domingo, enero 24, 2010

Miguel Hernández: labrador de sueños


Miguel Hernández: labrador de sueños

Jaime Noguerol - 24-01-2010

El quiso ser llorando el hortelano. Y lo fue. Fue labrador de sueños, como agricultor de utopías y combates. Jornalero del verso, estibador de la poesía, campesino de trigales y amapolas; compañero de lunas, camarada de todas las ausencias, viajero de los rayos incesantes, que por doler le dolía hasta el aliento. Tampoco para él madrugó la madrugada. Muy temprana, apenas 30 años, la ciudad de Alicante se lo llevó la muerte tan temprano compañero. Con que se cumplen 100 años del nacimiento en Orihuela, Miguel Hernández, uno de los mejores poetas del siglo, miembro de la generación del 36, de la de Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales; aunque él estuvo más cerca del 27 y fue colega y amigo de Pablo Neruda que le dedicó el poema: ‘También, el ruiseñor en tu boca traías/un ruiseñor manchado de naranjas/ un hilo de incorruptible caudal/ de fuerza desojada/ hay muchacho en la luz sobrevivirá la polvora/ y tu con tu ruiseñor y un fusil andando/ bajo la lluvia y bajo el sol de la batalla’.

Nació en Orihuela, un pueblo de naturaleza desbordante y huertos apretados. Su padre, duro, autoritario, y de carácter fuerte marcó para siempre las andanzas de su hijo, Miguel. Sin embargo, según su biografo, José Luis Ferris, no es que tuviera una infancia pobre y llena de privaciones. Para Miguel, sin embargo, la naturaleza fue su primera escuela. Aún no ha aprendido las primeras letras y ya distingue a la perfección los cantos de los pájaros, en qué momento duerme el rebaño y aplica el oído al vientre de las cabras para escuchar el rumor de la leche que sube hasta las ubres. En la escuela, los maestros repararon en aquel muchacho de grandes ojos y de extraordinaria retentiva, donde apenas estudió dos años en el Colegio Santo Domingo. En 1925, el padre decide que su hijo a de ser cabrero y lo saca del colegio. ‘Era alto, de amplio esqueleto, brazos larguísimos y siempre pegados a las caderas, marchaba muy erguido y sus manos eran grandes, rústicas y de indecisos movimientos’. Comienza a leer apasionadamente a Zorrilla, Espronceda, Campoamor, Salva dor Rueda, y la poesía sonora de Rubén Darío. Se hace poeta, llega al momento de alejarse del ambiente caduco y cerrado de Orihuela y sale de la ciudad hacia Madrid el 30 de noviembre de 1931. Giménez Caballero le describe en Madrid. ‘Un simpático pastorcillo, caído esta Navidad para este nacimiento mañanero’. Y Nicolas Guillén relata ‘la voz cortante y recia, todo ello sepultado en pantalones de pana muy ajustados y unas espardeñas de flamante soga: lo miras y ahí está el gran poeta de la juventud revolucionaria española’. El poeta es el soldado más herido de la guerra de España. En el 38 escribe el Hombre Acecha, un pensamiento de derrota y de muerte. Muere su hijo. ‘Te has negado a cerrar los ojos, muerto mio/ abierto ante el cielo como dos golondrinas’. Le queda el vientre de su esposa que cantó Serrat. ‘Menos tu vientre, todo es confuso, menos tu vientre todo es futuro, pasado baldío turbio/ menos tu vientre todo es oculto/ menos tu vientre todo inseguro, todo postrero, polvo sin rumbo’. ‘El día era ventoso y frío, los ojos abiertos, inmensamente abiertos que se negaron a cerrarse. Desde la calle oímos la lejana marcha triste, interpretada por la banda. El coche fúnebre salió por una puerta lateral del foso. Seguimos el coche hasta el cementerio. Allí dejaron el ataúd sobre una mesa: sólo era un puñado de huesos entre ropas y los ojos espantosamente abiertos’.

Ahora Joan Manuel Serrat musica ‘Hijo de la luz y de la sombra’, un disco que saldrá en febrero. ‘Este disco es como un tráiler de la auténtica película que son sus poemas: Eres la noche, esposa: la noche en el instante mayor de su potencia lunar y femenina. Eres la medianoche: la sombra culminante donde culmina el sueño, donde el amor culmina’.

Forjado por el día, mi corazón que quema lleva su gran pisada del sol adonde quieres, con un sólido impulso, con una luz suprema, cumbre de las montañas y los atardeceres. Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje su avaricioso anhelo de imán y poderío. Un astral sentimiento febril me sobrecoge, incendia mi osamenta con un escalofrío.



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