"La crisis es más de valores que económica, y es mundial"
El cantante español cuenta los preparativos de su nueva apuesta musical junto a Joaquín Sabina, Dos pájaros contraatacan, prevista para marzo de 2012. Recuerda sus primeros viajes a la Argentina por los años 70, la dictadura y la democracia. También, analiza la crisis española y mundial.
Por Magdalena Ruiz Guiñazu
23/10/11
Tal como lo imaginamos en la vida diaria, Serrat es simpático, muy rápido, absolutamente consciente del encanto que ejerce a su alrededor, inteligente y, lo que es fundamental, un ser humano.
Pero no por ser músico y poeta deja de ser práctico. Muy puntual, en los salones de la enorme mansión Hyatt (¡parece increíble que esa casa haya sido alguna vez “la casa” cotidiana de alguien!) Serrat está pendiente de las cenizas que no lo dejan volar a Chile y con buena voluntad accede a que conversemos pese al cambio de planes que exige la naturaleza de un volcán.
El recital en el estadio de Banfield es también un anticipo de lo que traerá en marzo con Sabina cuando, a lo largo de 12 fechas, se instalará en el Luna Park con una nueva edición de Dos pájaros… de un tiro que ahora será Dos pájaros contraatacan.
—¿Cómo es el tema con Sabina? Contame…
—Bueno, mira… hace más o menos un año nos propusieron volver a levantar el espectáculo de Dos pájaros..., pero la verdad es que, aun cuando me hace mucha ilusión trabajar con él porque es una persona con la que estoy muy a gusto y con el que me gusta caminar por la vida, pensé también que si no hay un proyecto distinto, algo más allá de dónde habíamos ido, no tenía ningún sentido. Entonces, pensamos que podíamos hacer un disco a cuatro manos… O sea, hacer un disco no sólo de canciones nuevas sino de canciones nuevas hechas por los dos. ¡Nuevas e interferidas por los dos! Manipuladas por los dos.
—Qué divertido.
—(Se ríe) Claro, es una idea muy divertida… nos gustó a los dos pero exige también ser muy riguroso.
—¿Exactamente por qué?
—Riguroso para aceptar y para rechazar. Y sobre todo también muy generoso para ser rechazado. Lo hemos hecho así y ahora estamos terminándolo.
—Bueno, pero explicame algo más. Entendí lo de la generosidad en aceptar un rechazo pero también creo que ustedes usan mucho Skype, ¿no? (risas) y esto también es complicado.
—Oye, el Skype lo hacemos más que nada para mirarnos las caras cuando, por ejemplo, ayer Joaco (Sabina) estaba en Nueva York y yo en Buenos Aires. Lo usamos para mirarnos las caras. Pero que no se crea que Joaquín es un hombre de grandes tecnologías de avanzada. Tiene, menos mal, una persona a su lado, Jimena su compañera, que es quien ¡por suerte! (y se ríe francamente) conoce las conexiones apropiadas. Entonces, el Skype lo usamos más que nada, pues, para vernos. Y para reconocernos. Para comentar pequeñas cosas y, sobre todo, en lo de ungir cosas. Luego, también, la comunicación tanto en lo musical como en los textos, funciona mucho vía Internet, mp3, etc. Ahí vamos mandándolos. Pero lo que decide y descubre, lo que resume, lo que provoca la toma de decisiones pues se decide cara a cara. En mi casa, en la suya o en un estudio. Donde sea.
—Pero ¿cómo es el mecanismo? Vos agarrás la guitarra, él se sienta al piano...
—¡Ah! el mecanismo es muy confuso. Y, a veces, muy sucio (se ríe). Y, casi siempre también, muy poco prolijo. Lo que sí ocurre siempre es que está lleno de sorpresas. No hay un ritual. Seguramente si uno de los dos fuera pianista o compositor… pues trabajaría en el piano y el otro traería los textos. O bien el pianista elaboraría un texto y el otro… No, no, nosotros trabajamos de otra manera. Nos cruzamos. Vamos tirando ideas. Tomando parte de esas ideas. Ajustándolas a la historia que tenemos preconcebida. La atamos. ¡La desatamos! Mira, no hacemos alta costura. ¡Hacemos pret-à-porter!
—Buena metáfora. Es notable que puedan hacerlo así…
—No sé si habrá otra circunstancia parecida y no porque haya, por mi parte, ningún resabio, pero creo que esto sólo se puede hacer con un determinado tipo de artista con el que haya una confianza muy grande y saber que lo que el otro dice, lo que el otro siente y decide, es suficientemente importante como para que tú te lo plantees con mucha generosidad.
—No sé si te acuerdas, hace ya muchos años, cantaste en el Luna Park a beneficio del Secretariado de las Cárceles que dirigía el padre Aspiazu. Creo que era tu primer viaje.
—Me acuerdo muy bien. También cantaba otra gente.
—Yo sólo te recuerdo a vos.
—Ah, bueno, muy bien, gracias. –Y mientras se ríe, rememora–: No, mira, no era la primera vez pero igualmente hace ya bastantes años de todo esto. Recuerdo, sobre todo, que pude regresarme al hotel caminando desde el Luna Park. Era más fácil caminando que en auto porque era tal la gente que había.
—Sí, claro, una multitud.
—Y entonces vi que tenía muy difícil la salida. ¡Mira lo que son esas cosas! Ante la sorpresa de todo el mundo, decidí irme caminando y fue fantástico. Me fui escapando y tip, tip, tip…llegué caminando al hotel.
—¿Ya habías cantado Machado, no?
—Sí, sí. Esto debía ser en el año ’70...
—Todos cantábamos “Penélope”. Me parece que fue el primer disco tuyo que llegó aquí…
—Puede ser porque los primeros discos no se lanzaron por orden de aparición sino de conocimiento. Yo realmente no sé cuál puede haber sido el primero de todos que eligió Capitol.
—¿Cómo fue para alguien que ya se vislumbraba una figura mundial venir a un país que estaba en grandes dificultades políticas, concretamente en una dictadura?
—Sí, yo llegué en pleno gobierno de Onganía. Esos fueron mis primeros años aquí. Luego, Lanusse, Perón y sobrevino “eso” que tan curiosamente se denominaba Proceso de Reorganización Nacional. Para mí el primer viaje a Argentina fue algo iniciático. Un viaje de descubrimiento. El país pasaba por una situación de dictadura “suavizada” (por decirlo de alguna forma cuando se hablaba de Onganía) en la cual había todo un mundo de fantasías que yo había cultivado en la otra orilla ¿no? Fantasías musicales, fantasías vitales. Para mí, un mundo asombroso. Muy sorprendente al principio.
—¿Por qué?
—Pues, porque como decía mi buen amigo Miguel Gila: “Joan, te vas a tener que acostumbrar a comerte los turrones con melón. Pero no te preocupes. ¡Vas a querer mucho a esta tierra!”. Y Gila lo sabía perfectamente porque a él ya le había pasado algunos años antes. El fue una de las personas que me llevaron a esta introducción y luego, también, a una difusión más rápida de mis trabajos gracias a los programas de televisión de los sábados y los domingos. Era un momento muy fuerte de la televisión. La gente, más que cualquier otra cosa, recuerda siempre los Sábados de la bondad de Romay, los Circulares de Mancera. La fuerza que tenían aquellos programas era extraordinaria. ¡Y luego también esta cosa, muy curiosa, de tremenda difusión y acercamiento como eran los carnavales! Mira, ¡en los carnavales te mandaban a hacer seis o siete actuaciones por día! Y te pasabas yirando por la ciudad, por el país. De lugar en lugar. Y esto provocaba en la gente que la presencia se extendiera con gran rapidez. Y también mis relaciones… cosas… y tuve la suerte de encontrar extraordinarios amigos que me brindaron información de primera mano. Que me enseñaron a conocer el país dentro de lo que se podía… (se ríe). Y esto en aquel tiempo era muy complicado. Me enseñaron a conocer las reglas del juego. Ya te digo: tanto personales como artísticas. Tuve suerte. Conocí a Piazzolla, a Troilo, a Soldán… Conocí todo ese mundo. Conviví con aquel ambiente extraordinario de talento musical. Por lo tanto, como yo me implico mucho, a partir de los 70 también políticamente conocí a mucha gente que estaba militando políticamente. Comprometida. Incluso algunos más allá de políticamente… y esto hace que se cree en ti una relación que se va profundizando en el lugar y en las cosas. Por eso donde estás cantando se convierte en algo más que en un sitio donde estás trabajando. Es un sitio donde estás viviendo en el sentido real de la palabra vivir.
—Me acuerdo que después de Malvinas, al final de la dictadura, viniste y todos llorábamos con pañuelo cuando cantabas “Para la libertad”, que se había convertido en una canción-símbolo de que aquellos años horribles se terminaban.
—Claro. Fue el regreso. En el ’76 ya decidí no volver y estuve fuera todos esos años. Si uno piensa que sólo fueron seis años a mí se me hicieron terriblemente largos ¿no? Regresé pues en el ’82 en el Gran Rex. Desde que volví siempre canté allí o en la cancha de Velez o en la cancha de Boca… Todavía estaba Galtieri dando las últimas bocanadas y con el desastre de Malvinas arrastrando el país. Un poco más tarde, bueno, las elecciones y el momento inolvidable que se vivió con el triunfo de Alfonsín.
—Son años que marcan la vida de un país. Y, a propósito, ahora, ¿cómo ves a España? Desde aquí la situación europea es bastante desconcertante.
—España está muy preocupada en general. El país vive una crisis que no es exclusiva de España sino que es una crisis por un lado económica pero que, por otro, es también una crisis de valores. Una crisis de valores que impide que haya una regeneración económica y financiera que ayude a salir hacia delante.
—Por favor, explicame lo de la crisis de valores. ¿En qué sentido?
—Mira, yo creo que esta crisis no es española. Ni siquiera europea. Es mundial. Y es más una crisis de valores que una crisis económica. Y te lo digo porque es la codicia lo que ha hecho que llegáramos a esto. Y la codicia no es un valor económico. Es un valor moral. Un valor ético. La codicia es la que ha llevado a la ruina todo el sistema financiero… El desmoronamiento del sistema financiero. Y, por tanto, al desmoronamiento de unas estructuras que habían funcionado tapadas de alguna manera por esta falacia que montó el mundo financiero y que una vez desmontado… ¡pues ha dejado esta ruina que tenemos delante! Ruina de ciudadanos, de países, de sociedades, y una situación en la que se ve que va a ser difícil modificar las cosas. Si no se modifican las causas de todo esto va a ser muy difícil salir de las consecuencias que nos han conducido hasta aquí. Parecería que se estuviera esperando que suceda algo… de mano de no sé quién… para que se pueda solucionar algo de lo que han provocado otros que siguen haciendo exactamente lo mismo.
—Algunos dicen que los países del Mediterráneo tienen una cierta dosis de culpabilidad por haber vivido más allá de sus posibilidades.
—¡Esto se lo podemos decir exactamente a todos los ciudadanos! Pero, por otra parte, también resultaría una falacia porque sería como perdonar a todos los que son realmente responsables y quedarían como líderes o disueltos en el magma. Mira, los que tienen responsabilidad directa son los que generaron este sistema, esta euforia que hizo que los menos favorecidos (a los que siempre se les hace pagar el pato) creyeran que aquello era jauja y que podían entrar en lo que otros podrían llamar un despilfarro. Pero, fíjate, ¿quién generó el despilfarro?, ¿quién dijo que la casa estaba en buen estado de salud?, ¿quién dijo que todos compraran, que todo estaba bien? La gente no. Le dijeron “compre” ¡y compró! Porque les dijeron que todo estaba muy bien y que había un sistema financiero que lo tenía controlado. Y no había un sistema financiero que controlara nada pero sí agencias de calificación que se autocalificaron como triple A, las mejores de la lista, el día antes de declararse bancos en ruina. Y te digo algo más: por ejemplo, con la mitad del dinero que los griegos tienen en Suiza (pero no el pueblo griego, ¡te estoy hablando de los ricos!) se podría salvar la situación de ese país. Esto es lo que deberíamos tener bien claro.
—Ay, Joan Manuel, ¡lo que decís suena como a discurso de profeta! ¿Te acordás de la anécdota bíblica de la adoración del becerro de oro? Toda una sociedad hincada frente a él...
—Vamos, ¡no hace falta ser profeta! El mundo corría (y corre) tras el becerro de oro. Esto sigue pasando igual. Y con todo el drama encima… Antes, quizá corrían. Hoy nos arrastramos, pero la dirección parece ser la misma.
—Tendrías que cantar todo eso.
—¡Pero lo estoy cantando desde toda mi vida! Ahora, subo, lo compongo y te lo canto esta misma tarde.
Y Serrat se ríe a carcajadas y también se alegra porque le avisan que las cenizas se están disipando y, de paso, también recuerda que cantar en el club Banfield fue mágico.
—Sí, sí, mágico, porque uno puede destrozar los conciertos pero lo que no puede es estropear la magia de un espacio como el que la otra noche se generó, porque la gente, en una cancha de fútbol que no es precisamente el mejor lugar para la música, tenía una actitud de verdadera comunión como si fuera en la iglesia. La gente, te repito, tenía una tensión increíble. Y esto llega al escenario y te inyecta energías por si alguna vez te faltaran. Después de volar (¡espero!) a Chile, me voy a Madrid y me interno en el estudio y paso el día grabando a esperas de que regrese Joaquín de los Estados Unidos. Pienso que para fin de año el disco estará terminado y en enero y febrero estaremos ensayando los conciertos de Dos pájaros contraatacan.
Joan Manuel sabe que cuenta con una enorme gracia no exenta de poesía, y la administra muy bien. Es un don.
—En otros tiempos –deliramos– hubieras sido uno de esos trovadores que iban de castillo en castillo, de pueblo en pueblo, cantando la historia, ¿no?
—Lo que pasa es que hoy en día ¡podemos ser más independientes! –ironiza–. ¡Pobres trovadores que estaban a merced, no del pueblo sino del señor de la comarca! Como ves, ¡era un tiempo más jodido!
—¿Hiciste todo lo que querías hacer en tu vida?
Larga pausa y, finalmente: —Mira, yo he hecho lo que he podido en la vida. Jamás hice una lista de cosas que quería cumplir. Ni la pienso hacer. Yo vivo el día a día. Vivo lo que el día me ofrece y con las posibilidades que el cuerpo me da y el apoyo de los que tengo alrededor. Y así me enfrento con lo que me enfrento y descubro lo que descubro. Estoy muy a gusto con proyectos a corto plazo y no tengo ningún interés en planear alguno de futuro. No hay absolutamente ninguno que me pueda entusiasmar más que el saber, de aquí a un rato, que me sentaré a una mesa con mis amigos, tomaré una botella de vino y me comeré un pedazo de carne maravilloso. A mí me gustaría creer en el más allá, pero me temo mucho que más vale hacer las cosas en el más aquí
Informción http://www.perfil.com/ediciones/2011/10/edicion_620/contenidos/noticia_0086.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario