viernes, diciembre 20, 2019

Sabina Serrat no dejan dudas: El diablo sabe más por viejo


Sabina Serrat no dejan dudas: El diablo sabe más por viejo

Tres horas de concierto. Viejos lobos de mar se sumergieron en la noche bonaerense y dieron recitales memorables.

Marcela Araúz Marañon 20/12/2019 10:04 AM
Son dos infantes. Uno tiene 70 años; el otro cumplirá 76 este diciembre. Lejos de la bohemia y cerca de los achaques, Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat han dejado en claro —una vez más— que si nos vamos pa’l infierno, será con elegancia.

Estos sujetos —un poco niños, un poco ancianos, un poco irreales— llegaron a Buenos Aires con el tour No hay dos sin tres, una serie de conciertos que se realizaron entre el 3 y el 7 de noviembre en el flamante estadio MoviStar Arena.

Y en esta exhibición de perpetuo amorío con la capital bonaerense, se mandaron juntos una treintena de temas en que intercambiaron sus interpretaciones, las fusionaron o simplemente las cantaron en solitario. Así, como quien respira, fueron tres horas de espléndido espectáculo, tanto en repertorio como en producción y puesta en escena.

Diez mil almas asistimos el 7 de noviembre a este show —quien cuenta esta vivencia los vio cantar juntos hace 12 años—, que empezó con un video de animación. Dos urracas canosas y parlanchinas narran al público las complicaciones y delicias de la migración.

En medio, la voz de Ricardo Darín describía el vuelo accidentado de este par de aves que abruptamente arriba en el escenario. De pronto: “Que no arranquen los coches…” se escucha. Y empieza nuestro vuelo personal.

Viejos lobos de bar

Esta noche contigo es el inicio de un recorrido musical que, de principio a fin, bien puede haber consagrado esta gira como la más sentida y febril de estos trovadores inmortales. Hay una lealtad fervorosa e inquebrantable en su público.

Una banda flanqueada por los imprescindibles Pancho Varona y Antonio García de Diego orquestaron cada canción hasta la emotividad. No hago otra cosa que pensar en ti, Mediterráneo, Ruido y Cantares son algunos de los éxitos de la primera parte del concierto con sobria puesta en escena. Como quien pasea por un jardín familiar o toma unos tragos en el bar de la esquina, en un minuto eran el dandy admirado y, de repente, el infame mujeriego.

Luego, simulando una taberna, estaban nuestros trovadores sentados en una esquina, bebiendo en exquisito diálogo. Con la frente marchita, Las nanas de la cebolla, La del pirata cojo y Fiesta, entre otras, fueron las más ovacionadas.

En el escenario hubo despliegue de imágenes inspiradas en cada tema y, a momentos, el público reía a mandíbula batiente con los diálogos que asemejaban a un stand up de primer nivel protagonizado por los cantantes.

“Máscara contra cabellera”, en las pausas entre canción y canción bromearon sobre sus edades, sus apariencias, sus disfunciones. “Viejos chotos”, como se autodenominan, también embistieron contra la economía argentina del saliente gobierno de Macri, hablaron de los refugiados y la indolencia contemporánea. Bosquejaron el mundo actual.

Y en un lapsus de hilarante franqueza confesaron porqué, tantos años y silencios después, se volvían a reunir para recorrer el mundo juntos: “Porque así trabajamos la mitad, pero ganamos el doble”, confesó Sabina.

Momentos elevados

Joaquín entra sereno con sombrero bombín, en silencio se sienta, toma la guitarra y susurra: “Se peinaba a lo garzón…” y la piel vibra. A no dudar, Peces de ciudad fue la más conmovedora y exacta de las composiciones que corresponden a Joaquín.

Luz tenue sobre el micrófono, el ascenso del sonido desde la sutil guitarra al tutti de toda la banda al momento del estribillo es más que preciso. Y ese momento, las luces iluminan a la orquesta y al público abrumado con ella. Luego, da inicio a la segunda parte la armónica a cargo de García de Diego.

El segundo momento que considero más potente estuvo en la voz de Serrat. Del disco Miguel Hernández, ofrendó la más dolorosa canción, poema al cual Alberto Cortez puso música y rendió a los pies de la melodía, Joan Manuel le pidió cederla para que la grabase. Cuenta la historia y el público irrumpe en conmovido aplauso recordando a ese grande entre grandes que fue Cortez.

Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita. Cárcel me arranca”.

Un piano que da solo puntadas de notas al principio y luego se cierne sobre la orquesta, que enmarca la historia del preso político que no puede ver a su niño pequeño que anida la pobreza y cuya madre solo puede alimentar con cebollas.

La tercera es la vencida

Los vi juntos por primera vez hace 12 años en el estadio de La Bombonera en el gauchísimo barrio de La Boca. Ahí estaba yo, en el último lugar, muy lejos del escenario, donde aquellos que carecían de dinero para entradas privilegiadas nos aglomeramos con más bríos que economía. Allí, con el viento en la cara, a lo lejos apenas veo dos manchas diminutas paseando a lo largo del escenario. No importa: me siento cobijada con las melodías que llegan y estremecen.

Recuerdo que lloré con Esos locos bajitos, papá me la cantaba porque no era una wawa sencilla. Era más bien caprichosa: “Niño, deja ya de joder con la pelota”. La primera vez que vi a estas dos enormidades era diciembre de 2007, El tour se llamaba Dos pájaros de un tiro.

Recuerdo también que sucedió lo inimaginable: esa noche oí a Serrat decir una palabrota. Entre bromas, carajeó a Sabina. Quedé impresionada. Ese gentleman/dandy cantante maldiciendo me era inconcebible.

Una década después, de nuevo en la capital argentina, la cita fue con Joaquín Sabina, quien daba la gira por el lanzamiento del disco Lo niego todo, con conciertos en el Luna Park. Una sensación de dilema ético se me quedó en la garganta ese entonces: ¿Debo perdonarle la desazón de un canto a medias a quien me había encausado en el cinismo y la pasión?

Sucede que esa noche un Sabina abrumado de sí mismo y reprochando al tiempo y sus secuelas en el cuerpo se limitó a darnos aproximadamente solo la mitad del espectáculo por el que miles estábamos ahí. Con la no mucha dignidad que quedaba, la otra mitad del show la encararon Panchito Varona y Antonio García de Diego, una invitada e incluso la corista. Algo de mí se quebraba esa noche al salir del teatro y yo había pensado que era para siempre.

Debo confesar que fue el temor lo que me movió a asistir a este concierto, tercera oportunidad con Sabina y la segunda, con él y Serrat juntos. Me invadió el miedo de que nunca más tuviera la oportunidad de sentirlos, de escucharlos en vivo. “Esta más como sea”, me dije, bajando las expectativas al máximo.

Supuse que nunca más presenciaría el canto y talento de los dos llok’allas que me habían conmovido hasta el llanto en 2007. Pero los volví a ver: vi a esos llok’allas juguetones que eran hace 12 años y que todavía lo siguen siendo hoy cuando están juntos en el canto. Cuán equivocada estuve. Qué fantástica sensación ésta de no tener la razón.

Debo confesar que fue el temor lo que me movió a asistir a este concierto, tercera oportunidad con Sabina y la segunda, con él y Serrat juntos. Me invadió el miedo de que nunca más tuviera la oportunidad de sentirlos, de escucharlos en vivo. “Esta más como sea”, me dije, bajando las expectativas al máximo.

Supuse que nunca más presenciaría el canto y talento de los dos llok’allas que me habían conmovido hasta el llanto en 2007. Pero los volví a ver: vi a esos llok’allas juguetones que eran hace 12 años y que todavía lo siguen siendo hoy cuando están juntos en el canto. Cuán equivocada estuve. Qué fantástica sensación ésta de no tener la razón.

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