septiembre 26th, 2016
El aspecto que ofrecía la Plaza de Toros de Valencia era el de las grandes celebraciones. La sensación de ser testigo de una velada que la memoria se encargará de guardar en el cajón de las emociones así que pasen veinte años. Y a juzgar por el público que llenaba la plaza, la percepción al finalizar el concierto no podía ser más satisfactoria: Las canciones les salían repletas de felicidad por las orejas. Tres horas rebosantes a cargo de estos cuatro cantantes-creadores que han hecho de médiums, agentes accidentales, de los cambios no solo musicales, sino sociales, políticos, estéticos, que han convulsionado el país a lo largo de más de medio siglo. Un camino compartido que tenía su premio de fidelidad ayer y revalidado a lo largo de todos estos años.
No fue un concierto de la nostalgia a pesar de las previsiones del hombre del tiempo. Ni por los veinte años pasados desde la primera gira de El gusto es nuestro ni por aquellos veinte años que se tenían hace más de veinte y treinta años. Aunque la magia de los recuerdos siempre está al acecho, la energía que desprendían los cuatro artistas, sumado a la exuberancia y fuerza orquestal, estaba más cerca de los superpoderes de Los Cuatro fantásticos que de una junta general de afectados de melancolía. Si los plasmas gigantes, con los primerísimos rostros de los artistas, nos alertaban que el tempus fugit, la contundencia del vis-à-vis entre público y escenario, actuaba de elixir contra los dictados del tiempo.
A diferencia de la primera gira, esta vez los cuatro intérpretes se dieron cada uno su gusto y momentos en solitario alternados con puntuales dúos que servían para enlazar el desarrollo del concierto. Tampoco faltaron las referencias a la actualidad de cada día, celebradas por el público, a cuentas del “caloret” o la memoria histórica. Cada aparición en forma de Hit-Parade era “el no va a más de la noche” con el consiguiente estallido de fuegos artificiales entre el púbico. UnMiguel Ríos que volvía a la primera línea haciendo suyo a la manera de Flaubert que el rock c’est moi alternada con su cara B de impecable crooner latino. Víctor Manuel por su parte, el hombre tranquilo, ponía la plaza en vilo con su himno republicano dedicado a los mineros asturianos y ajustando cuentas con los desmemoriados de ayer y de hoy.
Serrat hacía otra tanto, subiendo el listón de las emociones-mientras la temperatura térmica de la plaza bajaba un poco- ya fuera reafirmándose en su ADN mediterráneo o cumpliendo con ese rito que consiste que todo el público cante por mandato democrático Paraules d’amor como si tuvieran quince años, aquí con la inestimable ayuda de Ana Belén, más reina de corazones que nunca, que conseguía una de las mayores ovaciones de la noche con aquel hombre del piano de Billy Joel que desde hace años se haya instalado en el desván de su casa.
A esas alturas del concierto, la alianza entre los cantantes y el público ya no necesitaba de más bendiciones y las canciones escribían esa gran curva dibujada por la melodía de la felicidad. En la recta final, los locos bajitos del maestro Gila los unía sobre el escenario como señal de que el gusto seguía siendo compartido por los cuatro después de veinte años. El recorrido hacia la meta final ya se sabía de antemano pero poco importaba volver a subir la calle empinada en la noche de San Juan. Y bajar el telón por La puerta de Alcalá, ahora que la capital madrileña ha vuelto a manos de los insurgentes.
http://www.los60principales.com.ar/la-gira-el-gusto-es-nuestro-20-anos-llena-la-plaza-de-toros-de-valencia-cerrando-uno-de-los-grandes-espectaculos-de-la-temporada-musical/
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