Cuando en Bocaccio corrían en abundancia el pensamiento y el champán
Un libro repasa la historia del templo de la ‘gauche divine’ barcelonesa a través de sus protagonistas
Foto 1: Desde la izquierda, Antonio de Senillosa, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral y Josep María Castellet en Bocaccio en 1978. COLECCIÓN ORIOL REGÁS
CRISTIAN SEGURA
Barcelona 18 ENE 2020 - 20:58 CET
En Bocaccio ocurría de todo, incluso que se escapara un mono en la cabina de un avión. Sucedió en 1973, en uno de los viajes de fiesta y expedición cultural organizados por el club más transgresor de la Barcelona del tardofranquismo. Durante el vuelo a México, el animal se liberó de su jaula, provocando el pánico entre la tripulación. Era la mascota de Pitito Gamir, estrella de la vida nocturna española, y fue la actriz Mary Santpere quien lo tuvo que esconder en el aeropuerto para que no lo confiscaran. Bocaccio fue “un núcleo de irradiación” creativa excepcional, asegura el poeta y editor Pere Gimferrer en el prólogo de Bocaccio, donde ocurría todo (Destino), libro que el periodista Toni Vall ha escrito a modo de elegía de un pasado que sobrevive en la memoria de sus protagonistas.
El libro es un recorrido por la historia de Bocaccio a través de 22 entrevistas a personajes que formaron parte del alma de la sala entre su inauguración, en 1967, hasta la venta de la empresa por parte de sus socios, en 1981. Vall es un arqueólogo de los objetos del local, de la mercadotecnia y de los muebles de diseño exquisito —creaciones de nombres como Óscar Tusquets— que se comercializaban en la tienda de Bocaccio. Vall establece un diálogo con sus interlocutores a partir del material bocacciano que ha ido recopilando con los años. La cantante Guillermina Motta le obsequia con un taburete original de la sala, de terciopelo rojo —el color distintivo de la casa— y las patas de estilo modernista, el mismo taburete que Oriol Regàs, fundador de Bocaccio, regaló a Joan Manuel Serrat y que él continúa utilizando en sus recitales. Serrat revela en el libro que para los desplazamientos más complicados opta por dos réplicas que mandó fabricar.
Foto 2: Un portada de la revista 'Bocaccio' con la actriz Teresa Gimpera. COLECCIÓN TONI VALL
El coleccionismo que ha alimentado el mito de Bocaccio parece inabarcable —buena parte de este legado se expone desde esta semana en el Palau Robert de Barcelona—. Vall cuenta que la puerta de entrada estuvo en venta en internet por 60.000 euros, mientras que la de la sucursal que Regàs abrió en Madrid, en la calle Marqués de la Ensenada, continúa en su lugar. Es uno de los últimos vestigios en pie de un pequeño emporio que creció en “una extraña abundancia de pensamiento y champán” como define aquel ambiente el arquitecto Oriol Bohigas. Los tentáculos de Bocaccio se extendieron a otras discotecas, como productora de cine, discográfica, editora de libros y también de revistas. Fue en la revista Bocaccio que Colita publicó la famosa fotografía de Gabriel García Márquez con un ejemplar de Cien años de soledad abierto sobre su cabeza. En aquella publicación se ganaban un sueldo autores como Juan Marsé, otro de los entrevistados por Vall. La imagen de la portada de su novela Últimas tardes con Teresa es una creación de un grupo de habituales de Bocaccio: Oriol Maspons retrató en un plano picado a la modelo Susan Holmquist sentada en un coche descapotable. La revista Fotogramas también publicaba la sección Oído en Bocaccio, llena de variedades de la que fue responsable Enrique Vila-Matas.
Bocaccio fue el epicentro de lo que es hoy popularmente conocido como la Gauche divine, es decir, la izquierda bien que en el libro de Vall continúa negando ser pija. Pero el sambenito de pijo progre caló, explica el escritor y exdirigente socialista Salvador Clotas, porque incluso personajes de la burguesía progresista de la ciudad como Narcís Serra, Pasqual Maragall o el editor Xavier Folch se negaron a pisar Bocaccio porque lo consideraban un lugar demasiado frívolo. La boîte de la calle Muntaner podía ser un espacio para la frivolidad pero inspiró multitud de creaciones culturales. Cuenta Joan de Segarra que Manuel Vázquez Montalbán trasladó a Amsterdam parte de la trama de Tatuaje, la primera novela del detective Carvalho, influenciado por un viaje que Bocaccio organizó a la ciudad holandesa. También de una noche de debate sobre el macartismo entre el editor Jorge Herralde y el estudioso del cine Román Gubern surgió La caza de brujas en Hollywood, un título de referencia de Anagrama, y, en una mesa del piso superior de Bocaccio se fraguó la revista Arquitectura Bis, de Bohigas, el diseñador Enric Satué y la escritora Rosa Regàs. Esta última y el filósofo Eugenio Trías también idearon allí entre copas el proyecto de la editorial La Gaya Ciencia.
Aquel mundo lo componían “una alegre, osada y perdurable banda de compinches”, según palabras de Herralde en su libro Un día en la vida de un editor. En una de las entrevistas, la actriz Mónica Randall no duda que todo aquello “surgió de la burguesía catalana”, de una clase social y de una Barcelona de la que muchos reniegan. Randall se pregunta si todavía existe algo de aquel espiritu: “En realidad ahora no sé lo que hay. Todo ha quedado echo pedazos. Por mí se lo pueden quedar, no me interesa. Viví una Barcelona esplendorosa y ahora todo es una mierda”.
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