sábado, diciembre 21, 2019

Carta a Patxi



Carta a Patxi

21/diciembre/2019

Patxi, he oído que mañana lloverá. A mí me están lloviendo y doliendo penas desde que te fuiste. Hay amistades que dejan una huella profunda, la huella de las conversaciones que ya no tendremos. La muerte suele arrebatarlo todo, pero no la memoria de lo vivido y sentido.

No fuiste solo uno de aquellos cantores predilectos de mis años de adolescencia y tampoco fuiste solo uno de aquellos cantautores de la vida a los que dediqué un libro, en este caso compartido con nuestro común amigo Antonio Marín Albalate. Fuiste mucho más que una cosa y que la otra. Fuiste el amigo y el compañero al que cuesta tanto despedir mientras llueve torrencialmente sobre la ciudad habitada en las palabras.

Me cuesta hablarte en pasado y escribirte esta carta doliente. Voy para cuarenta y seis y pierdo pelo. Y un hombre a esta altura de la vida debiera asumir algunas pérdidas, incluso las inesperadas. Me acuerdo ahora de la última vez que te vi, aquella jornada en Cádiz, en el Colegio Argantonio, en el que nos cantaste tus canciones y nos regalaste tu bonhomía. Almorzamos juntos en un restaurante de la calle Plocia. La gastronomía y la conversación como refugios frente a la asechanza. Bajo el brazo traías un libro de Elmer Mendoza del que me hablabas con entusiasmo. Compartiste conmigo el repertorio de lo que luego cantarías por la noche. Esas canciones eternas que me deslumbraron tan joven. Que si Rogelio, que si El maestro, que si Con toda la mar detrás. Y tus últimas canciones (La hora lobicán), las que daban medida del hombre que ahora eras, del hombre inquieto que no dejaba de buscarse en las palabras y en los acordes.

Patxi, he oído que mañana lloverá. Llevo días lamentando tu marcha, pensando en tu familia, en Gloria, en tus hijos, especialmente en Jon con quien tanto quiero. La muerte siempre lo desbarata todo. El verso queda suelto, ajironado, con el estruendo de las ausencias irreparables. Pero yo quiero recordarte en Cádiz, cuando paseábamos juntos y recitábamos juntos -vaya honor-, presentando Las gafas de Allen o Jacques Brel, una canción desesperada. Siempre generoso y desprendido abriéndonos las puertas de tu casa, en Madrid o en Toledo con aquellas sonoras campanas catedralicias que enmarcaron la larga conversación con el que nació el libro que te dedicamos. Cómo no acordarme ahora de la presentación en la SGAE de Madrid, de aquella felicidad compartida, de tu sencillez primorosa en tiempos de imposturas y ligerezas varias.

Se me acumulan fragmentos de nuestros encuentros, hojas de otoño como acordes perdidos en la bruma. Canciones entre paréntesis, vientos del norte, balcones abiertos de la vida vivida hasta la última gota. ¿Te acuerdas de esta foto en El Cortijo de los Rosales que me pasara el periodista Juan Manuel Pedreño? ¿Y de aquel programa de mano de cuando presentaste por toda España Como el viento del norte? Estas cosas, hilos frágiles de tu propia memoria cantada, que iba encontrando solía compartirlas contigo. Ahora me acompañan en mi mesa de trabajo mientras escribo estas líneas. Eran los años setenta en la que sentías el estrellato como una losa porque a ti nunca te importó esa cosa tan ostentosa llamada éxito.

¿Qué será de tu Atleti? ¿Qué será de los días sin ti, querido cantor de soledades? ¿Qué será de tu guitarra? Preguntas mudas al filo de la dentellada del invierno, querido profesor.

Solo dos líneas, ya quiero terminar, recordando nuestra última conversación, desayunando juntos, planificando ir a verte a Portugal donde eras un mito cercano y popular. Ya no podrá ser. Pero me queda la satisfacción enorme de haberte conocido, de esa bella amistad a lo largo que tuvimos. Volveré a buscarte en las canciones, viejo amigo, de voz recia y profunda, de alma vasca y verso en labio.

Patxi, he oído que mañana lloverá sobre los tocadiscos de mi propio corazón

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