domingo, mayo 22, 2005

Serrat al cien por cien


Serrat al cien por cien

Vuelve en plena forma. Después de ganarle el pulso a un cáncer que le alejó de los escenarios a mitad de una gira, Joan Manuel Serrat se embarca en un nuevo ‘tour’. Su nombre, ‘Serrat 100 × 100’, lo dice todo. Lleva 61 años celebrando la vida.

JUAN CRUZ 22/05/2005


Está tan saludable, tan pletórico, que parece que nunca estuvo enfermo. De hecho, cuando le tienes delante y te ves en la obligación profesional de preguntarle cómo está, meses después de la operación de cáncer de vejiga que le obligó a interrumpir una gira muy ambiciosa, Serrat sinfónico, te da la impresión de que estás metiendo el bisturí en una herida que él considera cicatrizada por completo. Da vergüenza preguntar por la salud a alguien que ya no está enfermo. “Que no soy ex paciente, ¡coño, que ni siquiera soy paciente ya!”.

Pero no queda más remedio que preguntarle. Muchos quieren saber cómo ha arrostrado él la dificultad del dolor, si hay alguna receta que sirva para que otros también se enfrenten a la enfermedad con el espíritu con el que él ha mantenido el tipo.

La enfermedad que ha padecido es uno de los males más comunes entre los que sufren los mortales, y la entereza con la que él lo asumió –“lo que se demuestra es que el envase que nos contiene es delicadísimo”–, así como la gallardía con la que anunció que iba a someterse a la cirugía, es un estímulo que llena de valor y de esperanza a muchos de los que sufren una situación igual o parecida.

Él le quita importancia a esa gallardía. Lo cierto es que cuando anunció que estaba enfermo y que le iban a operar, y esto ocurrió en el último otoño, fue como si enfermaran al unísono varias generaciones de españoles y latinoamericanos que han vivido pendientes de sus canciones, haciéndolas suyas, convirtiéndolas en parte íntima de sus autobiografías.

Para hablar de lo que pasó antes y después de aquella operación, y para hablar de lo que se terciara, Serrat nos convocó un día muy especial, el último 28 de abril, cuando él tenía que ofrecer un concierto en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona.

Ante él, esa tarde, aparte de los médicos, los administrativos y los enfermeros de aquel centro sanitario público (que estaba cumpliendo los 50 años), le escuchaban sobre todo, y sin perderse una nota, emocionados, muchos enfermos que quizá estaban pasando por el mismo instante delicado que él ya sufrió. “Hemos pasado algunos por esto, y otros pasarán. Sólo el ánimo”, dice al final de su concierto, “nos convoca la suerte”.

Sobrecogía, francamente, aquel ambiente, y todas las canciones, desde Mediterráneo hasta Caminante, llevaban dentro, en esas circunstancias, la carga simbólica que tiene en sitios así cualquier canto a la vida, y puede decirse que todas las canciones de Serrat son un canto a la vida.

Cuando estaba a punto de entrar en aquel escenario del hospital, Serrat recibió una llamada, y nosotros anotamos lo que él respondía. “Aquí estoy, a punto de debutar, como aquel que dice… Ya verás, todo funciona gracias al ánimo. ¡Oye, y que esto luego te arregla el cuerpo! Yo estoy tan bien que al médico le da vergüenza comprobar el nivel magnífico en que me encuentra. ¡Ésta está ganada!”.

Esta batalla está ganada. Hace cerca de dos años, cuando a Serrat le diagnosticaron el cáncer que le extirparon en noviembre, dejó el vino, un sacrificio que, en su caso, cuando se ha hecho viticultor con marca de vino en el mercado, era como la metáfora de un hachazo en el ánimo. Acaso le vimos en ese instante (lo recordamos perfectamente: un almuerzo con su amigo Juan Marsé en un restaurante vasco de Barcelona, manjares con agua; Serrat venía de hacerse unos análisis, “nada importante”), y aquel Serrat mostraba en el rostro la ligera melancolía pálida de una incertidumbre. Pero se recuperó enseguida, y de pronto ahora es este artista saludable que se dispone a animar con su ritmo vital, y con sus canciones, a los enfermos del Vall d’Hebron.

En el camerino improvisado que hay junto a ese escenario le acompañan Xavi Ramírez, el ayudante que desde hace 14 años le sigue a todas partes, y no sólo le resuelve todo lo que uno se pueda imaginar, sino que le sirve de sparring para expresar su alegría y también sus cabreos. Le trata como un padre trataría a su hijo, y le apasiona tanto hacerle encargos que le hace incluso los encargos obvios. Aquellos que Xavi resuelve de carrerilla sin que Serrat se tenga que acordar que son imprescindibles. Y con él están también José Navarro, Berri, su productor desde diciembre de 1972, cuando Serrat presentó en el Tívoli de Barcelona el disco que contenía las canciones que el artista hizo a partir de los poemas de Miguel Hernández… Berri atravesó la misma enfermedad que su jefe, y sabe, como éste, que “el ánimo es vital”, y ése le ha sobrado a Serrat. “Él nos ha animado a nosotros”. Ricard Miralles es su músico desde 1969 –“nos hemos separado cuando hemos estado mejor, y nos hemos juntado cuando ya no resistíamos alejados”, dice Serrat–, y el hombre que le sonríe siempre desde el piano, una sonrisa que parecía aún más nítida el día en que le acompañó en el concierto que marcó en Madrid su retirada provisional de los escenarios. Miralles rememora el día en que Serrat tuvo que parar. “Claro que estuvimos preocupados. Pero ahora la ilusión es imbatible”.

Serrat dice que no, que todo esto no le ha cambiado; pero si le ves cómo habla, cómo convoca a los demás a la fiesta, a las excursiones o a las cenas, encuentras a un hombre que en efecto se siente como alguien que está a punto de debutar, y no tan sólo en la música.

Miralles subraya un aspecto de la gira (que se llama Serrat 100 × 100 y que ya está en curso por España, y terminará este año, en diciembre, en Buenos Aires) que evoca ese debut: él está al piano, y Serrat se ha reencontrado con la guitarra. “¡Como al principio!”, dice Miralles, que se estrenó con Serrat cuando el cantante grabó Marta y Per Sant Joan. El principio de su carrera. Serrat le quiere hacer rabiar: “He pensado que no sólo has de tocar el piano. Tienes que hacer sonar la trompeta”. “Ni de coña”, dice Miralles. “No tengo trompeta. ¡Y además dudo de que la pueda hacer sonar!”.

Cuando se sienta a hablar con nosotros hace como hizo dos años atrás, poco antes de cumplir los 60 años (nació un 27 de diciembre). Nos pide un bolígrafo y un folio en blanco, y luego deja el folio impoluto, excepto por unas flechas que dan vueltas sobre sí mismas… No anota nada, ni una palabra, tan sólo esas flechas. Así que deja el papel sobre la mesa y aclara enseguida por qué salió aquel día de octubre de 2004 a contar que tenía cáncer: “¡Yo no quería contar nada a nadie!, eso que quede claro. A mí me diagnosticaron un cáncer, y tenía en curso un proyecto de conciertos, Serrat sinfónico. Y lo fui llevando a cabo sin que nadie, sólo los de mi cercanía, supiera qué pasaba… Pero cuando el oncólogo me dijo: ‘Mire usted, cada mes que pasa es más grande la posibilidad de que se le produzca metástasis. Así que hay que operar’… Y suspendí la gira, y le dije a la gente: señores, me pasa esto. Y eso me obligó a suspender tres meses de gira: ni Estados Unidos, ni México, ni Argentina… Y había que dar una explicación de por qué yo colgaba los hábitos. Pero yo no quise contar nada; hubo que contarlo, simplemente, y traté de contarlo de la manera más concreta y natural, desdramatizando una historia que es sumamente corriente en nuestro alrededor, que la estás tocando con los dedos en tu cercanía”.

Al contarlo, Serrat alcanzó una comunicación intensa con gente a la que le pasaba lo mismo. “Probablemente ayudé a alguien diciéndolo, pero francamente yo no sentí ganas de contarlo para desahogarme ni para colaborar con mis pares”.

Pero no estuvo solo, claro. “Hay una parte importante en esta historia, que es el consuelo y la compañía que me dio la gente. He reconfirmado unos afectos que me han ayudado mucho a pasar este trago… Amigos, desconocidos, medios de comunicación que han respetado esta situación, que no han aprovechado para hurgar en donde nadie tiene que hurgar, porque ésta es una situación personal e íntima…”.

Le escribieron miles de mensajes, algunos proponiéndole curaciones milagrosas; le enviaron medallas, piedras, estampitas… “Estas cosas no las pasa uno solo, las pasa con todo un entorno, y si uno estimula al entorno, éste le devuelve la jugada; así que muchas enseñanzas he obtenido de esta aventura”. ¿Y no hubo rabia, que algo así me pase precisamente a mí? “No. Jamás. Cuando el médico me dice cruda y duramente lo que me ocurre, y salgo a la calle y empiezo a ver gente pasar, y me digo: ¿y tú qué coño sabes lo que les está pasando a ellos? Probablemente aquella gente paseaba a mi lado dramas con los que yo no hubiera cambiado mi propia situación personal. Seguro que a algunos les hubiera dicho: no, oiga, que yo me quedo con mi mal, que el mío al menos es curable”.

No, no se enfadó. “Acaso por ese punto inconsciente que yo tengo. El mismo que me hace subir a los aviones sin miedo. Fíjate, a mí me pasó aquello, y yo sentí la seguridad, al mismo tiempo, de que me iba a curar, por qué no me voy a curar. Nunca pasó por mi cabeza que pudiera ocurrir otra cosa. No me curé, pero, mira, existe la cirugía, y la cirugía ha solucionado la gravedad de la situación”.

No es sólo la cirugía, no es sólo la medicina, ni siquiera los remedios. Le recomendaron, dice, algo terrible: “¡Dejar de beber!”. Y fue espantoso. “Lo llevé bien…, tomándome una copa a escondidas durante muchísimo tiempo… Realmente no es que yo sea un bebedor, pero el vino es algo que me gusta… Y también me impusieron una dieta… Nada importante… ¡Y no hacía falta que me dijeran lo fundamental: que siguiera activo! A mí no se me ocurrió en ningún momento que tendría que suspender la gira, no se me pasó por la cabeza, hasta que no hubo más remedio… Y en la época de tratamiento, pues yo hacía que los días de recuperación, que eran los más duros, no coincidieran con los conciertos que iba dando… Yo calculaba: el lunes me trato, así que el martes y el miércoles no estoy en condiciones, ¡pues el jueves actúo! Me organizaba, entre la clínica y el representante, para que la gira no fuera perjudicada… ¡Y cuando me operaron, enseguida que me desperté, aparte de preguntar cómo iba el Barça, lo primero que hice fue calcular cuándo podía reiniciar mis actividades artísticas!”.

Cuando cumplió los 60 años, y nosotros hablamos con él para que nos contara cómo le había ido el tiempo –era a finales de 2003–, acababa de cambiar la situación en Cataluña, y en España se aceleraban momentos de crispación que tenían que ver con el Prestige, con la guerra de Irak… Hoy evocamos aquel momento, y el ciudadano Serrat lo compara con éste. “Cuando hablamos entonces, el eje de la conversación fue la crispación que vivíamos entonces… En este momento, el Gobierno es otro, pero la crispación subsiste. Porque las actitudes siguen. Los crispadores crispan estando en el Gobierno y estando en la oposición… Recuerdo que en aquel momento hablábamos de la mentira que sustentaba la famosa guerra preventiva… Las mentiras se negaban insistiendo en la mentira, es lo que decía Goebbels que había que hacer: repetir la mentira hasta que pareciera verdad… Pues ese ejercicio se sigue practicando, y está afectando muchísimo a la sensibilidad del ciudadano. La parte positiva de esta historia es que eso también está afectando profundamente a los que generan la mentira, y su credibilidad está cada vez más disminuida”.

“A lo mejor”, dice Serrat, “el griterío es bueno para que la gente sepa quién es quién… Que ese ruido de fondo que se oye en determinados medios sea el barullo tras el que se esconde la falta de argumentos… Todo esto ayuda poco a crear la sociedad de todos”.

Ah, y Cataluña. “Cuando uno sale de aquí y va a Madrid, por ejemplo, se sorprende mucho de lo que se dice que nos pasa a los catalanes. Parece que aquí ocurren cosas que generalmente no están ocurriendo. Aquí se vive con bastante normalidad. El Gobierno tripartito es algo que funciona con mucha naturalidad… Mayoritariamente, la gente está contenta con lo que está ocurriendo; es una situación bastante mejorable, porque tres fuerzas políticas no es lo mismo que una mayoría absoluta… Pero siempre es más interesante encontrar Gobiernos de concentración, en los cuales tengan cabida distintos puntos de vista y que sean capaces de entenderse, que tener que vivir bajo un Gobierno de rodillo que pueda hacer y deshacer ignorando la voluntad de gran parte de los ciudadanos”.

La gira. “Es volver a recorrer mundo. A veces digo que hago las giras para encontrarme por ahí con los amigos y comer con ellos. ¡Comer y beber, qué coño!”. Dijo que hasta que se sintiera totalmente restablecido no se subiría a un escenario… El anuncio de esta gira, su celebración, es mucho más importante que cualquier rueda de prensa sobre el estado de su salud, y el propio título, Serrat 100 × 100, parece un parte médico.

La música le ha ayudado a sobrellevar este periodo de su vida, pero él tiene argumentos más sólidos para explicar que se siente pletórico. “Tengo unos hijos cojonudos, y una mujer maravillosa, y unos amigos espléndidos, y el afecto de la gente”. La noche en que hablamos, cenamos luego, y ahí está Yuta Tiffón, su mujer, una profesora de música que comparte con él, en esta mesa llena de manjares breves pero suculentos, la alegría de beber. Decía el poeta leonés Victoriano Crémer: “Dios, qué vida, da rabia beber sin alegría”. Tendría que ver el poeta la alegría de Serrat bebiendo ahora.

Serrat quería debutar al tiempo que Larsson, un nuevo ídolo del Barça que se lesionó prácticamente cuando él ya tuvo que suspender sus conciertos. “Y fíjate, debuto antes que él. Me sabe mal por Larsson y por el Barça. Pero, bueno, ya hemos recuperado a Motta, y ahora recuperaremos a Edmílson y a Gabri… Esas lesiones complicaron la temporada del Barça, que ha sido magnífica por méritos propios, y además los otros no han andado muy brillantes, francamente… Pero no me hagas hablar de pronósticos. Cuando publiques esto, a lo mejor todavía no se ha dilucidado la Liga, y yo he visto ya demasiado fútbol como para cantar victoria antes de tiempo. Creo que sería un pecado de soberbia muy grande”.

Es como un forzado, y aunque parece relajado y feliz ante el vino y ante los manjares, tiene en la cabeza la gira que le va a confirmar a él mismo el estado de salud en el que se encuentra. La ha preparado concienzudamente, ha rehecho canciones para adaptarlas al nuevo formato musical (guitarra, piano, los instrumentos simples con los que empezó hace cerca de cuarenta años…). “Hemos tenido que desnudar todo tipo de acompañamiento; dejar la canción, yo no diría que en paños menores, porque las canciones sí que están siempre en paños menores, pero algo así… Ha habido que recantarlas otra vez… Sí, es como empezar de nuevo, y es bueno, es estimulante. La sencillez es arriesgada, pero es tan arriesgado cantar así, con las canciones desnudas, como cantar con el tremendo arropamiento de la sinfónica. Lo importante es hacerlo bien”.

¿Y qué ha aprendido de toda esta experiencia? “No creo que mi carácter o mi manera de ver la vida hayan cambiado; pero es imposible imaginar que esta experiencia no me haya servido para aprender qué hay detrás de la adversidad, qué hay detrás del miedo, qué hay detrás del dolor, qué hay detrás de la angustia… Lo que quiero decir es que no hay un antes y un después de mi vida; todas esas cosas yo ya las conocía. Yo creo que todas las cosas importantes siguen teniendo los valores que tienen, que han tenido y que tendrán”.

El envase es delicado, pero está recompuesto. Y el olmo está joven, le decimos. “No, el olmo tiene la edad que tiene y no pretende ser más joven de lo que es. Lo que pasa es que no me puedo quejar del trato que la naturaleza le ha dado a mi envase… Es muy generosa la naturaleza”.

Todo el mundo sabe cómo ríe Serrat. La verdad es que usted da ganas de vivir, le decimos. “Debe de ser porque tengo ganas de vivir. No encuentro nada más divertido que vivir”.

Y un mensaje con el que ya nos deja, antes de empezar a cenar: “Le diría a la gente que no estén tan preocupados por mí, que estoy bien, de verdad; que les agradezco mucho la preocupación que me han expresado, y que la entiendo, pero que si estuvieran en mi piel dirían: ‘Pero, ¿y éste, éste es el que dicen que ha estado enfermo? Hombre, éste está muy saludable. ¡Que se ponga un poco enfermo, por favor!”.

Cuesta verle triste, y puede estar melancólico. Su naturaleza es la alegría. “¿Qué me pone alegre? La alegría de mis hijos. Comerme un melocotón. La alegría es que el Barça gane la Liga”.

Ese día de abril, Serrat iba con una camiseta negra y un pantalón vaquero. Y le había dado el sol. Al final nos devolvió el bolígrafo y el folio blanco en el que había dibujado otra vez unas flechas que viajaban en círculos concéntricos. En la cena anunció que le iban a dar al día siguiente un premio en Asturias, e improvisó con la letra de una canción suya sobre los recuerdos de la infancia, Cançó de breçol, una crónica de lo que le esperaba al día siguiente en Oviedo: “Por la mañana, papaya; / al mediodía, jamón; / por la noche, fabadita. / ¡Anda y duerme, trocotrón!”.



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