Carta a Joan Manuel Serrat
(
Mery Sananes)
Jueves, 26 de febrero de 2009
Chávez planteó elecciones limpias, abiertas y las ha ganado.
Chávez no ha llegado al poder por otro camino que por las urnas.
La descalificación de esto no me parece el camino correcto
¿Quién que haya tenido sueños no te conoce? ¿Quién a quien le hayan dolido los dolores ajenos no cantó alguna vez alguna de tus canciones? ¿Quién que haya tenido en su cabecera los libros de García Lorca, Machado o Miguel Hernández, no terminó tarareando tus melodías?
Tú y tu música acompañan a uno en los campos de batalla, en el quehacer cotidiano, en el afán por aprender, en la lección que damos, que quiere estar llena de tu humildad y tu don, de tu capacidad para ser, ante todo, expresión del hombre sencillo, trashumante, aventurero, soñador y creador.
Una vez, en una entrevista contaste que, cuando aún eras pequeño, le preguntaste a tu madre, con la idea de aclarar aquello de que si eras de España o de Cataluña, ¿y tú de dónde eres? ‘Yo soy de donde comen mis hijos’, respondió. Y tú añadiste: yo no he encontrado una definición de patria mejor en ningún lado. Y tenías razón. Esa respuesta, grabada en tu memoria, fue clave y señal de tu decir, de tu mensaje, del contenido de tus cantares.
Sobre ello escribí (http://historiactual.blogspot.com/2006/04/joan-manuel-serrat.html) para que quien te escuchara o tarareara tus melodías, supiera que más que una distracción se trataba de asumir un compromiso, de adoptar una posición, de militar en la esperanza de un mundo a la medida del hombre.
Hoy he leído tu carta a los palestinos de la franja de Gaza donde de nuevo utilizas el amor como el instrumento fundamental para la convivencia entre los seres. Y describes tus empeños y tus afanes por lograr esa reunificación de los hermanos, dondequiera que estén, y que están en todo sitio donde nace un hijo.
Pero a la vez, Joan Manuel, no puedo entender que hayas escrito, para ayudar a legitimar a quien se reconoce como presidente de una parte de los venezolanos: los llamados revolucionarios. Y, espero, Joan Manuel, que no me etiquetes sin escucharme, porque no pertenezco a bando alguno y mi causa, como la de León Felipe es la causa del hombre, y por ahora la de la miseria del hombre.
No pertenezco a fanatismo alguno ni de esos que tildan de derecha o de izquierda. No practico ninguna forma de violencia, porque creo que hay que luchar contra ella. Por eso pienso en el poder de tus canciones, en el vigor de la música, en los lazos que se pueden establecer entre todas las latitudes de este planeta, si tan solo supiéramos escuchar al otro que somos.
De modo que con el planteamiento que ahora te hago sólo quiero señalarte que, como tú bien sabes, todas las cosas tienen su como uno las ve y el cómo a uno se las enseñan. Se promueve odio y demarcación, se levanta fronteras y se dispara a mansalva, y todo aquello que lo quiere justificar se vuelve mentira. Y todos callan.
Y quiero decirte, Joan Manuel, que aquí en este expaís, como lo hemos bautizado, no hay legitimación alguna, a no ser la que le han dado los factores de oposición, más preocupados por conseguir espacios de poder, que por el colectivo que desvanece, desfallece y se extingue en esta sucesión de horror en que se nos ha convertido la vida.
No hay legitimación alguna en esos votos. Hay un fraude gigantesco, que se acomete no sólo desde las urnas, sino en cada una de las estaciones de la vida en las que ese jefe de todas las cosas tiene un dominio y control totales.
El voto es hoy su arma principal, su instrumento de guerra. Cuando no le sirva, cuando no lo pueda controlar, lo dejará a un lado y continuará su escalada de violencia, destrucción y exterminio, en aras de levantar un poder omnímodo, caudillista, personalista, autoritario y de firme inspiración totalitaria y fascista.
Ese señor no puede entrar en el reino de tus libertades, así no te den visa para entrar, así te presionen, como muchas veces lo habrán hecho por tantas causas que has mantenido.
Este señor a quien has llamado legítimo es el resultado de un gran vacío. Un impostor, de los mayores, que se recubre de las virtudes y capacidades que le son ajenas y con una legitimación y un voto democrático, que no es tal, porque aquí están montadas unas maquinarias –que no urnas- que cumplen con los programas establecidos por el fraude-engaño que se le aplica al colectivo, para convertirse en una de las formas más despreciables de la violencia que conocemos.
Un señor que promueve y expande el odio no puede ser considerado como un demócrata. Democrático es el colectivo, que no entiende de trampas y va mansamente, dirigido por caudillos de todo tipo, incluyendo el mediático, a colocar su voto, creyendo que así ejerce una voluntad que se le tuerce y descompone apenas se pronuncia.
Este señor que tú ayudas a legitimar avala el asesinato y la destrucción con sus políticas. Es un populista y un convicto y confeso hacedor de miserias, mentiras y sufrimientos.
No te unas al grupo de los convencidos de sus bondades. Porque no las hay. No ha tenido límites ni en su codicia, ni en su perversidad.
Tú que conoces de guerras, que has visto a hermanos matarse entre sí, podrías ver cómo en este ex-país se ha fomentado, nutrido y estimulado una polarización que sólo puede conducir a los términos de una guerra civil o a la más prolongada y profunda represión.
No te dejes confundir, tú que has sido voz y alerta, que tu canto ha sido mensaje y liberación, que tu verso ha traspasado los estancos del odio, de las diferencias, para juntar a contrarios bajo el mismo manto de un canto de amor.
No te prestes a los oficios de quienes tienen el poder para amasar logros, fortunas y satisfacciones personales a costa del dolor, sufrimiento y masacre de un colectivo que te quiere, que ama tus canciones, que valora tus posturas, que te ve como un fabricante de sueños y futuros.
A orillas de ese mediterráneo donde te sientas a meditar, esas aguas te dirán la verdad. Habla con las arenas, con las olas, con la sal que se deposita en su fondo, y pregúntales si en verdad la historia y la desesperanza no son las mismas.
Nos han usurpado todo pero nos queda la canción. La canción de Whitman, la de León Felipe que algún día resonará a lo alto de la colina, la que regresará en el corcel del viento, la que entona Walterio para anunciar la llegada del tiempo de un hombre maravilloso, único y creador.
Estamos aún en los tiempos de las tinieblas, las tristezas, las certezas terribles y para combatir seguimos teniendo sólo la canción para empuñar. No la hagas disonar, no te distraigas con cuestiones accesorias y periféricas. Sigue adelante sumando voces para el coro que requerimos para cambiar este devastado y terrible mundo en el cual se nos desalienta hasta el alma.
Información de: http://www.analitica.com/