domingo, abril 10, 2011

La divisa de Cossío

(José María de Cossío)

La divisa de Cossío

09/04/2011

ERNESTO ESCAPA


A los treinta y cuatro años de su muerte en Valladolid, el académico José María de Cossío es ya casi sólo una referencia taurina, que revive como las dehesas con el despunte primaveral. A tal punto llega la antonomasia, que los negocios vinculados a esa afición ya se bautizan con su apellido. Por la enciclopedia Los Toros, cuyos volúmenes vieron la luz primera entre 1943 y 1961. Luego su éxito, que alcanza hasta hoy mismo, resultó imparable. Concebida por Ortega en los años treinta, Cossío fue su director y contó en la labor con el poeta Miguel Hernández, mitad como negro mitad como secretario. «Tu joven pastor secretario» le llamaba Jorge Guillén, también señorito de Valladolid. Entonces acudía Miguel a la hemeroteca, a sacar apuntes para el maestro, y también iba de fincas, a la gleba de las ganaderías, con el kilométrico de Espasa. Feliz por los cincuenta duros mensuales del sueldo. Al menos, las biografías de Lagartijo, Espartero o Tragabuches son inequívocamente suyas.

Los Cossío eran foramontanos que adornaron su castillo de Sepúlveda con un mirador barroco para disfrutar las funciones de toros de la plaza. En Tudanca pasaban el verano en la casona de un antepasado indiano. Su bisabuelo Cuesta, rector de Valladolid, fue el patriarca que inspiró Peñas arriba, la novela de Pereda. Por esa rama tenían el baldón del general doblemente derrotado por los franceses en Cabezón y en Rioseco, que compensaba el prestigio de su tío Manuel Bartolomé Cossío, redentor de El Greco. El ancla materna estaba envuelta en confusas bastardías borbónicas. La temprana orfandad de los Cossío dejó su tutela a la abuela paterna, que repartía el año entre el palacio de Valladolid (la actual Casa Revilla) y la casona montañesa. Huyendo de Sepúlveda, solar de las desgracias. Allí conservan el castillo de la plaza y una finca inmensa con palacio gótico en el barrio de San Miguel.

La muerte de Joselito, a quien seguía de plaza en plaza, lo recluyó en Tudanca para un luto de años, del que lo sacaría un nuevo entusiasmo por el Niño de la Palma. Luego hizo de enlace entre los poetas del 27 y Sánchez Mejías. En Tudanca reunió una biblioteca fastuosa y tuvo como huésped a Alberti. Presidente del Racing, llevó al poeta a una final de Copa protagonizada desde la portería por Platko, el «oso rubio de Hungría» que inmortalizó en sus versos. Fue alcalde republicano de Tudanca hasta su deposición por el Franquismo. La guerra la pasó en Madrid, en un chalé compartido con Ramón Carande, adelantando trabajo de Los Toros. Ya sin Miguel Hernández, al que trató de aliviar en sus presidios. Juanista medroso, lo hicieron académico en el 47. Y luego Fraga, buen amigo, lo nombró presidente del Ateneo de Madrid, entre 1963 y 1974





Imagen e información http://www.diariodeleon.es/

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