sábado, enero 18, 2020

Cuando Serrat y Sabina estuvieron en busca y captura






Cuando Serrat y Sabina estuvieron en busca y captura

Los dos artistas tuvieron problemas con la ley en los setenta, uno por sus palabras y el otro por sus actos

Nacho Serrano
Actualizado:18/01/2020 16:49h

Hoy, Serrat y Sabina son prácticamente marca España. Son iconos de nuestra música, de nuestra cultura y en gran medida de nuestra forma de entender la vida. Pero hubo un momento en que su país no los quería ver ni en pintura.

A Joan Manuel Serrat se le defenestró por sus palabras. En septiembre de 1975 viajó a Ciudad de México para dar un concierto, y al aterrizar en el aeropuerto hizo unas declaraciones sobre el Consejo de guerra contra tres miembros del FRAP y dos de ETA (que culminó con el fusilamiento de todos ellos) que no gustaron nada al régimen franquista. «El día 27 había leído que los condenados a muerte estaban prácticamente en capilla, que había casi seguras, cinco penas de muerte. El 27 me confirmaron la cosa por teléfono», relató el cantautor tiempo después en Lecturas. «Me debatí entre dos posibilidades: volverme a España y de alguna manera esconder mi actitud personal contra los fusilamientos, o aceptar la oferta del concierto en México, aunque sabía perfectamente que al llegar al aeropuerto de México me esperarían los canales de televisión y todos los periodistas. No podía adoptar la primera postura porque no estaba en absoluto de acuerdo con las ejecuciones de los cinco muchachos, así es que procuré imaginarme lo que me iban a preguntar para saber lo que tenía que responder. Me lié la manta a la cabeza y me dije: "Juanito, ya veremos cuándo vuelves a casa...”».

Al bajar por la escalerilla del avión, los periodistas le rodearon para preguntarle por las condenas, una noticia de evidente alcance internacional, y Serrat contestó: «Siempre he condenado la postura represora del Gobierno franquista, por eso aplaudo la decisión del señor Echeverría (el presidente de México) de romper con todo tipo de relaciones con el Gobierno de Franco. La pena de muerte sólo sirve para seguir acobardando a la gente; pero tenemos que luchar porque la izquierda y la democracia españolas se unan para acabar con un régimen totalitario. Además de Franco, el pueblo español tiene un gran enemigo, Estados Unidos, que en ningún momento ha abierto la boca para acallar al Gobierno franquista».

La reacción en España fue inmediata. Se le puso en busca y captura, varias radios oficiales y no oficiales dejaron de emitir sus canciones, muchas tiendas retiraron sus discos de sus escaparates, y la prensa le atacó con contundencia. El periódico Pueblo se preguntó: «¿Volverá a España después de hacer estas declaraciones? Aquí puede comenzar un largo exilio. O la historia de un encarcelamiento nada más tocar tierra española». Y esto es lo que dijo el diario Arriba: «España sabía que, llegado el caso, no podía contar con Joan Manuel Serrat. En 1968 chantajeó a su Patria y se retiró del escenario de Eurovisión en una "espantá" de Juzgado de guardia. En estos siete años a Serrat le ha ido creciendo el pelo y los contratos, pero no la dignidad. En el aeropuerto de México, ante la Prensa, delante de la Televisión, este español de tapadillo ha aplaudido hasta la saciedad los insultos a nuestra Patria de Echeverría "en contra del gran enemigo del pueblo español, Francisco Franco". Serrat acaba de cubrir de barro la bandera de su país y su propia honorabilidad. Se ha apuntado a la democracia sangrienta y totalitaria de la Plaza de las Tres Culturas y ha abandonado su guitarra, respetada artísticamente en la que era su Patria, para convertirse en un vulgar mariachi de Echeverría».

La cosa no acabó ahí. Fue expulsdo de la Agrupación Sindical de Circo, Variedades y Folklore del Sindicato Provincial del Espectáculo de Barcelona, y el Sindicato Nacional del Espectáculo le suspendió el visado de contratos.

«La Gordita»

A Serrat nada de esto le pilló por sorpresa. «Naturalmente que era consciente de lo que me esperaba. Sabía lo que había sucedido otras veces y lo que iba a ocurrir», dijo a ABC en una entrevista en París. «En el 73 me agarraron en Pamplona, cuando la huella de Authi, por decir cosas en un escenario. Fue una experiencia muy desagradable, que hemos pasado muchos de nosotros. Cuando lo del "Proceso de Burgos" (que dictó nueve sentencias de muerte contra activistas de ETA) también me engancharon y estuve un tiempo censurado y castigado, pero como ya en 1968 me habían tenido castigado por lo de Eurovisión (cuando rechazó actuar porque no le dejaron cantar en catalán), no me cogió de nuevas…».

Serrat fue acogido por una amiga mexicana a la que apodaban «La Gordita», y preparó una gira latinoamericana a bordo de una furgoneta a la que bautizó con el mismo nombre. Sus músicos y sus familias le acompañaron durante aquel tour que ocupó prácticamente los once meses de exilio. El cantautor viajó en varias ocasiones a Perpiñán para ver a su familia, pero tal como él mismo confesó después, la nostalgia por su tierra empezó a pasarle factura.

Muchos pensaran que Serrat volvería nada más morir Franco, pero el artista catalán prefirió esperar hasta la amnistía concedida en agosto de 1976. El día 20 de ese mismo mes regresó a España, y al bajar del avión dijo a la prensa: «Yo no lo he pasado bien en ningún momento. Porque el exilio es como si te expulsan de un partido de fútbol. Te expulsan, te sientas en el banquillo y no puedes salir. Estas allí, pero no puedes hacer nada por mejorar la jugada».

Un cóctel molotov

Joaquín Sabina también se enfrentó al régimen por la pena de muerte, en su caso unos años antes, en 1970, por los presos del Proceso de Burgos. Pero fue bastante más allá de las palabras.

El autor de «Y nos dieron las diez» lanzó un cóctel molotov contra un sucursal del Banco de Bilbao en Granada en señal de protesta, junto a otros activistas. Fue detenido por su propio padre, que era policía. Pero gracias a él se libró de las palizas que sufrieron sus compañeros en el calabozo. «¡No te doy dos hostias porque está tu padre en el pasillo!», le dijo unos de los que estaba interrogando al comando. Poco después, prefirió fugarse al Gran Bretaña para evitar males mayores. Así lo explicó en una entrevista con El País: «Las decisiones más importantes de la vida se toman en un segundo, no se meditan. La policía sabía que habíamos puesto el cóctel molotov y, del comando que formábamos, algunos se escaquearon y a otros los trincaron y les cayeron meses de cárcel. Yo estaba escondido y me tocaba irme a los diez días a la mili, pero tal y como estaba la situación había que largarse».

Sabina pudo huir gracias a un desconocido que le dio su pasaporte sin pedir nada a cambio, un tal Mariano Zugasti al que conoció una noche de juerga. «Cada vez que necesito creer en el género humano, pienso en el acto de Mariano Zugasti, al que jamás he vuelto a ver», diría Sabina en agradecimiento a su cómplice de fuga. «Seguramente, él era un inconsciente. Por eso yo quiero pasar la vida con inconscientes, que hacen cosas tan solidarias como impresionantes».

En 1973 intentó regresar a España, pero su padre se enteró de que había una orden de detención contra él y le avisó del peligro. Igual que Serrat, Sabina tuvo que esperar hasta la muerte de Franco y la Amnistía de 1976 para volver a España.

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