La otra vida de Tarrés
14/01/2011
... puede que esté escribiendo sobre otra cosa totalmente distinta a lo que creo estar escribiendo. Podría estar montado sobre los lomos de Latinoamérica, con su irisada piel en estos tiempos de abismales contrastes. Hoy le vi con sombrero blanco. Con un porte gardeliano, un orondo plumaje del que ha ganado sin trampas y sin cartas bajo la manga. Creo que es una de las mejores fotos de Tarrés.
Yendo atrás, mucho antes de caer el franquismo, hecho ya avisado por la muerte de Luis Carrero Blanco, 1973, corrían por las calles de una España de provincias, troqueladas bajo la sombra de un nacionalismo contrahecho, brisas informales y compulsivas que llevaban el contagio de la idea, sin forma todavía, de lo que los contrarios a la dictadura habían estado dibujando, en buena fe, durante mucho tiempo: La nueva RE-PÚ-BLI-CA. El fonema, escurridizo y vestido de neblina, hacía un San Fermín en cada pueblo, dentro de las fronteras. Todo asustaba, incluyendo la LIBERTAD. Levantaba ánimos favorables en los más ingenuos y pusilánimes, mientras la dirigencia no sabía, en concreto, cómo recoger y pegar los vidrios rotos del vaso franquista, antes de que el pueblo pidiese agua. Pero la idea de cómo tener un vaso propio fue abrazando la discusión y hubo parto, fatuo, pero lo hubo.
Para aquel entonces, caminaba ese tal Tarrés, por los pasadizos de una Barcelona inconfundible en su garbo. Buscaba, este personaje, amante de la alquimia, el sosiego necesario luego de largos años de ser apuntado a la cabeza por el arma de una identidad regional que anquilosaba ideas y articulaciones con una fécula espesa y resistente. Usaba disfraces para alargar el tiempo. El preferido, el de juez No.13, se fue pegando a su cuerpo y apareció, uno de tantos días, un collage prodigioso, conformado en su piel por pedacitos de su infancia, de sus padres y hermanos, de las pequeñas cosas de la gente, con sus pequeñas aciertos y equivocaciones. Un rasgo de las subidas de Poble Sec va en su pantorrilla izquierda. Retazos de su exilio en México y zurcidos invisibles de fotos de Irene, colgando sus trapos al sol, en una mañana que se va colando de contrabando.
Ahora, tan sólo se ve a su alter ego, un caballero llamado Serrat que tiene como oficio cantar y hacer canciones, las más bellas canciones del mundo. Suele visitar anualmente su amada Latinoamérica, tanto y tantas veces que le hace parecer uno de nosotros que, llevado a Cataluña cuando era sólo un loco bajito, caminó, con frecuencia las playas del mediterráneo, recogiendo algunos jirones de la II República, material infaltable en las primeras historias que él hizo canción.
Tarrés se ve poco por las aceras, a no ser que se le encuentre entre sus más entrañables amigos, con un chiste en los labios y tomándose un trago de una buena cosecha. En años recientes, le cuesta separarse de Serrat.
Henry Martínez
Compositor y trovador
Información http://www.cancioneros.com/
Imagen © Octavio Muñoz
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