El lado femenino de Juan Manuel Serrat
Los avilesinos escucharon al músico catalán con la devoción de un oficio religioso
SAÚL FERNÁNDEZ Joan Manuel Serrat, el domingo en Avilés, descubrió su lado femenino. Dijo que era porque le gustan las mujeres, pero también admitió que su propia madre era culpable de su indefinición sexual tan evidente. Y es que, cuando todavía no había nacido, la embarazada decidió que cobijaba a «una nena». O sea, los nacimientos tenían más que ver con la fe que con la biología. Estoy embarazada de una nena y punto. Serrat calificó a su progenitora de «contundente», una característica remarcada en su entorno de tal modo que, en los meses preñados, no dejaron de llegar a casa ropa de color rosa, orinales de color rosa, palanganas de color rosa? «Y aquí hay mucho hombre», se reivindicó el cantante mediado el concierto que ofreció en el teatro Palacio Valdés, lleno hasta la última fila del gallinero, una invitación del Centro Niemeyer.
Serrat forma parte de las vidas de los españoles -quién se lo iba a decir, una de sus canciones sirvió para el bautizo de Penélope Cruz, la superestrella-. La naturaleza celestial de Serrat fue correspondida en Avilés con devoción santificada. El público le escuchó como si estuviera asistiendo a un concierto de la Sinfónica de Viena, con recogimiento, respeto y silencio. Como en misa, aunque sin movimiento de labios ni saludos al Señor. El del escenario era San Serrat, el hombre perseguido; que no nos vea. Y, sin embargo, el cantante no dejó de rasgar la cuarta pared del espectáculo. «Yo nunca he ido al psiquiatra porque tengo al público», aseguró.
Monologuista, recordó a sus devotos la historia rosa de su nacimiento, el robo de la cartera por parte del mendigo rencoroso, los años junto a su pianista Ricard Miralles? Historias de este y del otro lado, canciones de siempre y recuerdos para los espectadores silentes, privilegiados asistentes al único concierto del autor catalán; desde hace la tira, ausente de los escenarios avilesinos. Los espectadores que llenaron el teatro lo hicieron como si delante de sí mismos, sobre el escenario, anduviera un profeta glorioso al que rendir tributo y adoración. Y, tributado y adorado, Serrat llenó más de dos horas musicales que empezaron con Antonio Machado y terminaron con Antonio Machado.
Inició el recital caminando, contemplando sus huellas, las estelas en la mar. Concluyó con la saeta, el cantar? Una interpretación maravillosa, grandiosa? Con Serrat en todo su esplendor, sin guitarra electroacústica, sólo con su voz que estremecía voluntades. Una interpretación finalizada con los brazos abiertos, como en un abrazo a las setecientas y pico personas del Palacio Valdés? Sólo por esa canción, únicamente por esos versos, mereció la pena el concierto.
Pero hubo más. Hubo relatos de cantaores llamando a las puertas del cielo, hubo confesiones extrañas («Me gusta todo de ti, pero tú no)», hubo recuerdos a los hijos («Niño, deja ya de joder con la pelota»), hubo bienaventuranzas y hasta una sección de discos dedicados: en los bises, sólo dos. Cuando las luces se encendieron, los parroquianos levantaron el vivaque dispuestos a salir por la puerta grande y guardarse en la memoria las dos horas contempladas, ignorando que en los conciertos siempre hay un «bonus track», una canción más; esa del «venga, que no me quiero ir».
Serrat salió en vaqueros, con zapatos deportivos, con una banqueta acolchada, con una mesa de terraza desangelada, una botella de cava en hielo, con dos copas que se sirvió a sí mismo y a su pianista, a Miralles, convidado de piedra, estrella del espectáculo brillante. Los dos, desenchufados, repasaron casi todo Serrat, un surtido de memoria grabado en la piel con las notas de la música de todos los años; en ocasiones, una pareja de jazz, en ocasiones dos cabalgando sobre el tiempo transcurrido.
El público salió contento. Y es que Serrat les dio un nueve con ocho que después dejó en nueve y medio. «Nunca se puede ser de diez», admitió jocoso, echando mano una y otra vez «de un sabio proverbio oriental». Palabra de Serrat, con su lado femenino subrayado. Profeta de color rosa.
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