jueves, enero 16, 2020

Bocaccio, el sitio al que iba la gente guapa de Barcelona


Bocaccio, el sitio al que iba la gente guapa de Barcelona

LETICIA BLANCO
Barcelona
Jueves, 16 enero 2020 - 02:47

"De Bocaccio se han dicho tantas tonterías que me parece perfecto que quieras hacer este libro", le dijo Toni Miserachs (la hermana de Xavier, el fotógrafo) a Toni Vall cuando empezó hace meses a recopilar las anécdotas y los objetos que nutren la exposición Bocaccio, templo de la Gauche Divine en el Palau Robert y el libro Bocaccio, donde ocurría todo (Edicions 62/ Destino). Para Joan Manuel Serrat, la discoteca fue "un aquelarre de gente que a última hora de la noche convocaba a los dioses de la vida y la libertad". Para Juan Marsé, "un guiño a la inteligencia en horas de relajo". Para Colita, un sitio cosmopolita, "el primero en el que cuando sacabas un cigarrillo, en mi caso cada cinco minutos, aparecía un camarero y te lo encendía".

Lo cierto es que la boîte ideada por Oriol Regàs en la calle Muntaner en 1967 (cerró en 1985, aunque la traspasó en el 81) concentró tal cantidad de mentes creativas que se reunían para "pasarlo bien, fumar, beber, bailar y ligar" en una época en la que ninguna de esas cosas estaba demasiado bien vista que probablemente ni la arquitectura, ni el mundo del diseño, la edición y el cine hubieran sido los mismos sin su existencia. De ahí también los clichés y recelos que ha despertado un local que siempre ha desprendido, a su pesar, cierto aura de elitismo y endogamia, personificados en la Gauche Divine."Todos los que íbamos a Bocaccio trabajábamos. Y las mujeres también, cosa que lo hace todavía más singular", defiende Rosa Regás en el libro. "Teníamos una ventaja, que éramos muy jóvenes y si nos metíamos en la cama a las tres de la mañana no pasaba nada. A las ocho llevaba a los niños al colegio y a las nueve ya estaba en el trabajo".

Dilucidar si Bocaccio era un sitio pijo o no es una de las cuestiones que atraviesa todo el libro. "Estaba en la zona alta, en un lugar privilegiado, pero nunca fue exclusivo o elitista. También iba gente venida a más, de otras clases sociales", afirma Vall. Era un sitio diseñado y pensado para dar rienda suelta a la frivolidad, pero conocemos a los que lo frecuentaron no por las copas que se tomaron allí, sino por su obra. Marsé, al que Regàs obsequió con un carnet que le aseguraba barra libre, escribió en pleno apogeo de la discoteca La oscura historia de la prima Montse, publicada en 1971 y Si te dicen que caí, en 1973.

"Si entrabas en Bocaccio tenías una sensación de libertad que no encontrabas en ningún otro sitio. Después salieron los falsos de izquierdas que comenzaban a decirte que si eras un pijoaparte. Son esta gente que considera que sólo puedes ser de izquierdas de la manera que ellos creen que has de serlo. Su deporte favorito es criticar a Manolo Vázquez Montalbán", recuerda Rosa Regás.

La discoteca también fue un espacio de libertad en el que la homosexualidad se vivía con naturalidad y muchas asiduas descubrieron la píldora anticonceptiva. Según Manuel Serrat, "muchos de los que critican la Gauche Divine lo hacen porque eran menos guapos, menos felices y follaban mucho menos".

En Bocaccio se encontraba gente que hacía cosas en un momento en el que estaba casi todo por hacer. Coincidió con el boom del diseño gráfico (por el local se dejaban caer Giralt Miracle, Cruz Novillo y Satué) y cuenta Oscar Tusquets -al que Ana Maria Moix bautizó como el Tarzán de la Gauche Divine porque gritaba mucho- que había tantos arquitectos por metro cuadrado (Oriol Bohigas, Ricardo Bofill, Federico Correa) que estuvieron a punto de pedirle a Regás que instalara una máquina de diapositivas para proyectar fotos de edificios y comentarlos entre whisky y whisky. Otro grupo que añadía mucho glamour era el de los escritores latinoamericanos del boom instalados en Barcelona gracias a Carmen Balcells: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y José Donoso eran asiduos.

Políticamente, Bocaccio se distinguió siempre por su antifranquismo y fue uno de los muchos sitios en los que se fraguó el famoso encierro de Montserrat. Podría decirse que convivían casi todas las familias de la izquierda de la época: anarquistas, catalanistas, comunistas, socialistas... todos menos los burgueses ricos que luego se afiliaron a CiU, cuenta Tusquets en el libro y, según Salvador Clotas, tampoco el entorno del PSUC, que veía en Bocaccio un nido de "falsa gente de izquierdas, de ricos y perversión". Beatriz de Moura, célebre por sus memorables bailoteos en la planta baja, recuerda a los comunistas de la época como "curas": "Llevaban una vida contenida, moderada, castrada. Dada por la clandestinidad, claro. Corrieron muchos riesgos pero, con todos los respetos, eran rancios, no eran nuevos". Con motivo de una de las varias operaciones a las que se sometió Franco en su agonía final, Regàs enfrió reservas extra de champán e instaló televisores con la esperanza de poder celebrar la muerte del dictador en directo. Hubo que esperar hasta altas horas de la madrugada (para entonces ya no quedaba champán) para escuchar el parte médico y volverse a casa con resignación.

El negocio fue tan bien que Regàs diversificó: abrió una distribuidora y productora de cine (Morbo, de Gonzalo Suárez, con Ana Belén y Víctor Manuel, es su película más famosa), un sello discográfico, una editora de libros, una revista y una tienda en Enrique Granados donde se vendía merchandising. "Era un centro de sinergias", explica Vall. Allí se celebraron desde desfiles de Mary Quant a presentaciones de libros como La izquierda exquisita de Tom Wolfe, que corrió a cargo de Montalbán.

Fueron muchos los madrileños que quedaron maravillados al visitar Bocaccio: Umbral, Fernán Gómez, Berlanga, García Hortelano, Ángel González, Juan Benet, hasta Jesús Aguirre se desinhibía "a la tercera o cuarta copa". Tanto que en 1972, en pleno clímax de popularidad, Regás se animó a abrir sucursal en Madrid. "Si el Bocaccio barcelonés fue muy importante en el tardofranquismo, el madrileño lo fue más en la Transición", cuenta el comisario, porque el local era frecuentado por el famoseo de la capital y también por "políticos, jueces y espías".

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