Viejo y sabio como un proverbio
Serrat ofrece una lección magistral frente a la Catedral, dos horas de poesía viva y silencios rotundos
Enrique Alcina Actualizado 16.07.2009 - 06:53
Como dice un viejo y sabio proverbio oriental, Serrat es mucho Serrat. Milagro en la Catedral. El cantautor catalán, más bien universal, logra callar a los gaditanos, algo de lo que sólo es capaz la Buena Muerte, el Viernes Santo. Gente mayormente de mediana edad llena la plaza en las zonas de pago y en los vericuetos del gratis total. La gente canta por bajini los clásicos de Serrat durante dos horas de adoración nocturna. Sólo rompe el silencio una señora atada a una bolsa de pipas. Las campanas de la catedral suenan acompasadas, al ritmo del cancionero vital de la Piel de Toro. Ricard Miralles envuelve las piezas del Nano de magia y precisión, tan conciso como juguetón. Es tiempo de los poetas, ahora que las inmobiliarias han caído en desgracia, y Serrat aprovecha para detener el tiempo y dictar una lección de sensibilidad y socarronería, tan golfa como delicada, ex-cátedra. Silencios elocuentes hasta el fondo del mar.
Todo pasa y todo queda. Machado al ralentí, Poniente remolón, no hace frío, sino humedad. Los temas de Serrat reposan en el aire. Joan Manuel bendice “el perfume de esta ciudad que tanto quiero”, ofrece el primer proverbio chino (”nadie se baña dos veces en el mismo río”) y genera una asombrosa corriente de respeto y admiración. De vez en cuando la vida nos besa en la boca. Serrat alterna composiciones míticas con un buen número de piezas de Versos en la boca, acaso su mejor disco de este siglo. Fotos celulares.
Imágenes de cine en blanco y negro. Fantasmas del Roxy y del Mora, geografías humanas, la mirada colectiva del artista, el cuerpo de una mujer o el metro diario. “¡Hola, gente de la calle, amigos!”, saluda el artista a quienes buscan un cuelo en el suelo. Y encandila al personal con su primer monólogo, club de la comedia total, que parte con su madre, cuando decidió tener a una niña y tuvo cinco kilos de poeta de la vida, la vida en rosa se tiró Serrat hasta que fue bachiller. Guiños al Gila, al cava que pasea por el escenario, tome, maestro, su medicina, y a otro dicho redicho: “El hombre que no sabe sonreír no debería abrir una tienda. ¿En Cádiz también?”. Carcajada general, Serrat cavila si hubiese nacido mujer. Rinde tributo a la mujer por pagar tan caro tributo. Le gritan “¡guapo!”, el tipo se crece, redoblan las campanas de la Catedral, a menudo los hijos dejan de joder con la pelota y los niñatos ejercen de tales, los niñatos de Cádiz carecen de rival.
El espectáculo se antoja austero y sobrio. ¿Sobrio? Serrat y Miralles se pimplan la botella de cava, Joan Manuel alarga las frases, Penélope espera en la estación del Ave, hermosa hoy como ayer, otros monólogos de la noche versan sobre mendigos y dineros, el Mediterráneo entiende de emociones lindas, conmueve Serrat a su entregada audiencia, a la que utiliza como si estuviera en el diván del psiquiatra. “Yo diciendo tonterías y ustedes tan callados”, remarca el viejo y sabio poeta, que resucita a Curro el Palmo, en versión que recuerda a la brillante interpretación que grabase el difunto Antonio Vega. Quejío estremecedor.
Más éxitos. Al cielo de Cádiz no le iría nada mal una mano de pintura. Para la libertad, nadie mejor que Serrat y sus poetas de cabecera. Serrat echa un bailecito, entona un travieso tirititrán, la gente pide Lucía a gritos, Serrat recita la buenaventura y luego da su voz a torcer. Locuaz, pero también resposado, Serrat canta lo que le da la gana, no hay nada más bello que un canto contra el olvido. “Vive cada día como si fuera el último, que un día acertarás”.
Postrero refrán rollito primaveral, la gente se suelta y toca palmas en los postres, demasiado tarde, pudo ser un gran día y lo fue de veras, una experiencia religiosa. El maestro supo hasta manejar los altibajos de su voz e interpretar el papel de su vida. Con naturalidad y un arte descomunal. Menos mal que su madre, que quería una nena, no lo fue a “descambiar”. Sin Serrat las mujeres serían menos dichosas y los hombres jamás aspirarían a ser los poetas de la calle. Serrat calló a dos mil gaditanos. Milagro en la Catedral. La Buena Vida.
ealcina.blogspot.com
Información dehttp://www.diariodecadiz.es/
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