miércoles, junio 27, 2018

Serrat: el Mediterráneo, la vida y todo lo demás

Serrat: el Mediterráneo, la vida y todo lo demás

ÁNGEL VIVAS Madrid
27 JUN. 2018

El cantautor sacó todos los trucos de su chistera en las Noches del Botánico y logró que el público volviera feliz a sus casas

A ciertas alturas de la vida, todo son aniversarios y echar cuentas de los 20 transcurridos. Ya quisiéramos que de todo hiciera 20 años, como dijo -hace mucho- Gil de Biedma. Hace más de 20 años que hizo otros tantos de que Serrat cantara ara que tinc vint anys. Hace casi 50, un poco menos, de que sacara un disco que contiene una canción, la que le da título, considerada alguna vez como la mejor canción española. Esa canción sirvió a un respetable historiador (José Enrique Ruiz-Doménec) para titular un libro igualmente serio y respetable Atardeceres rojos; porque el elemento común del paisaje mediterráneo, decía el profesor, es el atardecer, ya que es una sociedad crepuscular y melancólica, que no decadente ni nostálgica.

En fin, que, como en una incesante balada de otoño, ha llovido y llovido desde Paraules d'amor, Cançó de matinada y La tieta. Pero Serrat -fatalmente crepuscular, como algunas buenas películas, pero no decadente- ahí sigue; tampoco mueren nunca los viejos cantautores. Y estos días, con Mediterráneo al hombro en plan más o menos conmemorativo, llena por tres noches consecutivas el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de la Universidad Complutense Madrid. Diríamos que están a tiempo de verle hoy y mañana; pero no, no quedan entradas. Quienes no hayan podido disfrutar del triple concierto de estos días tienen otra oportunidad el próximo diciembre en el Wizink Center.

El aniversario del disco no es redondo, "pero no estoy pa' esperar", dijo un Serrat que se mostró dicharachero y bienhumorado en todo el concierto; "si a los 50 estoy todavía, nos volvemos a ver y a tomar por saco".

Locuaz y divertido, pero formal en la apariencia (chaqueta y corbata), arropado por un grupo potente -guitarra, batería, viola, contrabajo, teclado y piano (¡Ricard Miralles!, toda una vida)-, con una escenografía abstracta que sirvió para proyectar imágenes ad hoc de las canciones -el mar, la Venus de Boticelli o versos de Hernández- y la voz en forma, Serrat echó a andar una actuación que será inolvidable para todos los que asistieron.

El Nano sigue fiel a sí mismo; hablando de la infancia (en el disco, Aquellas pequeñas cosas, Barquito de papel), el amor (La mujer que yo quiero, Lucía) y todo lo demás. Con algo quijotesco, no sólo por el poema de León Felipe Vencidos, sino por su modo de comprometerse con lo que piensa, aunque le silben (qué más da, qué más da) aquí o allá. Alguna vez le han silbado en Cataluña por cantar en castellano; él respondía en esos casos que en Madrid no le silbaban por cantar en catalán.

El compromiso ahora pasa por no eludir las connotaciones políticas que tiene en los últimos años un Mediterráneo lleno de náufragos (son náufragos, no emigrantes ilegales, nos recuerda José María Ridao), o por transitar una difícil tercera vía en el problema catalán. O por levantar la voz contra la violencia sobre las mujeres.

El todo lo demás que llena el disco que ahora nos entrega da capo (vale decir, de nuevo) incluye otras migraciones (Pueblo blanco, Qué va a ser de ti, esa casi paráfrasis del She's leaving home de Los Beatles) y, entre otras pequeñas y grandes cosas, un homenaje que entonces no entendíamos bien (¿por qué demonios tenía el tío Alberto la Orden de la legión de Honor de la República Francesa?) a un tipo singular que vivió una vida exagerada y estuvo en la Resistencia en Francia, de ahí la condecoración.

Cuando el inclemente calor del día iba cediendo (lo malo del verano en Madrid es que por las noches refresca, dicen los irreductibles) en el agradecido entorno de la universitaria madrileña, Serrat desgranó esas y otras canciones de éxito seguro frente a un público (padres de Lucías y Penélopes) que llenaba el ambiente de un calor humano más llevadero.

Sorpresas, pocas. Ni nadie las esperaba, ni falta que hacían. Entre las pocas, una versión de Tatuaje (antes se había referido, como si estuviera vivo -es que lo está- a su "amigo Manuel Vázquez" Montalbán). Además, Machado (Cantares), Hernández (Para la libertad y Menos tu vientre) Romance de Curro el Palmo, Hoy puede ser un gran día. Canciones que no envejecen; o lo hacen tan bien como él. Y que en varios momentos pusieron en pie a un público que -o tempora, o mores- en vez de cerillas y mecheros, tiraba de móvil. Un público que, sobre todo, se fue feliz a casa, envuelto todavía en los versos de la canción con que cerró el concierto y que era la metáfora perfecta de lo que había sido: Fiesta.


http://www.elmundo.es/cultura/musica/2018/06/27/5b333d3fe5fdeaa5288b45da.html

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