las piernas».

Cuando Seix Barral reeditó «Últimas tardes con Teresa» escribió el prólogo Arturo Pérez Reverte: «Cuarenta y tres años después, la novela sigue tan fresca como cuando fue escrita. Ni siquiera los imbéciles que entonces perdonaron a regañadientes la vida a su autor, los resentidos o los parásitos que viven de explicar cómo escribirían ellos -si quisieran- los libros que escriben otros, se atreven ya a discutir que Manolo Reyes, alias Pijoaparte, es uno de los personajes mejor trazados en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX».
Ser aprendiz de joyero legó una concepción artesanal de la escritura y el lema que presidía su escritorio: «El esmero es la única convicción moral del escritor». Los años sesenta tienen nombres: el editor Barral, empeñado en hacer de él un «escritor obrero» y los poetas Gabriel Ferrater y Gil de Biedma: dos partidarios de la felicidad con sabor a ginebra. Pese a algunas lecturas marxistoides de la «gauche divine», el Pijoaparte no encarnaba intencionalidad política. Superar la censura en aquellos tiempos resultaba más duro que escribir; el sexo asustaba más que el antifranquismo. Robles Piquer le sugirió a Marsé que cambiara la palabra «muslo» por «antepierna».

Una fotografía: Marsé adolescente en camiseta trabaja en un taller de joyería mientras escucha rumores sobre el crimen de la prostituta Carmen Broto. Aquel suceso que le obsesiona acabará siendo «Si te dicen que caí». El título se lo «cedió» Jaime Gil de Biedma. Marsé pensaba titularlo «Adiós muchachos», pero sonaba a tango. El editor Barral le «regaló» otro título: «La oscura historia de la prima Montse», mordaz disección de las relaciones peligrosas de una burguesa con el lumpenaje. En la cárcel Modelo que visita Montse renace la implacable fábula de los vencedores que no convencieron.
Premio Juan Rulfo

Tras recibir el premio Juan Rulfo en México por «Si te dicen que caí» y ganar el Planeta con «La muchacha de las bragas de oro», Marsé retomó su nomenclátor de la memoria en «Un día volveré» (1982). Un viejo luchador del maquis, pintor, exboxeador y atracador de bancos y meublés retorna al barrio tras cumplir condena en las cárceles franquistas. La voz de los perdedores, frente a la retórica oficial. Su «Ronda del Guinardó» transita sobre adoquines: «En las puertas de los colmados se escalonaban las cajas de frutas y verduras, invadiendo la acera. Odiaba este barrio de sombrías tabernas y claras droguerías, de zapateros remendones agazapados en oscuros zaguanes y porterías, y de pequeños talleres ronroneando en sótanos, soltando a todas horas su cantinela de fresadoras y sierras mecánicas».

Con «Rabos de lagartija» Marsé revive a los damnificados por la Historia con «aventis» y mujeres silentes remendando vidas entre cascotes de la derrota. «Con una sola guerra perdida, un hombre está muy lejos de alcanzar la dignidad…» «Rabos de lagartija» es puro Marsé: almas torturadas en vigilia permanente, voces infantiles, recuerdos vividos o soñados. Más calles sin asfaltar en las que «se podía escribir en la tierra con una navaja».

En las estanterías de su escritorio asomaba el mostacho de Robert Louis Stevenson y la salvaje belleza de Ava Gardner. Marsé comparaba sus novelas y relatos a «las historias que reinventan los niños a partir de hechos reales. Esa es la función de la novela y de la memoria oral».

Escritor catalán en castellano abominaba de los nacionalismos y fundamentaba esa actitud con una frase de Stephen Dedalus en el «Retrato de un artista adolescente»: «Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Bien, estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme». Con dictadura o con democracia, Marsé dijo siempre No a las imposiciones. Disidente de la religión nacionalista, escribirá en castellano «porque le da la real gana»

«Marsé nunca es real y siempre es verdadero» advertía el escritor Marcos Ordóñez en «Un jardín de verdad con ranas de cartón», documental de Xavier Robles. En aquellas conversaciones, Marsé recordaba su condición de hijo adoptivo, «una historia que sería una novela aparte que no voy a escribir nunca».
«Me gustaría decir...»
La topografía de la infancia reaparece en todas sus novelas. En «Caligrafía de los sueños» es la calle Torrente de las Flores, que comienza en Travesera de Dalt y muere en Travesera de Gracia: «Cuarenta y seis esquinas, una anchura de siete metros y medio, edificios de escasa altura y tres tabernas». Como afirmó Marsé en una entrevista: «Me gustaría decir que todo es inventado. Me gustaría jurarlo. Porque tendría más mérito, y a menudo, más solvencia. Pero sí, en efecto, algo de eso que todos hemos convenido en llamar realidad testimonial está en algunos episodios de la novela...» Una trama que arranca también, en 1945 y que tiene consecuencias hasta 1958 en una ciudad «menos verosímil que ahora, pero más real». «Caligrafía de los sueños» describe un proceso de formación personal; cuando Ringo-Marsé trasladó su mirada de las calles a la página en blanco. Desde entonces recreó esa patria de la infancia. La única que nos permite reinventarnos en un segundo nacimiento. La que explica toda una obra literaria.

Marsé recreó en «Esa puta tan distinguida» un hecho real acaecido en 1949: una prostituta estrangulada en la cabina del cine Delicias y como su narración acaba prostituida por las reescrituras para el cine. Avezado lector del Séptimo Arte, la traslación de sus novelas al celuloide le producía grima. Por culpa de Andrés Vicente Gómez, «El embrujo de Shanghai» no pudo ser una película con guion de Víctor Erice. La adaptación de Fernando Trueba le pareció malísima, al igual que las versiones -o visiones- que perpetró Vicente Aranda. Un afán testimonial que convive con la reconstrucción ficcional.

En los últimos años, mientras lidiaba con los problemas de salud -cardiológicos y renales-, Marsé no pudo escribir todo cuanto quería. En 2012, Joaquim Roglan había vindicado en la antología «Periodismo perdido» al Marsé más desconocido en las revistas Arcinema, Don, Bocaccio, Por Favor o su memorable sección «Señoras y señores» en El País.

En 2017, Ignacio Echevarría reunió en «Colección particular» nueve relatos hasta ahora dispersos, que constituyen, en palabras del antólogo, «un vademécum de la narrativa de Marsé» como «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy», «Teniente Bravo», «Noticias felices en aviones de papel» o el inédito «Conócete a ti mismo, Fritz».

Escribir, para Marsé, implicaba una perpetua autoexigencia, «una faena de ida y vuelta, con mucho lápiz de por medio». Nuestro escritor prefería «fracasar bien, fracasar mejor» al éxito facilón. El mundillo literario se le antojaba obsceno: por eso jamás confundió la literatura con la vida literaria. Los intelectuales le producían alergia: «Cuando juntas más de cuatro es un peligro». Ante los espejismos de la fama, recomendaba, «tener siempre preparado un no». Los más grandes son así. Sus libros, inmunes al olvido, nos acompañarán siempre.

Bibliografía esencial
Encerrados con un solo juguete (1960, Seix Barral)
Últimas tardes con Teresa (1966 Seix Barral), Premio Biblioteca Breve.
La oscura historia de la prima Montse (1970, Seix Barral).
Si te dicen que caí (1973, Novaro), Premio México de Novela.
La muchacha de las bragas de oro (1978, Planeta), Premio Planeta.
Un día volveré (1982 Plaza & Janés).
El amante bilingüe (1990, Planeta), Premio Ateneo de Sevilla.
Rabos de lagartija (2000, Plaza & Janés), Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa.
Canciones de amor en Lolita’s Club (2005, Lumen).
Caligrafía de los sueños (2011, Lumen).

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