jueves, marzo 03, 2011

Serratmanía. Serrat vuelve a Colombia de gancho con Miguel Hernández


Serratmanía. Serrat vuelve a Colombia de gancho con Miguel Hernández
02/03/2011

Anuncia su estupendo recital con un sombrero alicaído que parece escogido por los enemigos.

Con motivo de su regreso a los escenarios colombianos, Joan Manuel Serrat dio a REVISTA CREDENCIAL la entrevista exclusiva que aparece en estas páginas.

Vuelve Serrat a los escenarios colombianos. Esta vez lo hace, como en sus primeras visitas, de la mano del poeta Miguel Hernández, nacido en Orihuela en 1910 y fallecido en una clínica-prisión de Franco en 1942. A ambos los ha unido la tierra. Hernández fue pastor de cabras y Serrat, estudiante de agronomía. También los vincula la poesía. Miguel leía poemas mientras cuidaba el rebaño, y Serrat leía a Hernández mientras bullían en el mundo los años sesenta.

El resultado de aquella llave fueron las canciones que estrenó Serrat en 1972 en un disco que muchos sabemos de memoria. Allí toman vuelo musical poemas que nos acompañan desde entonces, como Elegía por Ramón Sijé, Para la libertad, Llegó con tres heridas, El niño yuntero y Las nanas de la cebolla (música de Alberto Cortez). Gracias a Hernández, Serrat pudo lanzar uno de sus más memorables discos. Gracias a Serrat, los poemas de Hernández le dieron la vuelta al mundo.

Ahora vuelven de la mano a Colombia Hernández y Serrat en un nuevo disco y con un concierto nuevo. Ambos han sido parte del centenario natal de Hernández en España.

(No tengo ni idea de dónde salió esa foto con que se anuncia en los carteles colombianos el concierto de Serrat inspirado en Hernández. Es un Serrat ataviado con un sombrero triste y grande que no le he visto jamás, ni en el escenario ni fuera de él. ¿De dónde lo sacaron? ¿Quién lo convenció de que se calzara semejante esperpento? ¿Alguien le advirtió cómo se veía? Sospecho que la foto debe de producirle grima al mismísimo Wilson Borja, que sería el personaje más parecido a la estampa mural de Serrat. Lo envejece. Lo aflige. Lo afea. ¿Han oído el término "alicaído"? Es el que se aplicaría a ambos: al sombrero y a Serrat.)

El disco y el recital se titulan Hijo de la luz y de la sombra, a partir de uno de los trece poemas de Hernández que ha musicalizado Serrat en los últimos años. Los hay de diversos espíritus y ritmos. Algunos, incluso, con fibras de salsa, como Dale que dale. Otros con pegada inmediata, como Si me matan, bueno: si vivo, mejor. Y algunos de esos característicos de la casa que es preciso oír dos o tres veces para percibir en toda su profundidad, como la canción que da título al recital. En el escenario, Serrat canta, además, varias obras de su primera horneada hernandiana.

(Hace casi 40 años, cuando grabó por primera vez canciones nacidas de poemas de Miguel Hernández y músicas suyas, una de las características del cantautor catalán era el pelo. Era un pelo rebelde, al estilo de los años sesenta, propio de un tipo de veintitantos. El pelo caía sobre la frente y le lamía las cejas. El tiempo ha pasado. Serrat tiene ahora una frente alegre, amplia y despejada que ha pasado a ser parte de su personalidad. Pero este sombrero la esconde, como si se tratara de algo vergonzoso. Quien no conozca al cantautor pensará que lo emplea como recurso cosmético, en vez del tupé o la tintura. No es así. Insisto: se trata de un sombrero mísero y empobrecedor.)

El concierto está medido, tasado con el tino y la experiencia de quien lleva muchos años perfeccionando esos difíciles equilibrios de orden y escena que solo advierte el público cuando el cálculo ha salido mal. A Serrat y el pequeño grupo de músicos que encabeza alias Kitflús (Joseph Mas Portet), los acompaña como telón de fondo un mosaico de imágenes. Son videoclips rodados especialmente para el espectáculo por compinches cinematográficos de Serrat, entre ellos Sergio Cabrera. Los diversos elementos no compiten entre sí; por el contrario, agregan sensibilidad y escala al poderoso resultado final.

(Menos mal el sombrero no forma parte del concierto. Esta horrorosa pieza, hija enteramente de la sombra, queda colgada en el muro de la infamia).

CREDENCIAL: ¿Cuál es la diferencia entre un letrista de canciones y un poeta?
Joan Manuel Serrat: Son dos géneros distintos. Cierto es que a todo se le puede poner música y que todo puede ser cantado, desde la guía telefónica hasta el manual de instrucciones de un lavavajillas. Pero es dudoso que textos de este calado alcancen a conmover a un auditorio, como se espera de una buena canción. Por lo general, y salvo excepciones, una buena letra de canción tiene una estructura, un ritmo, una rima. El poema se mueve con mayor libertad. Ambos aspiran a conmover, eso sí, y ambos son muy difíciles de hacer bien. Pero ni toda la poesía vale para ser cantada, ni todos los poetas sirven para escribir canciones.

¿Hay poemas de Miguel Hernández que parecerían escritos por un letrista?
Miguel Hernández es un muy buen escritor de canciones. Hombre sencillo, cercano a la copla popular, sus versos tienen una rima clara y un cadencioso ritmo que vienen de fábrica con la música puesta. Hernández escribe poesía escrita para ser cantada. La mejor prueba de ello es que somos muchos los que, con más o menos acierto, con mayor o menor fortuna, nos hemos atrevido a musicar y cantar sus versos y, diría yo, con el beneplácito del autor.

Probablemente Hernández no hubiese estado de acuerdo con muchas de las músicas con las que unos y otros hemos envuelto sus poemas, pero sin duda no le hubiera resultado ajena la peripecia.
De hecho, en vida del poeta, Lan Adomian, judío neoyorquino nacido en Ucrania integrante de la Brigada Lincoln, le puso música a algunos de sus poemas con su visto bueno y su activa complicidad y también se sabe que trabajó en un himno oficial para la II República, que debería haber sustituido al de Riego. Si no le hubiera gustado que sus poemas olieran a canción, no existiría una Canción del esposo soldado, ni una Canción primera, ni una Canción última. Titular un libro como: Cancionero y romancero de ausencias indica claramente que concebía esos versos como algo coral, musical y compartido.

¿Qué le ha enseñado Miguel Hernández como poeta, como español y como ser humano?
Es difícil sustraerse a la simpatía que genera ese hombre que como dice José Agustín Goytisolo: "nace, escribe, muere desamparado". Extraordinario poeta, niño cabrero, amigo desgajado, amante exiliado, padre huérfano, víctima de las cárceles de la dictadura. Es imposible que no te caiga bien ese hombre a quien cada vez que colgaba al sol los sueños, la vida le dejaba carbón.

¿Cómo fue su relación con la familia de Miguel Hernández?
No me gusta presumir con mi vida privada. Por favor, pregúnteme otra cosa; por ejemplo: ¿cómo y cuando descubrió a Miguel Hernández...? Y yo le contesto.

Está bien: ¿cómo y cuándo descubrió a Miguel Hernández?
Conocí la obra de Miguel Hernández durante mis primeros años de universidad. Recuerdo haberlo leído en los bancos del jardín de la Facultad de Ciencias, de la mano maravillosa de una novia que tenía por aquel entonces. Ella cargaba en el bolso, junto con los bocadillos (emparedados), los poemas editados por Losada, que venían de Argentina y que tan buena información nos proporcionaban en aquellos tiempos oscuros. Cuánto bien nos hicieron sus libros de Mayakovski, Machado o Neruda. Entre ellos, Hernández era uno de los más singulares. Un poeta muy distinto de todo aquel grupo de la República, tan exquisito, refinado, culto... Alguien ligado a la tierra y a sus orígenes de una forma tremenda y brutal, con una vida tan dura. Para unas gentes cómo nosotros -jóvenes, soñadores, dispuestos a cambiar el mundo- era algo único, que no podíamos dejar pasar.

Lo que más me llamó la atención de él es que crea su obra a partir de un universo propio, lo que ve a su alrededor, sus cabras, su mar, sus palmeras. Y luego estos elementos los va moldeando con lo que lee y asimila. Tenía ese talento para absorberlo todo, como una esponja...

¿Cuáles son los dos o tres poemas de Hernández que más lo tocan?
Difícil escoger, entre toda la obra, dos o tres que me conmuevan especialmente. Depende del momento, de las circunstancias, del estado de ánimo. Pero, si tuviera que recomendar un poema que resuma el universo en el se mueve, el barro con el que modela Hernández, elegiría sin duda Hijo de la luz y de la sombra.
De cualquier manera, y para tranquilidad del lector curioso y no iniciado en la poesía de Miguel Hernández, digamos que esta demuestra su calidad en que, abras por donde abras el libro, puedes tener la seguridad de que en esta página vas a encontrar algo que merece la pena.

Este es el segundo trabajo que dedica a la obra de Hernández. ¿Cuánto hay en común y qué les diferencia?
Efectivamente, he dedicado dos discos a su obra. Uno en 1972, que se llamaba, sin más, Miguel Hernández, y otro en 2010, que es Hijo de la luz y de la sombra. Podrían entenderse el uno como una prolongación del otro, pero también como dos entregas independientes. Tienen mucho en común, es inevitable, pero también grandes diferencias. La primera diferencia deriva de las circunstancias. En 1972 Franco todavía vive, la dictadura ejerce, y un disco de Miguel Hernández es un arma de combate contra ella. El disco del 2010 no es menos beligerante, pero las circunstancias son muy distintas. El dictador lleva más de treinta años muerto, y el país casi otros tantos viviendo en un régimen democrático.

Otra diferencia son los arreglos musicales, la envoltura de las canciones. Los que hace en 1972 Francesc Burrull son más sobrios, más sencillos, con menos elementos. Los del 2010 de Joan Albert Amargós son, de forma intencionada, más coloristas. Y sin embargo, cuando los hemos unido para montar el espectáculo Hijo de la luz y de la sombra no ha habido necesidad de modificarlos, han convivido los unos con los otros con la mayor naturalidad. Otra diferencia podría ser que en el primero de los discos toda la iconografía, toda la imagen, está tratada en blanco y negro, mientras que en el segundo es fundamental el color. Sin embargo, sucede lo mismo que con los arreglos: cuando las imágenes se mezclan en el escenario, armonizan, se complementan.

¿Tiene la sensación de que Miguel Hernández era un andaluz triste?
Hernández no era ni andaluz ni triste. Fue un levantino de extraordinaria vitalidad y toda su obra rezuma una sensualidad arrolladora. Su poesía, como su vida, es un desgarro, un lamento, pero un lamento en busca de la tajada de felicidad que le corresponde. El que sí fue andaluz y triste es Antonio Machado.

¿Cómo compara a Hernández con Antonio Machado, dos poetas a los que ha dedicado discos?
Ambos son víctimas del franquismo y los dos tienen una poesía de gran musicalidad, pero sus orígenes, sus vida y sus obra son, a mi entender, incomparables. De Machado me asombra la contundencia de su lenguaje y cómo maneja las dimensiones. Lo real y lo relativo. Cómo nos acerca las pequeñas cosas, dando valor al mundo de lo sencillo frente a lo opulento y lo excesivo. De Miguel Hernández, la potencia emocional de sus versos. Sus textos no son siempre reconfortantes, pero se agarran al alma y a las tripas con tanta energía que los convierten en una llamada difícil de escuchar.

¿Qué curación posible tienen las tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la muerte?
Ninguna, ni falta que hace. Lo uno lleva a lo otro.

En su recital sobre Hernández, ¿cuántos poemas musicalizó recientemente, cuántos hace unos años y cuántos llevan música de otro compositor?
Son una selección de ambos discos y son representativos de buena parte de la obra de Hernández. Todas las canciones son músicas mías, excepto Las nanas de la cebolla, a la que les puso música Alberto Cortez. No se circunscriben a un determinado período, sino que recorren casi toda su trayectoria.
Todo ese material da mucho juego. Es cuestión de colocar cada pieza en su sitio. No es que haya un orden estricto, cronológico, pero la estructura del concierto traduce, de algún modo, el recorrido vital y poético de Miguel Hernández. Con sus idas y venidas, van generando algo así como un camino.
Pasa de sus orígenes al crecimiento y los sucesivos descubrimientos, a su familia, la guerra, la cárcel, la muerte y la memoria. Esto se hace de una forma muy diferente a cualquier concierto que haya realizado antes. Cuando entran en juego los poemas de Miguel Hernández, aparco lo que puede ser mi personalidad, mi yo, para incorporarlo a él, encarnarlo. A lo largo de esta parte del concierto, quien se manifiesta en primera persona siempre es él. Y los pocos momentos en que hablo yo -como Serrat- lo hago desde fuera, para trazar algún apunte. A esto se añade la parte visual, que es clave para arropar el modo en que todo el conjunto llega al público.

¿Qué recuerdos conserva de su primer viaje a Bogotá?
Sobre todo a Cepeda (el escritor barranquillero Álvaro Cepeda Samudio) y sus circunstancias. Fue, más que un descubrimiento, una iniciación que aún hoy en día sigue dando frutos. Recuerdo más cosas, pero ninguna tan importante.

La última vez que cantó en Colombia lo hizo con Joaquín Sabina. 'Dos pájaros de un tiro' fue un concierto inolvidable. ¿Volverán a juntarse los dos pájaros?
Sería estupendo. Lo pasamos muy bien y conservo un recuerdo maravilloso de aquella gira. Si nos apetece, si nos respetan las cornadas y si somos capaces de darle una vuelta de tuerca al espectáculo que aporte frescura, ¿por qué no?

Sabemos que usted es incansable. ¿Qué espectáculo está empezando a crear ahora?
Ahora mismo estoy empezando a pensar en Dos pájaros de un tiro: el retorno. Pero es todo tan reciente, que aún no puedo contarle nada.

Estará usted contento con esa manifestación deportiva de la poesía lírica que es el Barcelona de Pep Guardiola...
Estoy contento yo, están contentos los barcelonistas, están contentos los catalanes y me atrevería a decir que lo están todos aquellos a quienes les gusta el fútbol y no están implicados directamente en el asunto y tienen otras prioridades. Por ejemplo, que su equipo juegue como juega el Barça y el Barça como su equipo. A esos también se les cae la baba, pero p'adentro.

¿Qué verso de Hernández pondría aquí, para cerrar esta entrevista?
Escriba:
Me llamo barro aunque Miguel me llame. Barro es mi profesión y mi destino que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.




Imagen e informacion http://www.eltiempo.com/revista-credencial/

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