El sur también existe
16.10.09 - LOS OJOS DEL GUADIANA JOSÉ LUIS LUCAS jlucas@badajoz.es
"Los desgarros no se pueden cantar ni novelar. Los escritores deberían de abatenerse de fabular sobre el sufrimiento de quienes tragaron con el calvario interior"
Cada día que descubro una nueva letra de Serrat, o las rememoro, no por desconocidas, dejan de producirme placer. Con cada escucha, me acuerdo de los cientos de extremeños que tuvieron que coger sus bártulos en cuatro días y poner rumbo a cualquier parte para poder sobrevivir. Fue el sino de hombres y mujeres de Extremadura, Aragón, Murcia o Andalucía. Los que no se fueron como obreros de la construcción, lo hicieron como policías o guardias civiles, una salida laboral casi obligada para una tierra con tan pocas alternativas como le dejó la posguerra a esta región de secano y de baldíos. La mayoría de ellos, cuando se tuvo que industrializar España, desde el campo también se colaboró y aquel excedente de mano de obra agraria se empleó en fábricas de automóviles, talleres, comercios... En Cataluña y en Euskadi. También en Alemania. Hasta un hijo de ellos les salió cantante, y de éxito mundial, el bueno de Juan Manuel.
Hoy, las historias se cuentan con la frialdad de un documental como el último premio 'López Prudencio' de periodismo sobre los 50 años del Plan Badajoz o -un poco más cálidas- si uno se deja llevar por la poesía del nen del Poble Nou. Los desgarros no se pueden cantar, ni novelar. Los escritores deberían abstenerse de fabular sobre el sufrimiento o la intrahistoria de quienes tragaron con ese calvario interior: niños que se crían sin el contacto diario de su padre o, lo que es irremediable, los niños que nunca volvieron a verlos por la ira dirigida de unos desalmados o porque un hombre sólo y joven, trabajando en una ciudad, termina por complicarse la vida.
Ésa es la clave de Serrat. Era el 'Nen del Poble Nou', el niño que vio transformarse su barrio industrial en una nueva zona de servicios y urbanismo. El 'Nen' clamó la poesía de Machado, otro exilado por abrazar el uso de la razón y de la fé sin más bagaje que su maleta y sus libros. Eso llevo y eso traigo hasta que me llegue la muerte.
Ésa es la clave, los niños. Uno da la vida por todo y por todos a cambio de que los niños sean más felices en el futuro. Sólo los niños. Estamos en esta vida por ellos, por hacer más felices a los hijos e hijas (a ver cuando se iguala esto en el lenguaje y en las sucesiones). Los hijos propios y los ajenos. Todo porque sean más felices, más seguros, lo demás es puro espectáculo. Lo hace el militar en Kosovo o en Irak, el médico de una ONG, o el político cuando arriesga su vida en una declaración. Sólo por ellos, por los hijos. Sólo quien no los tiene, jamás podrá sentir el dolor que te rompe el alma cuando te dicen que dejarás de verlos.
Aquí tienen ustedes mi cabeza en el cadalso, arriba está mi fotografía. Dicen que no hay intelectuales comprometidos. Bórrenme del primer concepto, pero milito convencido en lo segundo, gracias a la educación. En el fondo, creo que es porque los salesianos fundaron el sindicalismo cristiano. Existe una fórmula que concilia los intereses, que se basa en la cooperación, en el pacto, en la economía de recursos porque lo único que se busca es el interés general... la paz. Lo hicieron nuestros padres en la Transición. Lo hizo el Rey y una generación. Hagan lo que crean con ella. Yo me bajo en la próxima. Es la mejor herencia que puedo dejarle a mi hijo, y a toda su generación: ¡Siempre Joven! -dijo Domingo Savio.
Información de http://www.hoy.es/
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