ELOGIO DE LA SOMBRA
Centenario de Miguel Hernández
Ante tanto infortunio y mala suerte hoy nos queda el consuelo de que su lucha, desde su vida y obra, no fue estéril, como él mismo vaticinó en otro de sus más recordados poemas
31.10.10 - JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ CANO
Un día como ayer, hace cien años, vino al mundo en Orihuela el poeta y dramaturgo Miguel Hernández Gilabert, estigmatizado y maldito por la cultura y propaganda franquista hasta la muerte del dictador y, posteriormente, recuperado hasta mitificarlo como coherencia de una vida éticamente vinculada al compromiso literario, creativo, que tuvo en su palabra los dardos más acerados para denunciar la injusticia del ser humano ante la desdicha, la opresión y la infamia, que él mismo sufriría en sus carnes durante su etapa carcelaria que acabaría en el Reformatorio de Adultos de Alicante, un 28 de marzo de 1942, al morir abandonado a su suerte y por no querer el régimen franquista 'otro caso Lorca', de tuberculosis, con la connivencia de la todopoderosa iglesia que en su entorno más íntimo lideraba Luis Almarcha, otrora prócer de aquel jovencísimo Miguel Hernández al que le prestó su biblioteca y las trescientas pesetas para publicar su primer libro, 'Perito en lunas' (1933), aun advirtiendo «no van por ahí mis gustos», a lo que el joven Miguel respondió «no le he pedido consejo, sino ayuda», desvelando ya el carácter indómito del escritor oriolano, como demostró ante este sotánico cuervo en su lecho de herido grave al no querer adjurar de sus creencias aun yéndole la vida en ello.
Con satisfacción, unos y otros, sobre todo los que hacen de la poesía un código ético y estético de la vida, obligados están a recordarlo en esta centenaria efeméride y, sobre todo, a leerlo nuevamente o a escuchar su palabra a través de cantautores como Serrat, Morente, Poveda, Paco Ibáñez, Víctor Jara…, que en un claroscuro de intenciones varias, algunas oportunistas, arrojan luz sobre la fatídica sombra que se cernió sobre su vida: "Soy una abierta ventana que escucha, / por donde va tenebrosa la vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida." ('Eterna sombra') Versos de uno de sus últimos poemas, donde en esa lucha del bien y el mal, la vida o la cárcel, aun desposeído ya de su libertad y sin esperanza alguna entrega este epitafio hermoso y esperanzador, dejando entreabierta la puerta a la esperanza, a aquellos que continuarán su obra, la que empezó en los pastos de Orihuela, cuando escribía sus primeros poemas en los lomos de las cabras y en su humilde casa de la calle de Arriba, temiendo a que llegase su padre y le maltratase por tener la luz encendida, o durante su estancia en Madrid, mientras ejercía diversos oficios mal pagados de mecanógrafo o redactor de enciclopedias taurinas, en pensiones de mala muerte y más tarde en el frente, desde las trincheras, pues Miguel Hernández nunca fue un escritor de retaguardia, como Alberti y otros, sino que desde el fuego cruzado más directo sufrió y vio el fragor de la batalla y caer a compañeros del Quinto Regimiento. Y finalmente, desde ese 'turismo penitenciario', como han llamado los críticos y estudiosos a ese trayecto entre doce penitenciarías, escribió buena parte de su testamento final, 'Cancionero y romancero de ausencias' (1938-1941), libro póstumo que no pudo ver publicado y que contiene toda la desgracia que el poeta acumuló tras sí: la muerte de su hijo Manuel Ramón, la guerra perdida, sus ideales machacados por la fuerza bruta del mal llamado 'nuevo orden', su enfermedad, la ausencia de los suyos y el abandono de otros que también creía suyos.
Hay un trecho importante hasta entonces, cuando Miguel Hernández empezó su fulgurante carrera literaria, desde que publicase su primer poema ('Pastoril') en 1930 y en Madrid fuese acogido por la élite intelectual del momento -Neruda, Bergamín, Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Altolaguirre, Carmen Conde, Gaya, Navarro Tomás…- y García Lorca, aunque este último renegase del oriolano por su triste aspecto indumentario, como diría Machado. Descubrió los tesoros estéticos de la escuela de Vallecas, Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y Maruja Mallo, pintora con la que descubrió el amor más sensual y sexual, como queda reflejado en ese libro cenital de nuestra literatura amorosa, 'El rayo que no cesa' (1936), también compartido con María Cegarra y Josefina Manresa. Cuando se liberó de los templos, 'Sonreídme', fue derecho a 'Vientos del pueblo' (1937) y a 'El hombre acecha' (1937-1939) ya una inflexión sobre la derrota, pero un alegato de rebeldía y grito contra aquel neocatolicismo de Ramón Sijé y la revista 'El Gallo Crisis'.
Afortunadamente en todo el territorio español se está recordando con dignidad a Miguel Hernández y el las librerías pueden verse sus obras, tanto críticas como en ediciones facsímil y quizá, esta ha sido la asignatura pendiente del año que conmemora su nacimiento, ver representado su teatro, pues aunque es más literario que escénico bien valdría haber realizado algún montaje de alguna de sus seis piezas. De todas formas Miguel Hernández es por excelencia uno de los más grandes poetas de la literatura española y figura en la canónica tetralogía del siglo XX (I. Gibson) junto a Juan Ramón, Lorca y Machado, además de habernos legado una visceral y esclarecedora correspondencia.
Ante tanto infortunio y mala suerte hoy nos queda el consuelo de que su lucha, desde su vida y obra, no fue estéril, como él mismo vaticinó en otro de sus más recordados poemas: «Para el hijo será la paz que estoy forjando. / Y al fin en un océano de irremediables huesos / tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos». ('Canción del esposo soldado').
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