martes, marzo 08, 2011

Aquellas pequeñas cosas de Serrat


Aquellas pequeñas cosas de Serrat

Por Carlos Dada

Publicado el 6 de Marzo de 2011
Salió al escenario anunciando una posibilidad que cuando él canta se convierte en acción: Hoy puede ser un gran día. Y a partir de ahí lo fue. O una noche, que quedará grabada en la memoria musical del anfiteatro de la Feria Internacional con altos relieves.

Joan Manuel Serrat no entiende de tamaños. Se para en cualquier escenario como si fuera un bar de jazz; como si, en vez de graderíos con miles de personas, enfrente tuviera diez mesitas con parroquianos con los que se hacen tertulias y no conciertos. Nada. Que cuando Serrat canta, uno escucha. Y cuando habla, en realidad conversa. Uno asiste y comparte sin mayores alborotos. Como con los buenos amigos. Pero con la conciencia de que en esa garganta se ha depositado tanta, pero tanta resistencia: contra el franquismo, contra la opresión, contra los trenes de la muerte, contra la negación de la identidad, contra esa maldita pobreza que clama por denuncia, y a todo ello él continúa respondiendo como siempre: con poesía. Con poesía de otros y a veces propia, que él no exige copyrights, sino solidaridad.

“Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción”. Puede ser cierto que nunca la persiguió, aunque, como él mismo reconoce, sea catalán. Pero la alcanzó, una vez más, la noche de un concierto que se volvió comunión, en el que nunca se supo quién pedía más la otra, si el público o el artista, porque salió y salió hasta que sus músicos se instalaron en los camerinos y ya solo le quedó la guitarra de compañía. Y volvió a salir.

Serrat es, para la generación de las revoluciones latinoamericanas, algo así como Bob Dylan para los pacifistas estadounidenses que se negaron a luchar en Vietnam. No es el único, claro está. Pero sí uno de los pocos sobrevivientes. Igual que Dylan. Acaso eso provocó el despiste de más de alguno que pensó que esa generación iba a llenar la Feria. Pero no. La mayoría eran jóvenes que demostraron también que Serrat ha trascendido a su tiempo, que nadie sabe cómo lo logra pero es un cantante vivo con canciones vivas y con un espectáculo vigente, cuando su eje central es paradójicamente la poesía de Miguel Hernández, un poeta muerto en las cárceles del franquismo cuya obra es objeto de este homenaje musical y materia de su más reciente disco: Hijo de la Luz y de La Sombra.

Serrat vino por primera vez a El Salvador en 1975, cuando el presidente era el coronel Arturo Armando Molina. No sé qué cantó entonces ni qué consecuencias le trajo su protesta envuelta en guitarra, pero ese fue el año de la muerte del Generalísimo y a lo mejor por eso el coronelísimo local no procedió, que al fin que ya estaba Serrat para entonces exiliado en México y el que se podía enojar era el presidente Echeverría. Volvió unos años después, en 1992, recién firmadita la paz.

Ahora vuelve acaso más canoso y menos bailaor, con mucho mundo recorrido, pero con las mismas banderas.

Mediterráneo sigue sonando hermosa, con la misma tonada pero con una música que con el paso de los años mantiene la fuerza pero fluye mejor, que se ha refinado con la familiaridad y el cariño de una orquesta que la trata con delicadeza. Y con un público que la canta como si lo que tuviera a media hora fuera la Barceloneta y no La Libertad en pleno Océano Pacífico, al otro lado del mundo. Que al fin que mucho tenemos en común:


Soy cantor, soy embustero

me gusta el juego y el vino

Tengo alma de marinero...


¿Qué le voy a hacer, si yo

nací en el Mediterráneo?


Ese es su público, salvadoreños que han heredado su canción como si fueran retratos de los abuelos. Que cierran los ojos cuando escuchan Penélope y la cantan como si estuvieran solos frente a la mujer con su bolso de piel marrón.

Ese público que además conecta con el más culé de los culés, el cantante que los domingos se vuelve un hincha más que sufre y goza con el Barcelona Fútbol Club como lo hacen, cada domingo, con un coctel de conchas, estos mismos que están sentados escuchándole esta noche, aunque muchos no sepan aún que ese equipo fue, durante los años del franquismo, el depositario de las ilusiones y de la dignidad y de la identidad de un pueblo proscrito por el dictador. Barcelona, mes que un Club. Y por eso, acaso, Serrat les advierte que él es del Barcelona de antes de Guardiola, “de cuando él recogía las pelotas. Hoy solo las enseña”.

Alguna vez le preguntaron de dónde era, y Serrat respondió: Soy latinoamericano de Barcelona. Como estos culés de San Salvador. Y por eso canta una en catalán, dedicada a los catalanes que han encontrado su hogar en San Salvador y a los salvadoreños que han encontrado su hogar en Barcelona.

Luego vuelve a la denuncia entre familia, a la convers(ac)ión de casa en casa:


Disculpe el señor,

se nos llenó de pobres el recibidor

y no paran de llegar,

desde la retaguardia, por tierra y por mar…


¿Quiere usted que llame a un guardia y que revise

si tienen en regla sus papeles de pobre...?

¿O mejor les digo como el señor dice:

"Bien me quieres, bien te quiero,

no me toques el dinero...?"


Y cómo es la cosa y cuántas vueltas da el mundo que todos le aplauden, y hay que ver la mezcla en la zona VIP de ex guerrilleros trajeados y rasurados; herederos barbados en camiseta; y ejecutivos al borde del llanto, todos gritando y aplaudiendo cuando Serrat cierra la canción:


Si me necesita, llame...

Que Dios le inspire o que Dios le ampare,

que esos no se han enterado

que Carlos Marx está muerto y enterrado.


Atrás, en una pantalla, van pasando imágenes de manos estiradas, de trenes con niños malnutridos, de portadas de periódicos españoles anunciando la muerte de Franco y que van desfilando con la secuencia de noticias del parto de la democracia con todo y rey. Y luego el Angelus de Millet, para servir de presencia a Nanas de la Cebolla, otro poema de Miguel Hernández.


En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar

cebolla y hambre.


Lo que sienta cátedra esta noche de sábado no es la canción de un hombre que se ha hecho ya tradición en tantas generaciones; no es el espectáculo bien montado con una música de gran calidad que va combinando la guitarra con arreglos de piano, contrabajo, batería y violín que se alternan entre el jazz, el blues, la balada, el rock, el cabaret y la nueva trova.

No es tampoco el hambre satisfecha de un público que añora estos conciertos.

Lo que quedará para siempre en la memoria es la entrega y la pasión de este señor que va envejeciendo por fuera pero que conserva la honestidad artística de aquel joven rebelde. Que no viene a dar un concierto para que se lo paguen, sino para que su público lo exprima. Que cuando ya la mitad del foro se ha retirado porque Serrat ya salió tres veces más y ya han levantado los instrumentos, se asoma por una esquinita como un niño travieso e inquieto, pide un micrófono, toma su guitarra y sale otra vez a cantar, sin acompañantes más que el maestro Miralles de siempre, apenas iluminado por los celulares de los afortunados que aún están ahí. Serrat no quiere parar. Y por eso canta y canta aquellas pequeñas cosas que nunca se nos van a olvidar. Aquellas Pequeñas Cosas.



Información http://www.elfaro.net/es/
Imagen de Verena Sánchez Doering

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