Serrat y nuestra cultura
El cantante celebra sus cincuenta años en la brecha. Una trayectoria de cantautor vinculada al mundo de la poesía, con proyección internacional y un gran impacto sociocultural
ARTURO SAN AGUSTÍN 24/12/2014 00:00
Serrat, como dice su amigo, el escritor Eduardo Galeano, siempre está sonando en todas partes. Y, además, eso lo digo yo, sus canciones sirven para entender cosas muy difíciles. Por ejemplo, el líder de Podemos. Hace unos días, cuando le preguntaron a Joaquín Sabina qué opinaba de Pablo Iglesias, el cuate respondió lo siguiente: "Como dice una canción de Serrat: me gusta todo de ti, pero tú no".
Como estoy ante tantos editores, comenzaré por decir que a los hijos del barrio de mi generación -la generación cubata- que en el patio del colegio hablábamos catalán y castellano y en casa castellano o catalán y castellano, quien nos llevó a los libros escritos en catalán fue Josep Pla. Y sin necesidad de empujones. Y quien nos llevó a determinadas canciones tradicionales catalanas, como aquel Ball de la civada, a las canciones contemporáneas compuestas e interpretadas en catalán y a poetas catalanes que bebían vino, que habían "guardat fusta al moll" y que aseguraban que "avui, demà i ahir / s'esfullarà una rosa / i a la verge més jove li vindrà llet al pit" fue Joan Manuel Serrat. Porque entonces, en el mundo real, en la otra parte de la Catalunya real, no todo era Salvador Espriu, quien, físicamente, jugaba a ser o parecer un monje que sólo se permitía la limonada natural y algún jarabe contra la tos.
Descubridor
Fue, pues, Joan Manuel Serrat, tímido sobrado y sonreidor imbatible, quien descubrió a muchos, incluso sevillanos, alicantinos, uruguayos y desde luego catalanes, a poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández, Mario Benedetti, el ya insinuado Joan SalvatPapasseit y Josep Vicenç Foix. "És quan dormo que hi veig clar". Hay más poetas y escritores en su discografía: León Felipe, Pere Quart, Eduardo Galeano, etcétera, pero para no aburrir, vamos a dejarlo así.
Si me permiten ponerme intelectual sólo durante unos segundos les diré que hace unos días, cuando enterraron a la duquesa de Alba, aquella pirotecnia capilar culminada por un lazo rojo goyesco, una sevillana, que trabaja en un bar muy próximo al Mercat de la Concepció, me dijo lo siguiente: "Ni embajadora sevillana, ni flamenca, ni rebujito, ni están clavadas dos cruces. A mí quien me descubrió mi Sevilla, fíjate tú qué cosas, fue el Serrat con aquel disco suyo de Machado".
Lo de Antonio Machado, aquella saeta al Cristo de los Gitanos, aquellas moscas del primer estío y aquel hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, a mí me pilló en Palma de Mallorca. Cosas de la patria. Y durante aquellos meses patrióticos, a la fuerza, claro, y a propósito de ese disco, del que Serrat dedicó a Antonio Machado, un vecino de litera que se tenía por poeta riguroso y que vivía excesivamente obsesionado por Garcilaso, un vecino de litera que era tan intelectual que odiaba el fútbol, me dijo que la poesía no tenía necesidad de ser cantada y que debería prohibirse a los cantautores que musicaran poemas ajenos. Meses después de licenciarnos, me enteré de que su novia, tan intelectual y filóloga como él, lo había dejado y se había ido a vivir con un futbolista. Juro que así fue. Yo creo que cuando Serrat le pone música a un poema es porque su autor, el poeta, le gusta, no porque lo necesite para intentar un éxito, que eso es picardía de rockero inútilmente alto o de cantaor de flamenco en crisis.
Pero regresemos a la prosa. Estos días convulsos ha vuelto a publicarse una fotografía montserratina en blanco y negro en la que aparecen reunidos, sentados y quizá conspirando, el abad y amigo Cassià Maria Just, que fue el primero que me invitó a comer con la comunidad benedictina en el refectorio de los monjes; el editor Max Cahner, que nunca me perdonó que escribiera que su segundo apellido, que nunca usaba, era García; Jordi Pujol, que en fin; Albert Manent y el ya antes mencionado Salvador Espriu. Y creo, si la memoria no me falla, que es a Albert Manent a quien sus calcetines cortos permiten verle la cañaílla, algo que, por cierto, era entonces muy común. Evidentemente, y pese a la bondad y trabajos de todos esos caballeros que aparecen en la fotografía que nos ocupa, aquella "panorámica cultural catalana" era muy poco sugerente para los hijos del barrio de mi generación. Sobre todo, aunque no necesariamente, para aquellos cuyos padres -los dos o sólo uno- no habían nacido en Catalunya. Hablo aquí de quienes, como Serrat, tenían a un padre lampista, como el señor Pepe, catalán que usaba granota o mono y trabajaba en Catalana de Gas y Electricidad y una madre, como la señora Ángeles, que era aragonesa. "Ets filla del vent sec i d'una eixuta terra. D'una terra que mai no has pogut oblidar".
Talento y empatía
O sea, que para quienes manejábamos los cigarrillos Bisonte o Chesterfieldy los discos de los Shadows, los Beatles, Adamo, Celentano, Brassens, Gino Paoli, Becaud, Brel o Aznavour y descubrimos el primer vello púbico femenino rubio en la entonces solitaria e ibicenca Cala Gració, aquellos dignos señores protagonistas de la fotografía montserratina que nos ocupa no es que no nos dijeran nada, culturalmente hablando, es que, dicho sea con todos los respetos, nos asustaban. Y algo parecido sucedía con ciertas personas que se dejaban bigote y simulaban fumar en pipa y tocar la guitarra para hacernos creer que eran como George Brassens. Porque una cosa es tener buena voluntad e incluso honesto fervor patriótico, que también existe, y otra muy distinta tener talento musical y empatía.
Y como aquellas pipas, aquellos bigotes y aquellas guitarras catalanas primeras no levantaban a las gentes de sus asientos, fue el bueno de Salvador Escamilla, que tenía el ojo de gallo madrugador y la nariz audaz, quien les dijo a aquellos señores de la fotografía montserratina o a algunos de sus amigos, que había descubierto lo que la canción catalana necesitaba para ser tan natural o real como la francesa o la italiana, es decir, Joan Manuel Serrat. Y así lo ha reconocido más de una vez Josep Espar Ticó, peletero histórico, activista cultural y parece que, en su juventud, también practicante del boxeo.
Cuando Espar Ticó vio el lío que armaba Joan Manuel Serrat en el escenario se dijo a sí mismo que por fin tenían lo que estaban buscando: algo más, mucho más que un foc de camp. Espar Ticó había descubierto la otra parte de la Catalunya real, que siempre ha existido. Incluso ahora existe. La cosa fue así: según Eduardo Galeano, los indios americanos descubrieron que eran indios cuando llegaron los conquistadores españoles, Salvador Escamilla descubrió a Serrat en Radio Barcelona, Espar Ticó lo descubrió cuando lo vio actuar por primera vez en un escenario y yo descubrí a Serrat a través de mi amigo Tomás Martínez Soriano, que vivía en la Barceloneta, en la misma calle donde había vivido durante un tiempo Joan SalvatPapasseit. Llegué una tarde a su casa, me mostró exultante un disco de Serrat y me dijo: "Aquest tio canta en català, però és una altra cosa, collons. I a més és de barri, com nosaltres". Y lo puso en su tocadiscos. Y tenía razón. Serrat era otra cosa.
Serrat ha escrito lo siguiente: "Sin demagogia alguna puedo decir que yo aprendí a leer en la calle." Y quizá eso explique por qué -se trata de mi opinión- nadie ha sabido describir mejor la calle y el barrio que Serrat. Y el barrio, claro, era también la cocina, la madre, los guisantes, el molinillo de café y la copla, el serial, los Angelitos negros de Antonio Machín y Emili Vendrell hijo, que llegaban a través de la radio. Algunos escritores hablan y escriben del barrio, pero en cuanto abren la boca o escriben la primera frase se nota que nunca han tenido oído para captarlo. Dicen -ese es su marketing- que describen su infancia y su barrio, pero lo que suena en sus libros -porque, como todos ustedes saben, también los libros suenan-, lo que suena en sus libros no es el barrio sino la caricatura del carajillo y el psicoanálisis del charco. Un ejemplo: el verdadero barrio, dicho sea con todos los respetos, nunca hubiera llamado a uno de sus hijos Pijoaparte, alias o mote que parece inventado por un burgués del Turó Park.
Serrat sí ha conocido y escuchado, pero de verdad, a tipos de barrio, a pájaros auténticos como aquel Papa Cunill, hijo de barbero de barrio, que fue pianista de la orquesta que tocaba en el Emporium. El Papa Cunill, que había hecho muchas veces las Américas, le dijo a Serrat en una ocasión: "Allí todo es más grande. Los mejillones son como melones. Y no te quiero contar el tamaño que tienen allí las ladillas." Y cuando uno ha conocido y escuchado a tipos como el Papa Cunill es cuando puede describir el barrio porque sabe de sus maneras y de sus voces. Serrat sabe que antes, el barrio, es decir, la madre, la vecina, el tendero e incluso el afilador gallego, cantaba mucho. Antes cantaban casi todos. Sobre todo uno de los vecinos de Serrat, que siempre se arrancaba cuando decidía ir al lavabo. Todos los vecinos de la escalera lo sabían.
Es por todo eso, intuyo, que Serrat ha sabido describir aquel olor a pólvora pacífica y festiva, el olor de la piula y también el de aquellos mistos garibaldis. Y el calor pagano de aquellas hogueras sanjuaneras de barrio que nos vieron crecer y nos ahumaban la testosterona. Nadie como Serrat ha sabido describir la soledad enamorada y con bolso de algunas de aquellas tietas solteras que todos tuvimos. Tietas de barrio que se enamoraban de sus burgueses jefes, nacidos en la Bonanova o en la Dreta de l'Eixample, cuando esa Dreta era la Dreta.
Pocos como Serrat han sabido meter en una canción eso tan difícil o imposible: la biografía de una generación, que es la mía. Hablo aquí deTemps era temps. "Temps d'Una, Grande y Libre / Metro Goldwyn Mayer / Lo toma o lo deja / Gomas y lavajes / Quintero, León y Quiroga / Panellets i penellons / Basora, César, Kubala, Moreno i Manchón." En esta canción está todo: la política, el cine, el frío, la ciudad, la radio, las pastelerías, el Barça y nosotros, los de entonces.
Y mucho antes de que se inventara el ecologismo y Greenpace, fue también Serrat quien nos describió cómo amanece un pueblo, esa extraordinariaCançò de matinada: "Ens ho ha de dir la veu tremolosa / i trista d'un campanar. / Un cop de llum i el crit d'una garsa / que ha despertat en fam i busca / per entre blats i civades / qualsevol cosa per omplir el pap. / O potser un gall / que dins la cort canta: / la nit és morta i ja es fa clar". Y Parees también un extraordinario canto a la tierra, a la vida. "Pare / digueu-me què / li han fet al riu / que ja no canta". Y la mar, la mar Mediterránea, que fue mujer perfumadita de brea y que ahora invita a Serrat a llorarla, porque entre todos la hemos convertido en una cloaca. Plany al mar, cantada a dúo, ay, con esa Sílvia Pérez Cruz, dulce pájaro de juventud nacido en Palafrugell, es un verdadero milagro.
Pocos como Serrat saben encontrar las palabras y la melodía para contar y cantar "esas pequeñas cosas", que son la vida real. Quizá para saber describir "esas pequeñas cosas" es imprescindible entender, qué sé yo, esa nota imposible, sutil, pero siempre humana, urbana, que salía del bandoneón de aquel gordo Aníbal Troilo, más conocido por Pichuco. O del piano de aquel ciego prodigioso que fue Tete Montoliu, a quien -en tierras asturianas, en Oviedo, en el teatro Campoamor, que es donde ahora y entre muchas gaitas se entregan los premios Princesa de Asturias- algunos de los que seguían sin perdonar a Serrat que se hubiese apeado del festival de Eurovisión por no poder interpretar su canción en catalán, comenzaron a insultarlos y a arrojarles de todo. Pero Tete, así lo ha escrito Serrat, se mantuvo en el escenario a su lado; se mantuvo erguido y valiente como aquel general Patton que plantaba cara a las balas enemigas. Eso sí, Tete, de vez en cuando, enarcaba sus cejas, abría su gran boca de ciego y le decía a Serrat: "Nano, no fugis, eh. No em deixis sol". Se lo decía. Ni lo suplicaba ni lo imploraba. Simplemente se lo decía.
Internacionalizar
Serrat internacionalizó el catalán mucho antes de que llegaran Jordi Pujol, la famosa Norma y la imperativa Carme Forcadell. Y fue también él quien puso en el mapa a Barcelona mucho antes de los Juegos Olímpicos de 1992. También el Barça -voy a ser un poco ecuánime- ha contribuido un poco a esa realidad, pero todos los que hemos viajado un poco sabemos, por ejemplo, que desde Las Vegas, pasando por Nueva York, hasta la Patagonia, Serrat es el mejor pasaporte. Serrat encontró en América esa libertad que las palabras necesitan y a cambio enseñó a muchos caribeños lo que era el verano. "Yo aprendí qué era lo que ustedes llamaban el verano escuchando la canción de Serrat Mediterráneo." Eso fue lo que me dijo en cierta ocasión una amiga y cantante puertorriqueña, Yolanda García.
Serrat cree que decir amigo es decir vino, guitarra, trago y canción. Yo, también. Y, si ustedes me lo permiten, para acabar, voy a hacerle un pequeño homenaje a su padre, al señor Pepe. Mayormente porque su madre, la señora Ángeles, es más conocida. El señor Pepe, como todos los mecánicos y lampistas de aquella época, usaba aquellas granotas, aquellos monos de trabajo con peto, que eran de color gris y también azul. Pues bien, en cierta ocasión, estando yo en Groc, la tienda de Antoni Miró, el propietario de una voz caprichosa y sin duda tenaz discutía amablemente con Esteve Miró, el hermano de Antoni. Presa de una gran excitación, aquel hombre de perfil exquisito no cesaba de repetirle al muy sufrido Esteve lo siguiente: "No, no, no. No vull aquests blaus. El que jo vull es elblau laboral." Aquel hombre era un colega de todos ustedes: el editor Jaume Vallcorba.
Blau laboral: de las granotas o monos del padre de Serrat a la preferencia o capricho estético de un editor exquisito. Qué cosas.
http://www.lavanguardia.com/cultura/20141224/54422121522/serrat-nuestra-cultura.html
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