Atravesando el tiempo
A lo largo de las décadas Brecha ha entrevistado a Serrat, reseñado sus discos y recitales y seguido su periplo en estas y otras tierras. Este es un apretado compendio de sus palabras y las de los muchos periodistas de este semanario que han acompañado su carrera desde estas páginas.
Foto Federico Gutiérrez
27 febrero, 2015
De “La brújula marca sur”, entrevista con Daniel Viglietti. Julio de 1993.
—Es curioso, la brújula tuya siempre marca sur…
—Sí, bueno, no es tan curioso, porque ya incluso cuando empecé a hacer música en el 65, incluso cuando hice mis primeras canciones en catalán, ya marcaba sur. Lo que pasa es que ya marcaba sur dentro de Cataluña. Yo era siempre, no diría tanto como el intruso, pero sí el raro, era el mestizo. De alguna manera era “el que no formaba parte de” –sin que eso pueda representar nada exagerado, pero era así–. La canço estaba formada por gente que provenía mayoritariamente de la burguesía. Yo diría que todos son hijos de la burguesía, y entonces yo debía ser el primero que entra de la clase obrera, hijo de emigrante, y eso me condicionó.
De “Serrat”, reseña del recital de mayo de 1992 en el Palacio Peñarol, presentando su disco Utopía. Por Mauricio Ubal.
Serrat siempre vuelve. Siempre anda en la cabeza de sus fieles, de sus hinchas, más que público. Vuelve con entradas en el pelo, pero intactas –y perfeccionadas– las mañas. Mañas que lo llevaron al corazón de los uruguayos hace ya un tiempito, cuando algunos escuchábamos de lejos “tu nombre me sabe a hierba” mientras apuntábamos a la bolita celeste y blanca del gordito de al lado. Serrat creció y ayudó a vivir y soñar a dos generaciones, y la gente no lo olvida, y ahora lo acompaña religiosamente al frío y antimusical Palacio Peñarol o adonde sea. Él sigue cantando impecablemente, fraseando y matizando con sensualidad y entrega. Su facha y su tono ahora paternal siguen cultivando suspiros –ahora treintañeros– mientras guarda en su bolsillo la cartita que le alcanza una esperanzada espectadora.
De “Serrat en el Luna Park”, presentación del disco Material sensible. Abril de 1990. Por Beto Peyrou.
“El Nano no se va, el Nano no se va, no se va, el Nano no se va”, coreó el público durante 20 minutos hasta que finalmente logró que Joan Manuel Serrat saliera para hacer su noveno bis (como se verá, el catalán es de corazón tierno). Este sí fue el último, a pesar de que el hechizo no se había terminado. Habíamos asistido a una noche de encantamiento, donde el ensalmador era este catalán-ciudadano del mundo. […] Sus intervenciones habladas son pocas y siempre certeras. Nunca distraen, nunca desencantan sino que saben recoger la emoción acumulada y preparar el terreno para sembrar la siguiente canción. […] Al agradecerle la delegación de la Fundación Alfredo Zitarrosa a Serrat su próxima y desinteresada visita para el “Homenaje a Alfredo”, respondió con humildad: “Dejaos de embromar, si la suerte hubiera querido las cosas a la inversa, Alfredo hubiera hecho lo mismo para mí”.
De “El Sur es el hambre, la paciencia y la esperanza”, entrevista con Mauricio Ubal. Enero de 1986.
—Tengo muchas ganas de andar por Uruguay. Es uno de los lugares del mundo donde si me pierdo me pueden buscar, que posiblemente me encuentren. Lamento caer muy pocos días, días en que van a pasar cosas maravillosas y lúdicas, como los carnavales, por ejemplo. Y días en los que yo tengo que recuperar con suma urgencia las relaciones que con el tiempo y la distancia… pues… se van. Yo me alegro mucho por ellos, porque están en casa, pero me han jodido una parte de mi vida que no se tiene en cuenta. Se habla mucho del exilio y el desexilio, pero no se habla nada de los que se quedan ahí cuando el amigo regresa de su exilio.
De “Serrat en Montevideo”, de Jorge Lazaroff. Febrero de 1986.
Joan Manuel Serrat estuvo nuevamente entre nosotros. Esta vez presentó un espectáculo dividido en dos partes: en una, sus canciones de todas las épocas, y en la otra el trabajo denominado El sur también existe, una serie de poemas y canciones con Mario Benedetti. […] Verlo a Serrat involucra algo así como dos propuestas bastante diferentes que nacen del mismo sitio. Por un lado una faceta del fenómeno Serrat: el propio artista sobre el escenario, sobrio, contento, firme y cálido, con una cancha impresionante, con un poder de entrega y a la vez de atracción y seducción que brota naturalmente sin necesidad de forzar nada; también sus letras inteligentes, expresivas, ingeniosas y eficaces, con un dominio de estilos contundente. […] Por otro lado (y a agarrarse que viene el lado “malo”) están los arreglos, la concepción instrumental, la otra faz creativa del fenómeno; a mi manera de ver, el “lado oscuro de la luna” ¿Por qué digo esto? El concepto de los arreglos es de mamotreto, de “toco” instrumental, de pelota sonora, donde sólo sobresalen las mil y una notas que toca el pianista haciendo contrapuntos de todas las especies (incluso el “florido”); es una especie de “finalista” –hablando en términos de construcción– encargado de tapar y rellenar todos los posibles baches de silencio, tensión o movimiento que puedan surgir en las canciones. El material para este relleno proviene de artilugios y fórmulas de la música culta del pasado clásico, lo cual endulza la pelota sonora. La armonía también es clásica con ciertas incursiones por fórmulas neoclásicas y acordes alterados, lo cual endulza aun más la pelota sonora; tanto, que a uno le vienen ganas de comer una bola de fraile.
De “Vigente pese a todo”, por Marcelo Pereira, octubre de 1994 (recital de presentación del disco Nadie es perfecto, en el Palacio Peñarol).
En el caso de Serrat, es probable que su efecto sobre el público sea un poco contradictorio: el cantor –crítico y politizado– es, sobre el escenario (donde tiene, a esta altura de su vida, el señorío de un Aznavour) y ante la prensa, un comunicador tres veces más inteligente y carismático que cualquier candidato uruguayo a la Presidencia, pero su mensaje posee tal grado de tersura que acaricia más de lo que impacta, y reconforta más de lo que dinamiza. Cuando, además, no hay rupturas ni desafíos al buen gusto estándar en lo musical, la resultante de un espectáculo de gran factura como el del martes, puede ser, para muchos, como la de una buena cena con licorcito luego de los postres, cierta placidez muy agradable, que reconcilia con el mundo lleno de dramas del cual se habló en las canciones. Pero tampoco Serrat es perfecto, claro.
De “Serrat y la guardería”, por Coriún Aharonián. Diciembre de 2005.
Estábamos en dictadura. Joan Manuel Serrat actuaba en el teatro Solís de Montevideo. La sala había estado repleta y las boleterías habían registrado una buena recaudación. No logro recordar por qué me tocó a mí. Lo que sí recuerdo es que, al finalizar el recital, debí presentarme en el hotel Victoria Plaza (que todavía no había sido tragado por la secta Moon). Subí con Serrat a su habitación. Allí, muy poco después, se hizo presente un representante del empresario que había organizado el recital. Traía, como en las películas, una bolsa con la parte de la recaudación que le correspondía al compositor y cantante. Serrat tomó la bolsa y, sin siquiera contar su contenido, me la entregó, así como venía, entera, para que la hiciera llegar a la guardería que mantenían los familiares de presos políticos. Yo entregué la bolsa a Orietta Rodríguez, una de las silenciosas heroínas de la resistencia. Y Orietta fue la encargada de hacer llegar el dinero a la guardería para hijos de presos políticos. Serrat no pidió recibo. Y hasta hoy no reclamó reconocimiento.
De “Serrat, a la Academia”, de Juan Fernández Trigo. Marzo de 2014.
Precisamente, podría decirse que Serrat creció ante el ostracismo que le impusieron, al unísono, el catalanismo radical y el franquismo. Su exilio en México a mediados de los años setenta dio paso a una fulgurante carrera en América Latina, continente que le abrió las puertas y el corazón de una forma inapelable. Aquí fue donde Serrat pudo desplegar, sin tener que dar explicaciones, sus habilidades como constructor de un lenguaje castellano depurado y sólido; sus canciones fueron comprendidas y ensalzadas, y su sentimentalismo encontró la receptividad propia del alma latinoamericana, tan entregada a las emociones. […] La vigencia de su obra se debe a que Serrat ha creado algo nuevo y distinto en la canción en español, a medio camino entre la poesía y el relato breve, un depurado canto colmado de sentimientos de expresión inmediata, asequible y cercana, que se le mete a quien lo escucha en lo más hondo de las entrañas. […] Ni que decir tiene que Serrat fue el artífice de la difusión de la poesía comprometida, al margen de las instituciones oficiales, a la hora de divulgar la obra de los poetas sociales Antonio Machado y Miguel Hernández, pero también del catalán Joan Salvat Papasseit. Y por supuesto, del uruguayo Mario Benedetti. Esto no es un tema menor, como algunos pretenden hacer creer, porque sacar a la poesía de las librerías, convertirla en algo cotidiano, desatarla de las estacas del elitismo y la intelectualidad mohosa sirve a la causa de la propia poesía. […] Serrat, deseoso de que lo entiendan y compartan con él sus canciones, ha buscado la expresión cuidada, el destello cómplice, el vocabulario rico alejado del preciosismo poético… pero dentro de unos altos límites de excelencia y de decencia estéticas. Y todo eso acompasado de una música bonita, bien arreglada e interpretada con una gran maestría. Melodías originales claramente híbridas, con influencias diversas: la canción popular de origen rural, la canción francesa de los años cincuenta y sesenta, el flamenco, la copla española, el jazz, el chárleston, el tango, la música latinoamericana… lo que las convierte en piezas apreciables desde diferentes culturas.
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