Serrat en Cádiz
Puede que el Castillo de San Sebastián no sea el mejor escenario posible para un concierto, aunque la noche gaditana invitara a vivir otro de esos recitales de Serrat que han de quedarse impresos en la memoria. Pero el público tampoco estuvo a la altura de la entrega del artista. Un público que apenas se puso en pie en toda la velada, como si el concierto no mereciera una mayor implicación por parte del respetable hacia quien ha escrito algunas de las mejores páginas de nuestro cancionero. Sorprende que canciones tan descomunales como “Tu nombre me sabe a yerba” o “Romance de Curro el Palmo” llegaran sin que el público se adueñara de ellas, sin que el sentimiento se desbordara como lo hace la crecida de un río. Lo mismo pasó con “Mi niñez” o con “Pueblo blanco”. Por momentos uno no sabía si estaba en Cádiz o en algún remoto rincón de la estepa rusa. Al final del concierto tuve la ocasión de departir con unos amigos venezolanos que pensaban exactamente lo mismo.
El repertorio escogido por Serrat apenas presentó variaciones destacables con otros conciertos de la gira. Sigo pensando que en este sentido Serrat es demasiado previsible. Suenan siempre las mismas canciones con muy pocas variaciones. El riesgo de mecanización es obvio. Esta gira se antojaba idónea para indagar en un repertorio menos machacado, sin tantas concesiones al público.
Me pregunto, por ejemplo, porqué no canta “A ese pájaro dorado”, oportuno rescate de una pieza casi invisible de aquel …Para piel de manzana y que está por encima de los muchos lugares comunes que pueblan su Antología desordenada. La respuesta andará en el viento. Pese a estas objeciones cabe decir que Serrat volvió a emocionar con su manera de apoderarse del escenario, de trasmitir sus canciones, de detener el tiempo a través de ellas. Y a eso añadir que atraviesa un momento dulce, que está muy bien de voz (cabe recordar que tiene 72 años). Todo esto lo digo por los enterradores que llevan diez años diciendo que Serrat ya no tiene fuelle ni cuerda y que ya no sigue siendo aquel…
En Cádiz -como en otras escalas de la gira- hubo sorpresas en forma de artistas invitados. El primero en aparecer fue Dani Martín con el que Serrat cantó una luminosa “Señora”. Después llegó Javier Ruibal y sonó la emocionante “Lucía”. La última en aparecer fue Pasión Vega a quien le tocó esa gema de Versos en la boca llamada “Es caprichoso el azar”. Todos ellos terminaron compartiendo “Fiesta”. Dani Martín trató de animar al público a levantarse de las sillas durante esta canción pero su tentativa resultó infructuosa. Tras la siempre apoteósica “Fiesta” se inició la recta final del concierto donde llegaron sin tregua “Hoy puede ser un gran día”, “Aquellas pequeñas cosas” o la machadiana “Cantares”.
Cabe volver a destacar el conjunto de músicos que acompaña a Serrat de una profesionalidad indiscutible con el maestro Miralles al frente de todo el equipo, sin olvidar la personalidad y jerarquía de Kitflus.
Uno nunca sabe si será su último recital de Serrat. Queda un poso de melancolía cuando se abandona el espacio donde uno ha sido inmensamente feliz durante dos horas. Queda la música, el fulgor, la melodía desencadenada de quien ha llenado el tiempo y la vida de canciones maravillosas. En Cádiz lo volvió a hacer y hay quien evocó al soñador de pelo largo que se presentaba en El Cortijo de los Rosales como figura recién nacida o aquel otro más maduro que cantaba en el Teatro Pemán en los años ochenta. O el que pisó el Teatro Falla y luego la Plaza de la Catedral y en fechas muy antiguas el desaparecido Teatro Andalucía. La memoria regresa cual oleaje en forma de canción o de huella sonora
Las fotos que acompañan al texto son de Fernando Fernández. Un lujo contar con este material de un fotógrafo tan experimentado que ha fotografiado a Serrat desde los años setenta hasta hoy.
http://www.luisgarciagil.com/serrat-en-cadiz/
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